Más de 300 niños haitianos refugiados en la escuela Saint-Louis de Gonzague, tratan de olvidar, al menos por un tiempo, la violencia de las pandillas que los obligó a huir de casa.
Separados de sus padres, pasan el tiempo entre actividades organizadas descansando en colchones de espuma colocados sobre el suelo de concreto de la escuela situada en la capital, Puerto Príncipe, donde saltan a la cuerda, juegan dominó o hacen tareas manuales.
“Están traumados, pero si comienzan a jugar fútbol, vuelven a ser niños”, dice a la AFP la hermana Paesie, directora de la organización Kizoto, responsable de su alojamiento en la institución dirigida por sacerdotes católicos.
“Pero cuando comenzamos a hablar con ellos, nos damos cuenta de que han visto cosas terribles”, admite la monja francesa que ha vivido 23 años en Haití.
Hace apenas dos semanas, el violento barrio de Cite Soleil en los suburbios de Puerto Príncipe, donde vivían estos niños, se transformó en un campo de batalla entre bandas rivales.
Más de 471 personas murieron, quedaron heridas o siguen desaparecidas, según el más reciente conteo de la ONU. Y más aún tuvieron que huir.
Las pandillas incendiaron los hogares de la mayoría de niños rescatados, según la hermana Paesie.
“Una mujer tenía a su bebé en casa, murió quemado adentro. Una niña chiquita vio a su padre ser inmolado frente a ella”.
Solo unos pocos padres hallaron refugio junto con sus hijos. Muchos no pudieron escapar de las áreas en conflicto, mientras que otros establecieron campamentos improvisados en espacios públicos, lejos de la violencia.