Ahora mismo, en todo el planeta, millones de personas nos estamos preguntando cómo serán las cosas de aquí en adelante. En los hogares y en todas las conversaciones reaparecen las mismas dudas y cuestiones sobre qué esperar en los próximos meses y años.
Mientras permanecemos bajo medidas de confinamiento y distanciamiento social, mientras el virus continúa diseminándose, aunque con menor intensidad, expertos y autoridades han comenzado a debatir cómo será el regreso a nuestra actividad, y en varios países se han tomado ya las primeras medidas en esa dirección.
Este debate, que en principio debería ser una buena noticia, viene cargado de proyecciones y especulaciones, en su mayoría inquietantes. Todavía no sabemos por cuánto tiempo más podrían prolongarse los contagios. No sabemos cuándo dispondremos de vacunas y tratamientos específicos para la enfermedad. No está claro si será necesario prolongar las precauciones de distanciamiento social hasta el punto de que modifiquen nuestro modo de relacionarnos y estar juntos. No conocemos las condiciones en que nuestros hijos y nietos podrían volver a las aulas. Y, en extremo prioritario, no sabemos cómo será el reinicio de la actividad productiva que fue paralizada.
La sensación de incertidumbre que experimentamos es legítima. Son numerosas las preguntas relevantes que, en lo inmediato, no tienen todavía las respuestas que ansiamos. Hay expertos que han señalado que no todo podrá ser planificado y que será la realidad de los contagios la que establezca algunos lineamientos decisivos. En medio de tanta inquietud y de tantas otras cuestiones que podrían formularse, hay cinco consideraciones fundamentales que quisiera destacar. La primera de ellas es que la pandemia está en camino de ser controlada, porque los ciudadanos se han sumado, de forma irrestricta y disciplinada, a los esfuerzos de los expertos y trabajadores sanitarios, de los cuerpos policiales y militares, y de los Estados, para que las medidas alcancen su efectividad necesaria. Esto nos recuerda la creciente relevancia que el acuerdo social y la acción conjunta tienen como requisitos imprescindibles para afrontar los grandes problemas de la humanidad.
La segunda consideración es que, por encima de algunas expresiones aisladas de egoísmo radical, han predominado las demostraciones de solidaridad: se ha vuelto a demostrar que, en ante situaciones de urgencia, hay un fondo de humanidad, una disposición al bien común que se pone en movimiento, incluso a pesar de los riesgos que ello significa. Esta es una respuesta que debe reconfortarnos y recordarnos que la esperanza que sentimos no es vana ni infundada, sino que tiene asidero en los hechos.
La tercera cuestión es que, en alguna medida, hemos comprendido que la pandemia acelerará tendencias de la revolución digital, como, por ejemplo, el teletrabajo, la teleducación y los controles médicos a distancia. Esto significa que, una vez más, tal como ha ocurrido a lo largo de los milenios, la capacidad humana para adaptarse será puesta a prueba. La pandemia nos impulsará a la creación de una nueva normalidad, y de ello sabremos obtener el mejor provecho posible para el bienestar común.
Como cuarta consideración, quiero referirme a la escena económica, cuyas perspectivas son de verdadera dificultad. Ya se ha producido un impacto real sobre las empresas y el empleo, que tenderá a crecer en las próximas semanas. Encuestas realizadas en varios países muestran la extendida preocupación que hay entre trabajadores y empresarios por lo que viene. Crecerá el endeudamiento de los países y, lo más doloroso, la realidad de la pobreza.
Salvo excepciones, Gobiernos y organismos multilaterales han tomado medidas y aprobado presupuestos para auxiliar a empresas, a trabajadores sin empleo y a las familias más vulnerables. Lo mismo están haciendo empresas y bancos, dependiendo de sus posibilidades. Instituciones, oenegés y gremios de diversa vocación han entendido también que el apoyo a quienes lo necesiten debe ser una tarea primordial de la etapa en la que ya hemos entrado.
El quinto elemento es, sobre todo, una propuesta de cooperación: quizás ha llegado el momento en que empresas y empresarios den un paso adelante para contribuir a potenciar los sistemas de salud, los sistemas educativos, los usos de la tecnología y los proyectos que cumplan con los requisitos de la sostenibilidad.
Las nuevas realidades exigen lo mejor de nuestro ánimo y determinación. Personas de trabajo, emprendedores y aquellos que venían desarrollando proyectos están llamados a seguir adelante. El escenario no es solo de problemas: también de oportunidades para el progreso y la convivencia. Como toda crisis, también esta será un campo para la innovación, las redes de colaboración, la organización de familias y comunidades, la creación de empresas y el surgimiento de nuevos servicios. Nuestra adaptación debe ser activa. El provecho de evitar el pesimismo, entender los cambios y actuar servirá de guía a otros sobre cómo responder a las nuevas exigencias. En la etapa que se inicia, el espíritu de mutua colaboración y solidaridad debe mantenerse y potenciarse: a mayor cooperación, más pronto veremos los beneficios.
Por Juan Carlos Escotet, presidente de Banesco Internacional.
Esta es una transcripción del artículo publicado por el periódico español El País.