El expresidente Hipólito Mejía propuso un programa de 10 puntos para revolucionar la agricultura en América Latina, al momento de aceptar el nombramiento como Embajador de Buena Voluntad para el desarrollo agrícola sustentable, conferido por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).
Luego de un análisis de la situación actual de la agropecuaria el expresidente Mejía propuso:
-La adopción del seguro agrícola, ya que la agricultura es una actividad muy vulnerable frente a los desastres naturales y a la inestabilidad de los mercados;
-Invertir más y mejor en la investigación. pues la actualización del conocimiento es una condición necesaria para ser competitivos y eficientes.
-formular políticas que potencien la agricultura familiar y la crianza de animales menores, para el autoconsumo y para el comercio de bienes agrícolas, con el aporte esencial de la mujer;
-Formación de profesionales agrícolas capaces y motivados, para enfrentar los desafíos de nuestra agricultura, los cuales no se limitan a la tecnología, sino que tienen un alto contenido social.
-Integrar las tecnologías de la información y la comunicación, conocidas como las TIC´s a todos los procesos que convergen en la agricultura para estar conectados y actualizados;
-Dar importancia a la diversidad y heterogeneidad que caracteriza nuestra agricultura, tanto en lo referente a los diversos nichos climáticos, como al tamaño de los predios agrícolas.
-Coordinación de los subsidios aplicados a la agricultura de la región, adecuados a la realidad de cada país.
-Proteger las prácticas agrícolas propias de comunidades indígenas y afrodescendientes, por cuanto las mismas han demostrado a lo largo de muchos siglos que han sido fundamentales, tanto para la producción alimenticia, para la preservación del medioambiente, como para la preservación de la identidad cultural y étnica de sus integrantes.
-Propiciar proyectos pesqueros en las fuentes acuíferas, en las presas y lagos, y, obviamente, en nuestros mares adyacentes para aumentar la oferta de proteína animal y mejorar los ingresos.
-Concertar procesos de negociación para alcanzar acuerdos interregionales que permitan obtener un flujo comercial más eficiente para el intercambio de nuestros productos agrícola.
Estas propuestas permitiría contribuir a mejorar los ingresos de los productores de la región, impulsar la superación de la pobreza rural y ayudar alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, acordados por los países miembros de las Naciones Unidas, según Mejía.
Por último, propone que las decisiones sobre aspectos particulares de la agricultura en cada uno de nuestros países formen parte de políticas públicas coherentes y consensuadas entre el sector público y el sector privado.
Lea aquí el texto completo del discurso de Hipólito Mejía:
Amigos todos:
“Permítanme, al comenzar estas breves palabras, agradecer la compañía de los presentes en este significativo acto, así como los que siguen de manera no presencial esta actividad, en la cual el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura hace pública su resolución de designarme como Embajador de Buena Voluntad en el tema de Desarrollo Agropecuario Sustentable.
Sin lugar a dudas, el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), puede exhibir con orgullo importantes iniciativas en nuestra región que le han merecido el reconocimiento de los pueblos de América, no solo por sus aportes al desarrollo de la agricultura, la seguridad alimentaria, y la sostenibilidad de nuestros recursos naturales, sino también por su afán en el mejoramiento continuo de las condiciones de vida de los habitantes de nuestro mundo rural y el progreso de nuestros pueblos
“Los esfuerzos realizados para impulsar un nuevo modelo de agricultura, incluyendo, la pesca y la silvicultura, a nivel mundial regional y local, tienen la misión de no solo garantizar las necesidades alimentarias, de las generaciones de hoy y mañana preservando el medioambiente, sino que requieren, además, la responsabilidad de asegurar la rentabilidad de los agricultores en procura de una equidad social y económica, lo que es todavía un tema pendiente en la mayoría de nuestros países.
El desarrollo de una agricultura eficiente, rentable, sostenible, política y socialmente responsable ha sido, y seguirá siendo la principal razón y motivación de mi trabajo.
Por eso, al aceptar con humildad la distinción que hoy se me hace, valoro en su justa dimensión el significado del reconocimiento que recibo, por cuanto asumo con decisión y energía el reto que ella me impone, convencido de que ese es el camino correcto.
En efecto, la agricultura no ha sido solo la más importante actividad profesional de mi vida. Podría afirmar, sin temor a equivocarme, que mi pasión por la tierra y por la preservación de nuestros recursos naturales ha trillado el camino que le ha dado sentido a mi existencia.
Hoy, como muestra de ello, después de haber alcanzado las más cimeras posiciones de la actividad política dominicana, sigo lleno de brío y entusiasmo, dedicando lo mejor de mi tiempo al desarrollo de nuevas y mejores variedades de frutales, a la implementación de novedosas tecnologías para la producción agrícola, así como en la procura de mejores condiciones de vida para nuestra gente del campo.
Por tanto, que esa distinción que recibo venga de manos del IICA, institución reconocida como un útil y claro mecanismo de cooperación internacional para el progreso de nuestra américa, constituye un alto reconocimiento por mi trabajo en la agricultura.
Esta ocasión es por tanto propicia para que desde esta tribuna pueda compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el estado de la agricultura en nuestra región y su prospección hacia el corto, mediano y largo plazo, tarea a lo que, con su benevolencia, voy a dedicar algunos minutos.
Me gustaría comenzar por esbozar el rol de la agricultura en América Latina en la actual coyuntura.
La seguridad alimentaria es, sin duda, la misión principal de la agricultura. Es decir, que cada uno de nuestros países está compelido a potenciar todos los recursos disponibles dentro de sus fronteras para producir la mayoría de los alimentos que demandan sus habitantes.
Ese objetivo fundamental está íntimamente vinculado a garantizar la salud de nuestra gente, no solo porque desde nuestras unidades productivas deben salir suficientes alimentos para satisfacer la demanda de una creciente población, sino también porque la calidad de los productos agrícolas impacta directamente la salud.
Como muestra de esa relación entre agricultura y salud está la creciente conciencia de que debemos aumentar el grado de inocuidad de los alimentos que consume nuestra gente, a fin de reducir los riesgos inherentes al uso abusivo de sustancias lesivas a la salud.
Asimismo, la agricultura de la región está llamada a contribuir de manera creciente en el aumento de nuestras exportaciones para generar divisas que nos aseguren recursos financieros para el desarrollo.
Esas exportaciones, lo sabemos muy bien, nos reportan mayores ingresos cuando están destinadas hacia países desarrollados y que tienen monedas duras. Sin embargo, debemos también trabajar para fortalecer las exportaciones agrícolas dentro de nuestra región.
Eso es conveniente debido, en primer lugar, al hecho evidente de que hay países con extensos territorios y abundancia de recursos naturales para producir bienes alimentarios que otros países con menor superficie y con menos diversidad de ecosistemas no está en capacidad de producir.
Un ejemplo de lo que acabo de decir es el vínculo económico que existe entre el turismo del gran Caribe y la demanda de bienes para alimentar a sus visitantes.
En esta subregión, que cuenta con unos 45 millones de habitantes, en el año 2019, antes de la actual pandemia del COVID-19, se recibieron más de 30 millones de turistas.
En efecto, tenemos aquí una gran posibilidad de potenciar la economía circular en la región, agregando cadenas de valor mediante el intercambio de bienes alimenticios.
Dentro de las tierras agrícolas del mundo, América Latina y el Caribe cuentan con una invaluable riqueza natural compuesta por el 16% de los suelos agrícolas; el 33% de la superficie apta, pero no utilizada para la agricultura; el 23% de la superficie de bosques; el 50% de la biodiversidad; el 22% del agua fresca y el 31% de los 35 millones de kilómetros cúbicos de recursos de agua dulce del planeta.
Estos recursos conviertan a nuestra región en una fuente fundamental para la seguridad alimentaria y sostenibilidad ecológica global.
Por otro lado, de acuerdo con estudios recientes, en el año 2020 la población rural de los veinte países de América Latina era de aproximadamente 121 millones de personas, es decir, casi el 19 por ciento de la población total.
Para el Caribe anglófono la población rural era de aproximadamente 3.8 millones lo que representa el 32% de su población total.
Estos datos me parecen relevantes para resaltar el peso de la región en la agricultura, así como el rol fundamental de ese sector económico en su contribución a la reducción de la pobreza, especialmente de la pobreza rural.
En efecto, una mirada a la región nos dice que es en el mundo rural donde la pobreza muestra su rasgo más deprimente.
En ese universo, resalta sobre todo la precariedad en el acceso a muchos servicios básicos, a una educación de calidad, a un empleo digno, y, particularmente, a la oportunidad de mejorar su calidad de vida.
Por esos altos niveles de pobreza rural, es que se mantiene vigente uno de los grandes dramas de nuestra región. Me refiero, señoras y señores, a la migración campo-ciudad, causada por la desesperada búsqueda de bienestar en las ciudades por parte de aquellos a quienes se les ha negado una vida digna en nuestras zonas rurales.
Asimismo, es la pobreza rural, combinada con la pobreza urbana, la que está hoy día forzando a decenas de miles de nuestros hermanos y hermanas a buscar una mejor vida cruzando las fronteras para llegar hacia tierras más promisorias, en muchos casos a riesgo de sus propias vidas.
Un aporte tangible que la agricultura está llamada a realizar para reducir la pobreza consiste en fortalecer aquellas actividades productivas que generen cadenas de valor, tales como la agroindustria, el turismo rural y el turismo ecológico.
Desde esa perspectiva integral, llegamos a la conclusión de que nuestro mundo rural encierra un potencial que trasciende la producción de bienes alimenticios.
En otras palabras, el mundo rural de nuestra región constituye un excelente espacio para crear oportunidades que impacten todos los ámbitos económicos y sociales.
Esa afirmación nos lleva a destacar el hecho de que, aunque el aporte de la agricultura al producto interno bruto ha disminuido en las últimas décadas, lo cierto es que sigue siendo una actividad económica fundamental para la sostenibilidad del desarrollo en nuestros países.
Ese innegable rol económico no es suficientemente reconocido por las cuentas nacionales, ya que en los hechos, la materia prima generada en el sector primario, se convierte en insumo para el sector manufacturero y, en ese proceso de circulación, impacta también grandemente el sector de servicios.
Consecuentemente, el desafío que tenemos por delante consiste en formular y poner en práctica aquellas políticas públicas que articulen alrededor de la agricultura cadenas de valor tan diversas y productivas como seamos capaces.
Señoras y señores:
Lo dicho anteriormente nos conduce a reconocer una verdad indiscutible: la innovación tecnológica es un imperativo para la agricultura de la región.
En efecto, en la mayoría de nuestros países la frontera agrícola está literalmente agotada. Por tanto, resulta ineludible la tarea de aumentar la productividad de cada unidad de superficie dedicada a la producción de alimentos, mediante el uso de paquetes tecnológicos, sustentados en la investigación y la innovación.
Esos paquetes tecnológicos, sin embargo, deben estar adecuados a la realidad de cada país, de cada región y de cada localidad, para que puedan aplicarse de manera exitosa.
La adecuación a que nos referimos está íntimamente vinculada con la transferencia tecnológica desde los centros de investigación hacia los usuarios de las mismas, tanto de los profesionales agrícolas como de los productores.
Consecuentemente, la capacitación de esos recursos humanos debe constituir para el sector una prioridad insoslayable.
Son precisamente esas personas capacitadas las que estarían al frente de los aspectos tecnológicos inherentes a la producción agrícola, tales como mejoramiento genético, manejo integral de plagas, uso de insecticidas amigables con el medioambiente, sistemas de riego eficientes, el uso de semillas de calidad, y la utilización adecuada de los suelos.
Lógicamente, la capacitación de recursos humanos para la agricultura debe también incluir a quienes están al frente del manejo post cosecha, el almacenamiento, el transporte y la comercialización.
Un eje transversal de nuestras políticas públicas para fortalecer la agricultura deberá estar constituido por todo lo relacionado con el uso adecuado y la preservación de nuestros recursos naturales, de manera especial el agua y los suelos.
Para asegurar la disponibilidad de agua es imperativo que protejamos nuestras cuencas hidrográficas; que aumentemos la cobertura boscosa; y que reduzcamos la erosión de nuestros suelos como formas de hacer, literalmente, una siembra de agua en nuestros valles y montañas.
Asimismo, estamos compelidos a cuidar nuestra vida silvestre, así como a proteger de manera efectiva nuestros ríos, nuestras playas, nuestros arrecifes, y nuestros sistemas costeros.
Al hablar de la importancia del medioambiente y los recursos naturales para la agricultura, estamos obligados a reflexionar sobre el impacto del cambio climático y el calentamiento global en la productividad agrícola de nuestra región.
Está demostrado que el calentamiento global impacta de manera directa los regímenes de lluvia y la severidad de muchas plagas.
Este es, amigos y amigas, un tema de importancia estratégica para todos.
Es triste reconocer que la productividad agrícola ha decaído significativamente a consecuencia del cambio climático.
En efecto, un estudio reciente hecho por académicos de la universidad de Cornell, en Estados Unidos, demuestra que en los últimos 60 años la productividad agrícola mundial ha declinado en cerca de un 21% como consecuencia del cambio climático.
Esa pérdida representa la producción total de siete años.
El referido estudio nos dice que el descenso en la productividad agrícola resultó más pronunciado en regiones cálidas. En el caso de América Latina y El Caribe, esa reducción alcanzó hasta un 26%.
Estos datos, sin lugar a dudas, representan una clara advertencia para todos nosotros.
Ese hecho ha ocurrido al mismo tiempo que se ha incrementado el uso de la tecnología en la agricultura.
Por consiguiente, la conclusión lógica a que debemos llegar es que los paquetes tecnológicos que apliquemos en la agricultura deberán tener el menor impacto negativo posible en nuestros recursos naturales.
En otras palabras, sin la protección del medioambiente es imposible alcanzar una agricultura sostenible.
Amigas y amigos todos:
Luego de haber visto la realidad y el potencial de nuestra agricultura, quiero, a manera de conclusión, formular algunas propuestas que considero podrían ser de provecho para la agricultura y el mundo rural de nuestra región.
En primer lugar, formular políticas que potencien la agricultura familiar y la crianza de animales menores, tanto por su aporte al autoconsumo como por su vinculación con el comercio de bienes agrícolas.
Un componente esencial de esa práctica es el extraordinario aporte que hace la mujer rural de América Latina y El Caribe.
En segundo lugar, debemos trabajar para formar profesionales agrícolas capaces y motivados para enfrentar los múltiples desafíos de nuestra agricultura. Como hemos visto, esos desafíos no se limitan a la tecnología, sino que tienen, además, un alto contenido social.
En tercer lugar, debemos integrar las tecnologías de la información y la comunicación, conocidas como las TIC´s a todos los procesos que convergen en la agricultura.
Entre los beneficios de la TIC´s estaría nuestra capacidad para estar conectados y actualizados con la información que se genera dentro de la región y en todo el mundo.
En cuarto lugar, propongo darle la importancia que merece a la diversidad y heterogeneidad que caracteriza nuestra agricultura, tanto en lo referente a los diversos nichos climáticos, como al tamaño de los predios agrícolas.
En quinto lugar, creo pertinente de coordinación de los subsidios aplicados a la agricultura de la región, adecuados a la realidad de cada país.
En sexto lugar, propongo proteger las prácticas agrícolas propias de comunidades indígenas y afrodescendientes, por cuanto las mismas han demostrado a lo largo de muchos siglos que han sido fundamentales, tanto para la producción alimenticia, para la preservación del medioambiente, como para la preservación de la identidad cultural y étnica de sus integrantes.
En séptimo lugar, propongo crear mecanismos En primer lugar, propongo que asumamos como una prioridad invertir más y mejor en la investigación. En nuestros tiempos, la actualización del conocimiento se ha convertido en una condición necesaria para ser competitivos y eficientes.
Esa iniciativa es inseparable de la adopción del seguro agrícola, ya que la agricultura, por definición, es una actividad muy vulnerable frente a los desastres naturales y a la inestabilidad de los mercados.
En octavo lugar, considero oportuno propiciar proyectos pesqueros en las fuentes acuíferas, en las presas y lagos, y, obviamente, en nuestros mares adyacentes para aumentar la oferta de proteína animal y mejorar los ingresos.
En noveno lugar, debemos concertar nuevos procesos de negociación para alcanzar acuerdos interregionales que nos permitan obtener un flujo comercial más eficiente para el intercambio de nuestros productos agrícolas.
Esto nos permitiría contribuir a mejorar los ingresos de los productores de la región, impulsar la superación de la pobreza rural y ayudar alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, acordados por los países miembros de las Naciones Unidas.
Por último, propongo que las decisiones sobre aspectos particulares de la agricultura en cada uno de nuestros países formen parte de políticas públicas coherentes y consensuadas entre el sector público y el sector privado.
Las alianzas público-privadas están demostrando que son la respuesta correcta a los desafíos que enfrenta la agricultura latinoamericana y caribeña en el contexto de la economía global.
Esos nuevos conocimientos deberán surgir desde los centros de investigación.
Amigos y amigas de América Latina y El Caribe:
Al hablarles hoy sobre el presente y el futuro de la agricultura de nuestra región, he querido enviar un mensaje que promueva la solidaridad y la cooperación entre nuestros países.
Es solo a través de un esfuerzo conjunto que estaremos en capacidad de enfrentar nuestros desafíos comunes y hacer el mejor uso posible de los inmensos recursos naturales y humanos que tenemos a nuestra disposición.
Debemos mirar no solo a la realidad presente sino también hacia el horizonte de un futuro que nos toca ahora construir, para entregar a las próximas generaciones una región latinoamericana y caribeña donde predominen la justicia, la equidad y las oportunidades.
Gracias de nuevo, amigos y amigas del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura por la distinción que hoy me han otorgado. Siempre recordaré este día, con especial gratitud y regocijo”.