Acurrucado en el patio, el camarero Michael Anderson estaba seguro de que iba morir mientras escuchaba cómo en el interior del club Q un atacante mataba a sus amigos y compañeros.
“Me sentí solo, realmente solo y aterrorizado”, explica a la AFP. “No tenía mi teléfono conmigo. Tenía miedo de no poder despedirme de mi madre”.
Momentos antes, había estado sirviendo copas en el Club Q, un local LGBTQ de larga tradición en Colorado Springs, cerca de las Montañas Rocosas, en Estados Unidos.
Acababa de celebrarse un espectáculo de drags por el Día de la Memoria Transgénero, que se conmemora internacionalmente el 20 de noviembre, cuando entre la música se empezaron a colar chasquidos.
“Miré hacia arriba y vi la sombra de una persona alta que sostenía una pistola. Vi el rifle”, rememora. “Ráfaga tras ráfaga. Fue absolutamente aterrador”.
“Me metí detrás de la barra. Los cristales volaban a mi alrededor, como si hubiera balas que destrozaran las botellas y todo lo que había allí”.
Por temor a recibir un balazo, Anderson se arrastró hasta el patio, donde él y un compañero se agacharon entre una pared y una cabina en busca de protección.
Un cañón que sobresale
En el interior, un hombre que sería detenido por la policía e identificado como Anderson Lee Aldrich, de 22 años, disparaba indiscriminadamente contra los asistentes. Mató a cinco personas e hirió a otras 18, algunas de gravedad. Y pudo ser peor.
“Vi una pistola que salía de la puerta hacia el patio, el cañón de una pistola asomando”, recuerda Anderson. “Es cuando más miedo tuve porque sabía lo que iba a pasar. Iba a encontrarnos”.
Hasta que dos “héroes“, a los que Anderson les estará siempre agradecido, pusieron fin a la aventura del atacante.
Según la policía, dos asistentes al club se abalanzaron sobre el atacante y lo sometieron.
Al levantar la vista, Anderson lo vio derribado al suelo. “Hubo gente muy valiente que le golpeó y le dio puñetazos, impidiendo que hiciera más daño”, recuerda.
“No sé quién lo hizo. Pero me gustaría saberlo porque estoy muy agradecido. Anoche me salvaron la vida”.
Retórica antigay
Este tipo de violencia es habitual en Estados Unidos, pero para Anderson y otros miembros de la comunidad LGBTQ de Colorado Springs, una ciudad de medio millón de habitantes, la amenaza parecía remota.
“La comunidad aquí está muy unida. Todo el mundo se conoce. Somos como una familia”, explica.
“Cuando empecé a trabajar en el Club Q (…) mi gerente me dijo: ‘Eres parte de nuestra familia’. Ahora estamos aquí para ti”.
“Siempre pensamos que nunca podría ocurrir aquí, nunca en Colorado Springs, nunca en el Club Q”, continúa. “Pero tal vez nos decíamos eso para poder salir y sentirnos seguros”.
Anderson espera que el tirador pase el resto de su vida en prisión. Y el país, en su opinión, necesita cambiar de cara.
Hace menos de quince días, durante las elecciones de mitad de mandato, varios candidatos en busca de votos amplificaron su retórica antigay y antitrans.
Los políticos deben replantearse su estrategia: “La gente que vomita este tipo de cosas cree que es inofensiva, que solo forma parte de su guerra cultural, pero su guerra cultural tiene consecuencias reales y lo he visto por mí mismo”.