AFP.- Ángela Merkel, con una popularidad “inoxidable”, se dispone este otoño boreal a pasar página de 16 años en el poder, dejando un gran vacío en Alemania y en el mundo, pese a su desigual legado.
Tras las elecciones del 26 de septiembre y unas negociaciones que se anuncian complejas para formar gobierno, Merkel se retirará de la escena política, tras igualar el récord de años de su mentor Helmut Kohl.
La líder de 67 años sigue mientras tanto movilizada en todos los frentes, desde las inundaciones a la crisis afgana, pasando por Rusia y Ucrania, y apoyando al candidato de su formación en los comicios, Armin Laschet.
El 2019 parece haber quedado ya muy lejos para la dirigente alemana, al frente de una gran coalición que daba muestras de agotamiento, sobrepasada por la movilización de los jóvenes a favor del clima.
Como símbolo del crepúsculo de su gobierno, unos incontrolables temblores afectaron a Merkel durante unas ceremonias oficiales y generaron dudas sobre la capacidad de esta “infatigable” canciller para concluir su cuarto y último mandato.
Pero la pandemia del coronavirus llegó e impulsó su popularidad, sin duda envidia de todos los dirigentes europeos. Tres cuartas partes de los alemanes se dicen satisfechos de su acción al frente del país, según un sondeo Infratest Dimap publicado en agosto.
– El “mayor desafío” –
Incluso se oyeron voces durante la pandemia que reclamaban un quinto mandato, pero la primera mujer en dirigir Alemania lo descartó de plano.
Esta científica de formación realizó una gestión casi sin fallas del covid-19 y supo comunicar con pedagogía y de forma racional, para hacer frente al “mayor desafío”, según ella, desde la Segunda Guerra Mundial.
El confinamiento, que le recordó su vida en la ex-RDA, constituyó, a su juicio, “una de [sus] decisiones más difíciles”, si bien Alemania registró una situación menos dramática que gran parte de sus vecinos europeos.
La pandemia y sus consecuencias económicas y sociales dramáticas también le han permitido a “Mutti” (mamá), como la llaman cariñosamente muchos alemanes, adaptarse a la crisis cambiando de paradigma.
Esta ferviente defensora de la austeridad europea tras la crisis financiera de 2008, pese a la asfixia de Grecia, propulsó el aumento del gasto y la mutualización de la deuda, lo único, según ella, que podía salvar el proyecto europeo.
En 2011, la catástrofe nuclear de Fukushima en Japón la convenció rápidamente para iniciar el abandono progresivo de la energía nuclear en Alemania.
– Decisiones de riesgo –
Pero, quizá, su apuesta política más osada la realizó en el otoño de 2015 cuando decidió abrir las puertas a centenares de miles de solicitantes de asilo sirios e iraquíes.
Pese a los temores de la opinión pública, prometió integrarlos y protegerlos. “¡Lo lograremos!”, espetó. Se trata, quizá de la declaración más sorprendente pronunciada por Merkel, bastante reacia a los discursos apasionados.
Hasta entonces, esta doctora en Química que sigue llevando el apellido de su primer marido y no tiene hijos había cultivado una imagen de mujer prudente e incluso fría, sin aristas, que adora las papas, la ópera y el senderismo.