El ruandés Félicien Kabuga fue detenido en un suburbio de París, informa Reuters con referencia a las autoridades francesas.
“De 84 años, vivía con una identidad falsa en un apartamento en Asnières-sur-Seine, gracias a una mecánica bien trabajada y con la complicidad de sus hijos”, cita la agencia a la Fiscalía General de la capital francesa.
Según el Mecanismo Residual Internacional de los Tribunales Penales de la ONU, Kabuga era “uno de los fugitivos más buscados” y uno de los principales organizadores del genocidio ruandés de 1994.
Más rápido que el Holocausto
La población Ruanda, una pequeña nación de África oriental, consiste principalmente en dos grupos étnicos, los hutus y los tutsis. A inicios de la década de 1990, estos dos pueblos, que conformaban respectivamente un 85 % y un 14 % de la población del país, estaban sumergidos en un profundo conflicto ligeramente suavizado por el Gobierno del presidente Juvénal Habyarimana, que trataba de integrar a ambas etnias.
No obstante, el 6 de abril de 1994 el avión en el que viajaban Habyarimana y su homólogo burundés, Cyprien Ntaryamira, fue derribado cerca de la capital de Ruanda, Kigali. La situación fue aprovechada por los militares hutus para tomar el poder, y prácticamente de manera inmediata se iniciaron los asesinatos en masa de tutsis.
Las matanzas, perpetradas tanto por soldados como por la milicia de los radicales hutus, la Interahamwe, cesaron solo en julio cuando el Frente Patriótico Ruandés, integrado principalmente por tutsis, derrotó al Ejército gubernamental. Se estima que en los 100 días que duraron las masacres murieron entre 800.000 y un millón de tutsis y de aquellos hutus que los defendían. La velocidad a la que se ejecutó el genocidio fue más alta que la del Holocausto, indica el investigador Alex Bellamy.
Radio y machetes
De acuerdo con el historiador Alexis Herr, Félicien Kabuga estuvo preparando el genocidio desde 1990.
Siendo uno de los empresarios más ricos de Ruanda, tenía fuertes vínculos en el Gobierno, y dos de sus hijas se casaron con un presidente y un ministro del país. Además, controlaba la emisora Radio Televisión Libre de las Mil Colinas (RTLM).
Antes de abril de 1994, RTLM emitía propaganda racista contra los tutsis —a los que se refería como cucarachas— y los hutus moderados. Con el inicio del exterminio, la radio empezó a actuar como medio de comunicación de la Interahamwe y sus partidarios, informándoles de dónde se refugiaban los tutsis.
En un reciente estudio, el sociólogo David Yanagizawa-Drott estimó la contribución de la Radio de las Mil Colinas en las matanzas. Basándose en la frecuencia de los asesinatos en aldeas donde se recibía la emisora y en otras donde no se recibía, determinó que la propaganda de la Radio de las Mil Colinas aumentó el número de muertes en unas 51.000.
“Las transmisiones aumentaron la violencia de la milicia no solo directamente al influir en el comportamiento en las aldeas con recepción de radio, sino también indirectamente al aumentar la participación en las aldeas vecinas”, indicó el investigador.
Aparte de garantizar la campaña propagandística, Kabuga proporcionó a los extremistas hutus armas —principalmente machetes— y uniformes.
Casi 26 años en fuga
A pesar de jugar un papel clave en el genocidio, Kabuga logró escapar de Ruanda en junio de 1994. Primero llegó a Suiza, pero ese país se negó a concederle refugio y el empresario voló al Congo y, posteriormente, a Kenia. Después fue visto en el sudeste asiático y Bélgica.
No obstante, y pese a que se ofrecía una recompensa de 5 millones de dólares por información que permitiera establecer su paradero, Kabuga pudo escurrirse de la justicia internacional durante más de dos décadas.
El portavoz de la ONU, Stéphane Dujarric, se congratuló por el arresto de Kabuga y destacó que su detención “envía el poderoso mensaje de que los sospechosos de cometer tales crímenes no pueden escapar de la justicia y finalmente serán responsables”.
Fuente: RT