El alma humana está poblada de sentimientos, algunos luminosos y otros tan oscuros como un hoyo negro, pero ninguno tan corrosivo como la envidia. Las artes, sobre todo las musicales, han visto ejemplos como el de Salieri y Mozart, de estos y otros demonios nos habla Club de Jazz.
Los recorridos temporales de las tres historias que vemos aquí demuestran la supervivencia de los recelos que despiertan los talentos sobresalientes en los espíritus mediocres. Los contextos sociales y personales son útiles para explicar este fenómeno porque lo reproducen en sus interioridades.
Las artes, en tanto reflejo de todo lo humano y de la sociedad en la que crece el hacedor artístico, no solo incluyen estas actitudes viles sino que como demuestra el filme, entre aquellos tocados por las sensibilidades expresivas, se agazapan esos sentimientos oscuros.
La película se construye en tres actos vertebrados por las memorias de un club de jazz. La primera (Saxo Alto), es la de un niño pobre y prodigioso quien aspira ganar un concurso de jazz a finales de la década del 50. La segunda (Contrabajo con arco) relata las vivencias de un bajista virtuoso y un crítico en los años 90, y la tercera (Piano solo), presenta la carrera prometedora de un joven pianista de pueblo, en la actualidad.
Esteban Insausti dirige y se hace cargo del guion y conduce un elenco compuesto por Héctor Noas, Yailene Sierra, Samuel Claxton, Mario Guerra, Claudia Valdés, Luis Alberto García y Claudia Monteagudo, Raúl Capote, Yasel Rivero, Álvaro Rodríguez, Pedro Pablo Bernal y otros más. En blanco y negro, con una duración de 1 hora y 45 minutos se está exhibiendo en el Colonial Gate 4D Cinema de la Ciudad Colonial, martes y jueves hasta el 22 de agosto.
Saxos, contrabajos y pianos
Los sueños se tropiezan con las pequeñeces humanas, en la primera historia, “Saxo alto”, el niño negro, Ángel Herrera (Álvaro Rodríguez) sueña con Charlie Parker y New York, mientras que Jacinto Morales (Pedro Pablo Bernal), sueña con tocar el violín en una orquesta de ballet. Joaquín (Héctor Noas), el padre de Jacinto, desea el éxito de su hijo sin reparar en límites éticos, mientras que Gonzalo (Samuel Claxton), el abuelo de Angel, sueña con su triunfo apelando al talento y al trabajo duro.
La segunda historia “Contrabajo con arco”, es un triángulo autodestructivo que se salda con el épico enfrentamiento soterrado entre la genialidad musical de Israel D’Rivera (Raúl Capote) y la envidia castrante Amado Ocampo (Mario Guerra) y su crítica venenosa e interesada, en un duelo de enemigos íntimos, en medio del cual se encuentra la compañera de Israel , Carmen (Claudia Valdés) . Ambos están conscientes de lo que se juegan, como nos lo revela este dialogo: Israel: -Yo sé bien quien soy, no me hace falta nadie para eso. A lo que replica Amado: -Siempre hace falta.
En “Piano solo” la tercera historia, el gran maestro del jazz Lázaro Contreras (Luis Alberto García), va cerrándole puertas a Leo Moisés (Yasel Rivero), sin que el ingenuo muchacho se dé cuenta hasta que es demasiado tarde. La experiencia del viejo diablo aniquila la confianza del talento en ciernes, quien busca echarle la culpa a un dios que no la tiene. Leo y solo Leo, es el autor de su hundimiento, con los aportes del Salieri tropical, por supuesto.
Esteban Insausti conduce esta fábula sobre la envidia con un oficio al parecer aprendido de las arañas, tejiendo con sutileza una obra profunda, dotada de una narrativa que hurga en la cotidianidad de una sociedad, la cubana, que funciona como metáfora de toda la humanidad. La fluidez y la limpieza expresiva del guion de Insausti dotan al film de una belleza orgánica.
En el esquema coral de las actuaciones, Héctor Noas logra con Joaquín proyectar los matices de un personaje sin límites éticos para alcanzar lo que quiere, al igual que un Luis Alberto García, encarnando a un maestro celoso como Lázaro Contreras. Las palmas se las lleva Mario Guerra, transformado en Amado Ocampo, un castrado musical en labores de crítico, una mimetización que Guerra lleva a niveles de virtuosismo.
La música compuesta por Juan Manuel Ceruto, y la banda sonora de Osmany Olivare se articulan naturalmente a las formas y al fondo sin desviarse un milímetro. La otra pata de esta ejecución está en la dupla fotográfica de Ángel Alderete y Alejandro Pérez, cuyas angulaciones, movimientos, iluminación, destrezas compositivas o el uso de un blanco y negro con muchos matices, amplifican la efectividad estética de Club de Jazz.
Una de las cosas que más llama la atención en esta película es el montaje, debido a la ejecución de su autora Angélica Salvador, quien lo construyó en la línea de lo que Walter Murch describe como montaje invisible, cuando la presencia del montajista o montaje desaparece para resaltar la expresividad cinematográfica, como pasa en esta obra.
All that jazz.
Las imágenes están llenas de formas geométricas, de claroscuros, blancos impolutos, de contrastes, y sus espacios guardan un orden minimalista, casi monacal, en una línea de sencillez visual que potencia el discurso expresivo sin elementos accesorios que lo estorben.
Club de Jazz podría denominarse pequeña fabula singular de la envidia, y su realizador Esteban Insausti, el cronista discreto pero atento que corporiza un sentimiento tan antiguo como destructivo. Las artes, musicales o no, están llenas de ejemplos como los vistos en las tres historias que componen esta película.
Humberto Almonte- Productor y Analista de Cine.
Fuente: LaRevistaDiaria