El carnaval de Rio entró este sábado en su segunda noche de viaje hipnótico, cuerpos desenfrenados y emoción a flor de piel, con desfiles que reivindican con orgullo las raíces africanas de Brasil.
Todavía con la resaca de la víspera, las gradas del Sambódromo rugieron con el pistoletazo de salida, pidiendo más fantasía, más calor, más frenesí.
La primera ‘escola’ Paraíso de Tuiuti sirvió un espectáculo de cuerpos esculturales negros liberándose de la esclavitud para convertirse en divinidades orishás y leyendas como Nelson Mandela y Barack Obama, y también Beyoncé.
Vestida con tutú rosa y una diadema de plumas, la pequeña Sofía de ocho años saltaba incansable sobre su silla como si fuera un resorte: “¡Voy a ver a mi mamá desfilar!, ¡Voy a ver a mi mamá!”, contaba con los ojos brillantes en su primer carnaval en el Sambódromo.
Rio de Janeiro recuperó el viernes el epíteto de capital mundial de la fiesta popular tras más de dos años sin carnaval debido a la pandemia.
Y los brasileños demostraron que su alegría de vivir sigue intacta, pese a haber perdido a más de 660.000 compatriotas por el covid y entrado en crisis económica.
“El brasileño es optimista”, “piensa que al final todo va a salir bien”, resumió a la AFP Nivana Chagais, de 56 años, que tres horas antes del inicio ya lucía ataviada de la cabeza a los pies con un pesado disfraz del poderoso orixá Xango.
Chagais desfilará por partida doble ante unas 70.000 almas y un estricto jurado que coronará al mejor espectáculo de las dos noches.
Raza e identidad
“Tengo sangre noble de Mandela y de Zumbi en las venas del pueblo de mi Tuiuti”, reza la letra del primer desfile de Chagais, con Paraíso do Tuiuti.
Esa exaltación de la raza negra motivó también a Camila Oliveira, de 31 años, a desfilar este año por primera vez.
“Estoy aquí reforzando mi identidad, valorando una estética, mi pueblo”, dijo esta profesora que trabaja en educación antirracista.
Otras ‘escolas’ electrizarán el Sambódromo, como la histórica Portela, que exaltará el árbol baobab, símbolo africano, y Unidos da Tijuca, centrado en la sabiduría ancestral indígena.
El carnaval, de origen popular, es también una herramienta de reivindicación social que permite dar la voz a las poblaciones de las marginadas favelas de Rio.
En los últimos años, las ‘escolas’ denunciaron de forma más o menos explícita el gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro, criticado por haber socavado los derechos de las minorías como los indígenas, cuyas tierras son objeto de una creciente explotación.
Sin dinero
Tradicional atractivo para el turismo extranjero y maná para la economía local, el carnaval fue sin embargo este año una fiesta sobre todo para brasileños, con solo 14% de foráneos, respecto a 23% en 2020.
Las celebraciones se realizan dos meses después de las fechas tradicionales y sin los ‘blocos’ callejeros, que cada año convierten a Rio de Janeiro en una inmensa pista de baile abierta 24 horas sin reglas y con excesos.
Pero para Leandra Llopis, de 47 años, y más de 20 ocupándose de la logística de varias ‘escolas’, ve motivos para alegrarse.
“Fue una carrera de obstáculos llegar a tiempo al carnaval” en el Sambódromo, confiesa esta carioca mientras da las últimas instrucciones a unos bailarines.
“Debido a la pandemia, nos faltaron recursos. La gente ahora está sin dinero en Brasil y los desfiles tienen un coste enorme”, explica esta profesional.
El sector privado financia la mayor parte de los desfiles, cuyas carrozas y vestimentas alcanzan sumas de varios cientos de miles de dólares.
Las ‘escolas’ por ejemplo debieron anular durante muchos meses los ensayos, una fuente de ingresos gracias a los aficionados que asisten y hacen donaciones.
“Pero al final para el carnaval, la gente siempre se las apaña”, concluye Llopis.