Frank Báez (Santo Domingo, 1978) acaba de regresar de un fin de semana largo en el pico Duarte, el más alto de todas las Antillas, cuando se dispone a hablar con BBC Mundo.
Cuando, arriesgándome a dejar mi ignorancia geográfica en evidencia, le digo que una montaña de 3.000 metros es la última imagen que se me viene a la cabeza al pensar en el Caribe, el poeta y cronista dominicano asiente enérgico.
“¿Verdad? ¡Nunca, uno siempre piensa en la playa!”, exclama. “Y allí baja la temperatura a cero grados. ¿Quién se imagina eso en República Dominicana?”.
Es el punto de partida perfecto para una conversación que versará sobre el Caribe más allá del eslogan, algo que él ya trata de desmontar con su colección de crónicas titulada “Lo que trajo el mar”, o con sus poemarios “Jarrón y otros poemas”, “La Marilyn Monroe de Santo Domingo” o “Postales”, con el que obtuvo en 2009 el Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña.
El Caribe y su fuerza -física y metafórica- están en el corazón de su obra.
De acuerdo, también hay montañas en el Caribe, pero en tu poesía y en tus crónicas si algo hay es mar. Eres un poeta que se sienta en el malecón a mirar las aguas del Caribe.
Es que yo crecí prácticamente frente al mar, en un barrio que se llamaba precisamente Miramar.
El mar era el paisaje, pero no solo eso, era el horizonte que siempre te llevaba a la aventura. Te creaba esa ilusión de lo que puede haber más allá.
Quizá un paisaje montañoso tienda más a taparte la mirada, mientras que el mar te la expande.
El Caribe jugaba, pues, un papel muy determinante en la infancia. Muchas de las dinámicas tenían que ver con él, y durante la temporada de huracanes uno trataba de mantenerse lejos.
Porque es un mar plácido, pero también ruge, se te mete en casa y se lleva todo por delante. ¿Cómo se vive con eso y cómo marca la vida y el carácter de los caribeños?
El mar era un paisaje muy grato en los días soleados, pero cuando vienen los huracanes se vuelve una entidad peligrosa. Y uno reacciona a eso.
“Los caribeños tenemos mucho de eso, de esa violencia” que a veces tiene el mar Caribe, has dicho en alguna entrevista.
Hace poco hablaba con una amiga sobre Luis Díaz, el padre del rock dominicano y un músico muy influyente que dejó su impronta en Juan Luis Guerra y en un montón de autores, merengueros, bachateros y músicos en general.
Ella se refería a él diciendo que tenía un comportamiento caribeño, para explicar que de un momento a otro, tras la placidez y la buena onda, rugía. Tenía ese Caribe dentro, y creo que todos lo tenemos y que tendemos a tener ese comportamiento del mar que estalla.
Es quizá la herencia de los indios Caribe, que estuvieron por acá y que fueron los grandes guerreros a los que todas las otras tribus, los taínos, los ciguayos, temían. Eran terribles.
De hecho, fueron el némesis de los conquistadores.
Hay un poquito de eso y un poquito de lo otro, de la dulzura y la buena onda. Es una mezcla. Y creo que el mar es una buena metáfora para describir esto, porque como Baudelaire decía, el mar define un poco el alma.
República Dominicana y el Caribe en general es lo que muchos ven desde la cubierta de un crucero. ¿Pero qué es lo que no ven más allá de la postal de una región “bañada por un mar azul turquesa, con gente bella y dotada para el amor”, como tú mismo la has descrito?
La Secretaría de Turismo limpia las playas cuando la temporada de cruceros, para que los turistas no vean la suciedad, la podredumbre, la contaminación que hay en la costa. Y es esa la postal que ven.
Pero este es un país de 10 millones de habitantes en el que suceden muchas cosas y que es muy influyente. Y lo pienso en términos de la música, pero también de dominicanos que se han expandido por el mundo.
Cualquier barrio es un laboratorio de música, de lo que será tendencia dentro de tres, cuatro años.
Aquí están pasando cosas creativamente muy interesantes, pero para eso hay que meter los pies en el agua, hay que meterse en los barrios y acercarse a la gente.
Es lo que haces tú, meterte a los barrios. Y así, tu trabajo está lleno de personajes como el manco que mendiga un derretido, la camarera del restaurante Barra Payán Irenita cuya vida en sí misma merece una novela, el evangélico que se fue de polizón, el artista plástico de talento reconocido que pasó por el manicomio y vive rozando la indigencia. ¿Asumes como una misión mostrar ese Caribe que no se ve?
Sí, pero lo que hago en esencia es contar el entorno. Porque al final, uno como escritor hace lo mismo que hacía Cervantes, que ponía a pasear a ese personaje (Don Quijote de la Mancha), que se encontraba con toda esa gente con una vida tan profunda e interesante, y se daba cuenta de que no era necesario recurrir a la fantasía, porque la realidad era tan fantástica que uno no tenía otra que simplemente registrarla.
Por eso me gustan las crónicas, porque es una manera de poner la mirada en esos personajes que están ahí, tan variopintos y fascinantes, y a la vez tan poco retratados en la literatura.
Ahora que has mencionado a Cervantes, hay algo que tienen en común su literatura y la tuya: la ironía, el humor. ¿Es el recurso que has encontrado para contar esas estampas que en realidad poco tienen de gracioso, que son más bien duras?
Exactamente. Esa es la ironía cervantina: la manera de contar esas tragedias de la vida pero con gracia. Porque al final es lo que decía T. S. Eliot, nadie puede soportar tanta realidad.
La vida es dura aquí. Solo hay que buscar las estadísticas para darse cuenta de la desigualdad, de cuán al borde se vive. Y el humor es quizá el mecanismo que encuentra la gente para lidiar con su realidad, para sobreponerse a la tragedia que es la vida.
Así que, al final, no es tanto que yo aporte el humor. El humor ya está ahí.
Esa realidad se debe, en parte, al pasado de la región. En ese sentido, has dicho que la industria turística de hoy en el Caribe tiene algunos remanentes del sistema esclavista y colonial. ¿Podrías ahondar en eso?
Te lo explico con un ejemplo.
Hay temporadas en las que hay tanto sargazo que se hace imposible disfrutar de las playas. Así que por la mañana, justo antes de que se despierten los turistas, una brigada saca toda esa macroalga flotante y maloliente del mar y la entierra.
Y cuando esa gente que ha pagado US$5.000, US$7.000, US$8.000 para estar ahí se levanta, ya tiene la playa limpia. Es como si eso nunca hubiera ocurrido.
Es lo que David Foster Wallace contaba en su famosa crónica de un viaje en crucero (“Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”, encargada en 1995 por la revista Harper’s): que todo está dispuesto para que el cliente, el turista, se sienta como si estuviera en el útero materno.
Es esa idea de servilismo que encuentras en los resorts, en esas cadenas de hoteles, que a su vez están rodeadas de comunidades que viven bien pobremente, al borde.
Si lo analizamos un poco, los referentes han cambiado, pero es tanta la desigualdad que no hay mucha diferencia con aquella sociedad esclavista, de las plantaciones.
Los que no somos caribeños tenemos una imagen, en general, muy uniforme del Caribe. Pero tú defiendes su heterogeneidad, los “pedacitos de jarrón roto” de la región insular que decía Derek Walcott, con algunos elementos que la unen. ¿Qué es para ti lo Caribe, la “caribidad“?
Esto es como cuando te preguntan qué es la poesía y para definirla acabas recitando un poema.
Para empezar, en términos geográficos se podría argumentar que está constituida por las islas situadas alrededor del mar Caribe.
Ahora bien, ¿qué hacemos con las islas situadas fuera del mar Caribe como Bahamas y Barbados?, ¿no son caribeñas? De igual modo, pensemos en los territorios continentales bañados por estas aguas, como, por ejemplo, Centroamérica.
En el mismo tenor, ¿qué tal las costas de Colombia, Venezuela y México? ¿Pertenecen al Caribe?
Por ello el escritor nicaragüense Sergio Ramírez considera que nuestra región es “una dimensión geográfica y una dimensión cultural, de encuentros múltiples”.
El Caribe es complicadísimo de definir y cuando hablo de heterogeneidad es porque está formada por muchas comunidades distintas.
La música, los paisajes, en algunos casos el idioma —además del español se habla inglés, francés, papiamento, holandés y distintos creoles y dialectos— son aspectos que nos unen y te dan la idea de que somos una región, pero también hay un montón de cosas que nos apartan.
El ejemplo más claro son la República Dominicana y Haití.
Estamos en el mismo centro del Caribe, en el mismo ombligo del mundo, y formamos una isla. Pero somos dos culturas distintas, tenemos dos idiomas diferentes e historias que se disgregan.
Es una región complicada, en la que muchas islas no tienen recursos para autosostenerse y dependen de otras y, en última instancia, de sus colonias.
Además, a diferencia de otras zonas del mundo, se está transformando constantemente por los procesos migratorios. Así que una definición que te dé hoy puede que no sirva mañana. Es más sencillo venir, conocer y hacerse otra idea.
Aunque ir no siempre es sencillo. Escribiste una crónica (“Ir a la isla de San Andrés y descubrir que los caribeños apenas nos conocemos”) en la que argumentas que ni siquiera los propios caribeños conocen bien el Caribe. ¿Por qué?
Es que a veces Nueva York parece estar más cerca de República Dominicana que, ponte tú, Cuba o Jamaica.
Es una realidad bien espantosa, pero el modo más idóneo de conocer el Caribe es viajando en crucero.
Claro, se puede conocer por vía aérea, pero en términos de costos y disponibilidad, el crucero es sin duda la opción más barata y práctica.
Y ese dato sirve para ilustrar las limitaciones, la desigualdad y los remanentes del colonialismo con que luchamos a diario en nuestra región.
Has dicho que “la idea del Caribe debe ser renovar el mundo”. ¿Es esa la misión de la emigración caribeña de la que hablabas antes?
Me gusta decir eso de que la idea del Caribe debe ser renovar el mundo por la idea de la vanguardia que muchos no necesariamente asocian con la zona, en la que en realidad están pasando muchas cosas.
Es una región con una de las poblaciones más jóvenes del mundo y de mucha emigración, de gente que se lanza al mundo.
Así que puede que no sea aquí, en estas islas, donde se está dando un cambio —aunque también—, pero sí está pasando con caribeños en Nueva York, en París, en Madrid, y está ocurriendo a partir de nuestra tradición, de nuestra identidad.
Ese proceso migratorio está activando ese proceso vanguardista.
Una imagen clara de eso es Bad Bunny en el escenario de Coachella, California, explicando a la audiencia de dónde viene esa música que escuchan, y haciéndolo exclusivamente en español, sin decir una palabra en inglés.
Es que esa influencia latina en Estados Unidos ya es imposible mantenerla debajo de la alfombra.
Los artistas de esta nueva generación tienen la posibilidad que no tenían los de antes, que tenían que hacer crossover, que cantar en inglés, que atenuar su latinidad para que no sonara muy latino sino una mezcla…
Y ya no. Ahora se está dando un proceso que tarde o temprano iba a venir.
Fuente: BBC Mundo