Mantenerse ágil se vuelve más importante a medida que envejecemos y el cuerpo empieza a perder flexibilidad, un proceso que sucede de manera natural.
Al llegar a los 30 o 40 años, el fluido que lubrica y amortigua las articulaciones tiende a desaparecer, lo que las vuelve más rígidas.
Además, con el paso de los años nuestros músculos, tendones y ligamentos también tienden a encogerse y tensarse, lo que limita todavía más la amplitud de movimiento.
“A medida que envejecemos, perdemos fluidez y flexibilidad en las articulaciones y en los músculos”, sostuvo en diálogo con The Washington Post, Lynn Millar, miembro del Colegio Americano de Medicina Deportiva (ACSM).
Estos efectos del envejecimiento, junto con afecciones como la artritis, los años de encorvarse sobre el ordenador o los movimientos repetitivos de la jardinería, pueden restar flexibilidad y reducir la amplitud de movimiento.
Además de causar dolor de espalda y otros dolores cotidianos, está inflexibilidad puede dificultar la realización de tareas cotidianas, como recoger un tenedor que se ha caído al suelo o girar el cuello para mirar por encima del hombro mientras se conduce.
Esa falta de flexibilidad “también reduce la capacidad de realizar ejercicios cardiovasculares y de fuerza”, según Michael Rogers, director de investigación del Centro de Actividad Física y Envejecimiento de la Universidad Estatal de Wichita.
Los trabajos de estiramiento pueden realizarse antes o después de hacer ejercicio, pero lo cierto es que por sí mismos son ejercicios que se pueden ejecutar en cualquier momento, aunque no se haya hecho previamente otra actividad.