Por: Idalia Cabrera Pimentel
Una semana después de la tragedia en el Jet Set, el país sigue en duelo. Esta es una reflexión desde el asombro, la cercanía y el llamado urgente a una mentalidad país. Nuestro pequeño 11 de septiembre.
Una llamada a las 2:00 a. m.
—¿Eres tú? ¡Qué bueno que contestaste y que estás bien!
—¿Por qué… qué pasa?
—Acaban de llamar a mi esposo (bombero voluntario), se cayó el techo del Jet Set.
En ese instante, sentí un escalofrío. Yo pude haber estado allí. Había visto días antes un anuncio del concierto de Rubby Pérez. Hacía tiempo quería escucharlo en vivo. Lo pensé. Me ilusioné. Pero no fui.
Mientras las redes comenzaban a llenarse de imágenes y nombres, no supe a quién llamar. Eran demasiadas caras conocidas. Solo cerré los ojos y vi, como si fueran historias de Instagram, los rostros de quienes frecuentan ese lugar.
El duelo colectivo
La noche y los días siguientes del colapso fue una transmisión en tiempo real del dolor. Abrazos desesperados, gritos, angustia, impotencia.
Recuerdo este evento como nuestro pequeño 9/11, al compararlo con la tragedia en los E.E. U.U. no por la magnitud, sino por el impacto emocional, la solidaridad nacional e internacional, la tristeza y expresión colectiva, la solidaridad de jefes de Estado, amigos, familiares, es una sola, así como la sacudida profunda en nuestra conciencia como país.
¡Qué tragedia! Estamos con ustedes.
Las preguntas que no podemos ignorar
Hoy, una semana después, aún no sabemos todo. Pero sí sabemos esto:
– ¿Quién inspecciona estos espacios de entretenimiento?
– ¿Qué protocolos existen para evaluar estructuras?
– ¿Quién autoriza instalaciones como plantas o transformadores sin garantizar seguridad?
No podemos seguir actuando como si esto fuera normal. La responsabilidad es colectiva. La negligencia rara vez es obra de una sola persona.
Señales que ignoramos
Hace meses asistí a un bazar en una discoteca capitalina. Por instinto, busqué las salidas de emergencia. Solo había una: la misma puerta por la que entramos. Un ascensor pequeño, una escalera angosta. Me fui con un mal presentimiento.
Después supe que allí también hubo un altercado y que la gente bajaba empujada, con dificultad. Me alivia saber que algunos dueños están anunciando inspecciones. Ojalá se convierta en una norma. No podemos esperar a la próxima tragedia.
Mentalidad país: ¿cuándo?
Este no es solo un problema de locales inseguros. Es un síntoma de algo más grande:
La falta de visión de país. La ausencia de cultura preventiva. La costumbre de improvisar con lo que más vale: la vida humana.
Recordemos el caso de Cromañón en Buenos Aires, 2004: 194 muertos, más de 1,400 heridos. Las bengalas, la falta de ventilación, los materiales inflamables… y un Estado que no supervisó. Hubo condenas. Hubo consecuencias. Cito: miituzaingo.gov.ar
Aquí, las víctimas necesitan ser escuchadas. Y nosotros, memoria activa.
Tengo una tristeza viejísima
El país llora. Hay testimonios que hielan la sangre, imágenes que no necesitan pie de foto. Y familias que ahora tienen una silla vacía.
«El dolor es temporal, pero el recuerdo es para siempre».
Cuando pasen los años, lo recordaré.
Y diré —como lo dice la estrofa de una canción—:
Tengo una tristeza viejísima…