Por Dr. Amín Cruz
Vivimos tiempos difíciles. La Semana Santa, tradicionalmente una época de recogimiento, espiritualidad y unión familiar, se ha tornado en un reflejo sombrío de la realidad global: guerras, tragedias naturales, inseguridad, injusticia, corrupción… y muerte.
La humanidad sigue atravesando profundas crisis. Ayer fue la pandemia; Hoy, los conflictos bélicos como la guerra de Israel contra Palestina -donde Gaza es devastada-, o la prolongada confrontación entre Rusia y Ucrania, siembran el mundo de dolor y desesperanza. A esto se suman catástrofes naturales como el reciente terremoto que sacudió regiones de Asia -Myanmar, Tailandia, Bangkok, China- cobrando cientos de vidas.
En República Dominicana, la tragedia también golpea. El colapso del techo de la discoteca Jet Set, en Santo Domingo, ha dejado un saldo de al menos 226 fallecidos y centenares de heridos, muchos en estado crítico. Esta tragedia no solo enluta a la República Dominicana, sino también a países hermanos como Estados Unidos, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, España y Costa Rica entre otros. Las víctimas tenían raíces en múltiples ciudades: Nueva York, Boston, Filadelfia, Miami, San Juan, Venezuela, Colombia, entre otras. Es, sin duda, un duelo nacional e internacional.
Hoy, la Semana Santa ya no es la misma. Atrás quedaron los días de silencio, oración, reflexión y recogimiento. Las playas, antes desiertas, ahora se llenan de multitudes ruidosas. Los hoteles rebosan, y las actividades lúdicas, muchas veces desbordadas, opacan el verdadero espíritu de estas fechas sagradas… ¿Cómo celebrar, cómo festejar, cuando el país entero está de luto?
Este debe ser un momento para detenernos. Para mirar hacia adentro. Para comprender que la vida es frágil y transitoria. Lo que estamos viviendo no es solo una tragedia aislada, es una advertencia sobre el rumbo que hemos tomado como sociedad. Necesitamos espacios de reflexión -familiares y personales- guiados por voces sabias: médicos, psicólogos, sacerdotes, pastores, líderes sociales. Hablemos sobre el valor de la vida humana, sobre la importancia del amor, la paz y la justicia.
La Semana Santa conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, y nos brinda una oportunidad única para el perdón, la reconciliación, la introspección. Como dice el obispo Josu Iriondo: “La Cuaresma es la oportunidad de mirar nuestras vidas, encontrar las zonas desérticas y crecer en la esperanza de que el desierto pueda florecer.”
El mundo ha cambiado, pero no necesariamente ha evolucionado. Hoy hablamos en cifras: muertes por accidentes, feminicidios, violencia callejera, crímenes impunes… Las estadísticas se han convertido en una rutina que anestesia la conciencia colectiva.
Por eso hago un llamado a todos los líderes del mundo, a los organismos internacionales como las Naciones Unidas, a los gobiernos y a cada ciudadano: renovemos nuestra fe y esperanza. Caminemos hacia la reconciliación global. Promovamos una humanidad más justa, solidaria y pacífica. Superemos las divisiones, el odio, las confrontaciones, la corrupción y la impunidad. Fortalezcamos la familia como núcleo esencial del cambio social.
Dios es amor, y como dice su palabra, Él es el principio y el fin. Es tiempo de regresar a Él, sea cual sea tu Dios, desde tu fe, desde tu humanidad. La Cuaresma debe llevarnos a despojarnos del ego, del rencor, de la envidia, y abrirnos al cambio interior.
Quiero cerrar esta reflexión con estas palabras: No esperemos que el otro cambie. Cambiemos nosotros. Porque cuando tú cambias, el mundo a tu alrededor cambia también. El mal no está fuera: habita en ti y en mí. Y solo cuando lo enfrentamos con humildad y honestidad, abrimos la puerta hacia una sociedad mejor, donde florezcan las buenas nuevas.
“Después no quiero más que paz, un nido de constructiva paz en cada alma, y quizás, a propósito del alma, el enjambre de besos y el olvido” Pedro Mir.