La noche del domingo, luego del primer boletín, quien esto escribe tuvo la impresión de que la abstención podía alcanzar un 70 %.
Basé mi cálculo en los datos de dos de los municipios más poblados del país: el Distrito Nacional y Santo Domingo Este en los que, efectivamente, superó el 60 %.
Pero estos municipios no son representativos del padrón, y terminó rondando el 53 %, siendo casi idéntica a la de las municipales de 2020. Asumo el error, pero reivindico la preocupación que me causa ese alto nivel de abstención.
Atrapados en la lógica cortoplacista del torneo electoral, la oposición y el oficialismo reaccionaron ambos como si la abstención se tratara de un problema más del escarceo político. La primera quiso usar el dato para restar legitimidad a los resultados del domingo; el segundo quiso quitar hierro al asunto como si la democracia se resumiera en elecciones. Ambos yerran.
No pone en duda los comicios, pero, al mismo tiempo, es preocupante que el número de votantes se reduzca, porque eso alimenta el crecimiento de alternativas a la democracia. Algo peligroso en tiempos de autoritarismos en auge.
Se ha querido decir que el porcentaje de abstención es comparable al de países desarrollados, como los Estados Unidos, argumento que obvia el asalto al Capitolio como clara demostración de la crisis de la democracia norteamericana.
Lo cierto es que la abstención del domingo ocurrió en un país en el cual, según el Latinobarómetro 2023, un 75 % de la población piensa que los partidos políticos no funcionan bien, un 21 % cree que un gobierno autoritario puede ser preferible a la democracia y un 37 % podría apoyar un golpe de Estado. En ese contexto, el abstencionismo es muy preocupante, sea 70 % o 50 %.
Podrá decirse que es “normal”, pero nadie puede decir que es saludable. Ojalá y en mayo la participación sea mayor que en 2016, las últimas presidenciales celebradas antes de la pandemia.
Mientras tanto, en lugar de taparnos los ojos, debemos asumir que es un problema de todos que debemos atender más temprano que tarde.
La desmovilización democrática fácilmente puede convertirse en movilización antidemocrática, como nos recuerda la historia reciente de América Latina.
Por suerte, los principales medios de comunicación, incluyendo este diario, han editorializado al respecto. Quizás eso ayude a que, una vez pase este momento, los partidos, todos, pongan atención a esta señal de alarma.
Por Nassef Perdonomo Cordero