Por Melton Pineda Féliz
Desde temprana edad, nos dedicábamos al trabajo agrícola y ganadero en propiedades de nuestro padre, con esa vocación del amor al trabajo se iniciaron mis primeros años en la sección Santana, municipio de Tamayo, provincia de Bahoruco, Neyba,
Acudía a la finca de mi padre, muy cerca del hogar, convencido por crianza de que el trabajo enaltece al hombre y a la mujer que lo practica.
Mis padres Cornelio Pineda Sánchez y mi madre, Carlina Feliz Suárez, (Doña Negra), ambos de origen campesino, comerciantes y agricultor a la vez, discurríamos junto a los demás hermanos la vida cotidiana, en los últimos años de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina.
Mi padre, comerciante, cumplía la responsabilidad de alcalde Pedáneo, y en dos ocasiones comunicó a las autoridades su deseo de no continuar con esa responsabilidad, pero regularmente esto era rechazado y de inmediato asumía el cargo, en tiempos de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina.
Recuerdo que en ese campo nuestra casa de familia era muy respetada, debido, además de que era la residencia del alcalde pedáneo. Había una bandera que se izaba a las ocho de la mañana y se bajaba a las cinco de la tarde, todos los días, y ¡ay! del que no se detenía a reverenciar ese símbolo patrio.
Algunas noches, cuando tocaba turno de riego en las plantaciones de la finca, cuando correspondía el turno del agua asignado por el Cabo de Agua llamado Jijolo, quien andaba cumpliendo y dando los turnos de agua con un revólver calibre 38 al cinco, amanecíamos, echando el agua a las regolas (o canales) y poniendo tomas (muros) para que los carós quedaran rebosados. Un caró es una unidad en forma cuadrada, formada por cuatro muros de tierra, que se inundan con el suministro de agua a través de un canal, para que estas profundicen hasta las raíces de los cultivos, como el plátano, por ejemplo.
En esa propiedad agrícola, cumplíamos la labor también junto a nuestros hermano Nelson y Hernán y y la actividad consistía en remurar, desyerbar la maleza en el cultivo, deshojar las matas de plátano, deshijar, replantar y aporcar los troncos de los plátanos para darle calidad al cultivo. Esta última labor se hacía una vez cada tres meses, según los períodos de lluvias que creciera o no la maleza.
Otra labor que realizábamos era ordeñar las vacas y achicar (encerrar) los becerros para que no se bebieran la leche de las vacas en ordeño.
También, íbamos dos veces en la semana, en horas de la tarde, a buscar cogollos de la caña para alimentar a los animales.
Los cursos primero, segundo, tercero y cuarto los hicimos en la escuela de Santana, y nunca dejaré de recordar los nombres de los profesores, Dida y Aann, así como del director de la escuela primaria Críspulo ubicada en la entonces sección Santana, municipio de Tamayo.
La pela en la escuela de Santana
En esa escuela ya en el tercer curso de la primaria los niños antes del inicio de las clases yo los entretenía ruando al igual que las palomas, debido a que en nuestra casa era una entretención escucharlas, en el caballete de la casa y en los palomares.
Hubo una ocasión que el hijo del director, el inquieto Manuel, en el Segundo curso comenzó a darme cuerda, (hacer bullying) apoyado por su padre, que era el director y de repente agarré dos puños de cascajo que había al lado de los pupitres, y lo lancé hacia la pizarra donde el propio director daba clases. Esto ocasionó que, al enterarse mi padre, fue a la misma escuela donde me castigó dándome una pela con una correa.
La corrida de los evangélicos
Otras de las anécdotas, fue que en un culto evangélico, que realizaban todos los sábados en la casa de RUBITA Y TINORO, PERO ESTE CULTO FUE EN LA CASA DE SIANO, donde iban unos pastores.
En uno de esos actos religiosos, mientras los HERMANOS emocionados parados, exclamaban “RICHICHI MAMAO, GLORIA A DIOS, ALELUYA, GLORIA A DIOS”, al sentirme cansado, le saqué la silla a una anciana, que emocionada exclamaba “GLORIA A DIOS ALELUYA, ALELUYA”, al terminar los canticos de alabanzas fue a sentarse y rodó de nalgas por el suelo. Se armó una confusión y me asusté. Salí corriendo, y cuando dijeron: “fue el hijo del alcalde Cornelito”, al ver la acusación, corrí hacia la casa y hasta el pastor y los hermanos me lanzaron piedras sin alcanzarme.
El calvario y Francia se monta
En horas de la tarde, nos dedicábamos a recoger cuecos (la parte dura de la cáscara del coco) en una cocana, propiedad de PEPE NAZARIO. Apilábamos ese combustible frente al colmado almacén de mis padres.
Allí improvisábamos un santuario, con piedras alrededor y una cruz de madera, al estilo de un calvario, con algunas velas que tomábamos del colmado.
En las noches en un pueblo sin energía eléctrica, encendíamos una fogata, y esto era una atracción, hasta que una de esas noches, entre cánticos, alabanzas y alabanzas, atraída por el can, llegó una joven llamada Francia, la hija de La Nena y Meraldo y comenzó a bailar y a exclamar ALELUYA, ALEYUYA. La rodeamos haciéndole coro, y la joven cayó al suelo “montada en Ogun Baleyó”, y solo exclamaba a ese personaje de la santería, mientras pataleaba.
En ese instante, llegó su madre y su abuela Cató, esposa de Juan, tío de mi padre y luego llegó mi padre, al improvisado “santuario” como autoridad del campo, dispuso que cortara ramos de gandules y la azotaran por las nalgas, “para desalojar al espíritu de su cuerpo”.
Al mismo tiempo que la llamaban Francia, Francia, Francia, Francia y después de más de 20 llamados esta no reaccionaba, mientras seguía pataleando. Todos nos asustábamos.
Mi padre siguió llamando a la joven y le decía, Baaleyo deja ese cuerpo, Francia, Francia, Baleyoo deja ese cuerpo, Francia, Francia, hasta que a tanta insistencia, la joven abrió los ojos y mi padre le preguntó cómo se llamaba, y ella contestó: Ogun Baleyo, mientras sacudía constantemente la cabeza.
Después de muchos llamados logró pararse y nerviosa, su madre y hermanos la condujeron al bohío donde vivían.
Mi padre, nos prohibió los cánticos, aunque no la fogata, porque alejaba los mosquitos del área.
La expedición del 14 de junio
Recuerdo que en l959, el 14 junio hubo la expedición revolucionaria, cuando llegaron a las montañas del país un grupo de valientes revolucionarios con disposición de derrocar la tiranía trujillista.
A nuestro padre un grupo de campesinos le informó que habían visto varias gente raras, por los conucos y en algunos campos y se decía que eran los barbuses, como le denominaban a los expedicionarios.
Ya en la tardecita del 17 de julio, llegó al campo donde vivíamos un grupo de militares montados en grandes mulos, encabezados por el general de horca y cuchillo ALCANTARA Y SU SOBRINO, el teniente César Alcántara. El coronel era hermano de la señora Matilde Alcántara, comadre de mis padre que residía en Bayahonda.
Al ver esas tropas militares, me asusté, y con razón, porque yo creía que era conmigo el caso y desesperado, salí corriendo hacia la casa de familia.
El coronel Alcántara observó mi huida, y preguntó a mi papa: “y el niño, por qué salió corriendo”, y mis padres le narraron que era que a mí me gustaba vestir de militar porque quería ser guardia.
La narración terminó en un chiste y risas entre los militares y mi familia, mientras degustaban un chivo con arroz blanco y plátano salcochado y unos tragos de Carta Blanca.
Y no era mentira, porque a veces yo me vestía de guardia, con el uniforme de kaki de la escuela, con unas espolines, rateadas con cordones en las piernas, una corbata de ripio de plátano, y una correa de revólver vieja de mi padre y un fusil de madera en desuso de mi hermano mayor Frank, que junto a César Vargas, un primo nuestro que fue a estudiar y vivía en casa, hacían el Servicio Militar Obligatorio en Tamayo.
Venta de la leche en burro
Los fines de semana, nos ocupábamos de vender la leche del ordeño de las vacas montado en un burro bayo. Íbamos a los campos de Santa Ana, Cachimbá, Bayahonda, Batey Santana y cuando nos sobraba el producto, llegábamos a los bateyes 1 y 2 del ingenio Barahona.
En los años 1960 cuando hacíamos una venta de 18 a 25 pesos de leche, eso una gran venta.
En el campo también nos ocupábamos de trasladar mercancías del colmado almacén de Santana hacia Batey Santana o Bateicito, a unos tres kilómetros de distancia, con una recua de animales cargados de azúcar, bacalao, arenque, espagueti, sardinas, arroz, habichuelas, maíz en grano, harinas de trigo y de maíz, entre otros productos, llevábamos dinero menudo en plata, y de paso la cena de mi padre y la de Jacobo, que era el encargado del colmado en el Batey.
A eso de las 10 de la noche partíamos hacia la casa, con la venta del día del colmado del batey, venta que promediaba los mil pesos o más.