Por: Amaury Pérez Vidal
Mi primera actuación “en mayúsculas” fue en el antiguo Teatro “Amadeo Roldán”, recinto emblemático de espectáculos, en otra época llamado Teatro Auditorium. Ahí fui invitado por el prestigioso grupo Irakere que dirigía el maestro Chucho Valdés a cantar un tema mío, “Para cuando me vaya”. Los otros invitados eran la cantante Beatriz Márquez, que interpretó una conmovedora versión de “Bridge over trouble water” de Paul Simon, y el cuarteto Tema 4, antecedente directo de lo que hoy es el grupo Síntesis, dirigido por Carlos Alfonso; uno de los seres más graciosos, ocurrentes y soñadores que he conocido en mi vida y con un talento musical innato. Ellos entonaron magistralmente la obra “Misa negra”, de Chucho.
Nosotros no teníamos ropa adecuada para la ocasión, así que Carlitos, con su imaginación sin límites me dijo: “Amaury, Magdalena (mi primera esposa) sabe coser, que te haga un pantalón”. Nuestro desamparo textil era pavoroso en esa época. ¡Pero no tengo tela!, le dije. ¡De eso me ocupo yo!, fue su decidida respuesta.
Al otro día me llevó a los ensayos un corte de tela grisáceo, opaco, feo, blandito y yo le pregunté de dónde había sacado semejante horror y me aseguró que era de un traficante de las telas con las que forraban los féretros, es decir ¡tela de cajas de muertos! Yo omití la referencia y le dije a Magdalena que pusiera manos a la obra sin dilación alguna. Me hizo el pantalón un poco cantinflesco, pero digno, y después le pregunté a Carlos qué hacía con los tenis (mis Converse de entonces, el único par que tenía, estaban viejos, sucios y rotos). Me dijo Carlos muy animado, “yo conozco a un zapatero que te los pone como nuevos, ¡fíjate que a mí me está haciendo un par de zapatos de plataforma!“
Llegó el día de la actuación y allí estaba yo con mis tenis resplandecientes y Carlos con su alto y recién estrenado calzado. Cuando dieron los primeros acordes de “Para cuando me vaya” salí raudo y veloz, en plan rockero, di un salto, y al caer, de mis tenis saltó un polvo blanco que me llegó a la cintura para después regar el piso. Los tenis volvieron a convertirse en ojerosos, marchitos como dos palomas mustias y suicidas rumbo al desfiladero, mientras el público ingenuamente pensó que era un efecto provocado por mis afanes pirotécnicos y aplaudió a rabiar. ¡Los habían lustrado con lechada! (para los que no son cubanos diré que la lechada es una mezcla de agua y masilla que solo sirve para pintar malamente los rebordes de las aceras, nosotros los llamamos contenes, los troncos de los árboles, y se la lleva el primer aguacero) y así, con una mezcla de felicidad y ridiculez terminé mi participación en el magno espectáculo.
Tema 4, con Carlos y sus relucientes plataformas salieron después. Los zapatos de Carlitos eran tan, pero tan pesados, que su entrada al escenario parecía la de un anciano mamut buscando dónde dejar sus huesos. Entre paso y paso mediaban por lo menos 15 segundos. Yo, entre bambalinas, me tiraba en el tabloncillo del teatro con unas carcajadas que se escuchaban en el público de la platea. Cuando al fin su calvario de lentitud coreográfica terminó, le pregunté entre sollozos de tanto reír: ¿Quién es tu zapatero? y él fastidiado y jadeante me confesó en alta voz: ¡No era un zapatero coño, era un carpintero y me hizo las plataformas de caoba! (árbol cuya madera es muy dura, resistente y pesada) y entonces volví a la carga mientras miraba mis desojados tenis: ¿Y fue ese carpintero quien pintó mis tenis con lechada? Y Carlos, con una media sonrisa entre burlona y tímida agregó: “No Amaury, ese fui yo”.
Una vez en la calle, recuerdo las risas bordeando la histeria de los miembros del Irakere de entonces.