Juan Ariel Jiménez | Fuente: Listín Diario
Lo que es una sociedad hoy en gran parte fue construida décadas atrás cuando sus ciudadanos eran niños y estaban en las aulas. Cuando una persona va a un médico, ese profesional de la salud primero fue estudiante de primaria y secundaria, y ahí construyó las bases que le ayudaron en sus estudios universitarios de medicina. Igual pudiera decirse de los ingenieros que construyen nuestras viviendas, los abogados que imparten justicia, los técnicos que arreglan los enseres del hogar, y así cada persona con la que interactuamos a diario.
En ese sentido, es justo admitir que durante décadas la educación no fue prioridad ni en el presupuesto ni en la toma de decisiones de políticas públicas. Muchos pasos de avance que se requerían se retrasaron o simplemente no se dieron, en algunas ocasiones por falta de recursos, en otras por entrar en contradicción con grupos de poder. Pero una cosa es tardar en dar ciertos pasos de avance, y otra muy distinta es destruir lo logrado y desandar el camino trillado.
En los próximos días el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología presentará a su consejo una modificación de la normativa de formación de maestros que elimina varios elementos y requerimientos regulatorios relacionados a la excelencia en la formación docente, regresando al modelo de formación masiva de educadores que tanto daño ha hecho al sistema educativo. A continuación enumero tres ejemplos de lo que implicaría la modificación propuesta.
Un primer elemento es que la actual Normativa 09-15 establece como obligatorio que todo estudiante de educación tome clases de manera presencial al menos cuatro días a la semana, eliminando así la práctica anterior de varias universidades de formar maestros los fines de semana. En la propuesta de nueva normativa se regresa a la posibilidad de formar maestros “a distancia” o de forma “híbrida”, dígase sin ir a las aulas universitarias o asistiendo uno o dos días.
¿De verdad se puede formar un docente de excelencia con clases “a distancia” que han demostrado ser inefectivas en todos los países del mundo?
¿Cómo se espera que los futuros maestros desarrollen la disciplina de asistencia regular a su trabajo si ni en la universidad tenían que ir diariamente a un aula?
Un segundo aspecto es que en la actual regulación de formación docente se asigna un alto número de créditos a las materias del área disciplinar del futuro educador. Por ejemplo, se exige que los futuros profesores de matemáticas tomen muchos cursos de matemáticas, pues esa es la asignatura que estarían enseñando en el futuro. La modificación propuesta por el MESCYT reduce el número de clases disciplinarias requeridas, en algunos casos a menos de la mitad.
Por ejemplo, actualmente para ser profesor de matemáticas en el bachillerato se debe tomar 99 créditos de matemáticas, la nueva normativa lo reduce a 43 créditos. El esquema actual requiere que un profesor de segundo ciclo de primaria tome 20 créditos de lengua española, la propuesta del MESCYT lo baja a 13 créditos.
¿Puede un futuro maestro dar una clase de ciencias sociales en primaria si apenas ha tomado 3 o 4 materias de este tema?
¿Es posible enseñar una materia que no se ha estudiado lo suficiente durante la carrera?
Por cierto, actualmente la formación de docentes de secundaria se realiza en las facultades de ciencias y humanidades, siguiendo las buenas prácticas internacionales de formación concurrente o consecutiva. En pocas palabras, los futuros docentes de literatura se forman en la escuela de literatura, los futuros educadores de historia se forman en la escuela de historia. La modificación propuesta por el MESCYT regresa la formación de docentes de secundaria a la facultad de educación.
Un tercer elemento es la eliminación de la prueba estandarizada internacional para estudiar carreras relacionadas a educación, tal como ocurre en la mayoría de los sistemas educativos de calidad. En su lugar, se plantea una prueba “adaptada al contexto dominicano”, es decir, una prueba fácil que permita que todos ingresen y que la formación docente vuelva a ser masiva, tal como ocurría anteriormente con la prueba POMA.
¿Merecen los estudiantes dominicanos profesores excelentes?
¿Se alcanza la excelencia con altos estándares o con bajos estándares de ingreso?
Estos son solo algunos elementos que llaman a preocupación, pero lo más inquietante es el cambio de paradigma en la formación de los futuros educadores que les tocará desarrollar los cimientos de la sociedad dominicana del mañana.
Y es que las regulaciones pueden apuntar al modelo de sociedad que se quiere formar, o pueden apuntar hacia la rentabilidad y conveniencia de los regulados. De hecho, alguien dijo una vez: “cuando la regulación busca complacer más que retar, lo que hace es eternizar el status quo”.