Por Carmen Imbert Brugal| fuente: Ojalá
Santo Domingo. – Ninguno de los representantes del poder legislativo, presente en la sede del Congreso Nacional, mostró emoción cuando escuchó el discurso inaugural del XI Foro Parlamentario Iberoamericano. El secretario general iberoamericano, Andrés Allamand, advertía: Hay una percepción de que quienes integramos los parlamentos somos una suerte de grupos privilegiados que tienen beneficios que no se justifican”. También mencionó la significación del Congreso como contrapeso al poder ejecutivo.
Fue contundente, sin tener que mencionar el resultado de las investigaciones que avalan la inutilidad de los congresos en América Latina y El Caribe. La mayoría de los países no considera al Congreso una “institución indispensable”.
No hubo reacción porque aquí todo es diferente, hasta la manera de validar y creer en las instituciones. Cada uno con sus culpas a cuestas y sus grandes satisfacciones, aplaudió después. No están ajenos a lo dicho, son protagonistas. Les gusta que, a pesar de las críticas, permanecen en sus curules. Ayudan a mantener la gobernanza, colaborando con el poder ejecutivo, con el presidente, que no es lo mismo, pero es igual.
Allamand que antes de ser canciller de Chile fue diputado y senador, cree en los congresos que discuten para lograr consenso. “Sin parlamentos no hay espacio para legislación, para fiscalización, para representación”.
Es indudable que sus reflexiones parten de una realidad distinta al quehacer nuestro. Sin necesidad de actuar como el presidente de El Salvador ni remedar aquellos arrebatos de Fujimori en el siglo pasado, el jefe de gobierno ha logrado un Congreso afín a sus aspiraciones. Variopinto lo concibió y el manejo ha sido y seguirá siendo óptimo para sus deseos. Las pruebas están a ojos vista, ahí reside “la paz social” que tanto menciona el oficialismo.
Sin disidencia, todo marcha mejor. Ayudan las arengas, esas consignas que se repiten en la región como si la unidad soñada por Simón Bolívar asomara entre paradigmas difusos
En la época de la democracia fatigada -Manuel Alcántara Sáez-la tradición presidencialista se fortalece. “Con el pueblo verdadero sin voz, la desconfianza en las instituciones públicas, el voto cambiante, debido a las identidades partidistas flotantes, se impone y gana la figura presidencial”. Y eso ocurre en el país. El presidente es el guía de la nación, el referente obligado. Nada ocurre sin su voluntad y la ocurrencia fallida jamás es atribuida a su persona. Aunque luzca distante de la cotidianidad desafiante, perniciosa y preocupante, no importa, sus desvelos servirán para las soluciones. El optimismo dicta y resuelve. Las omisiones ayudan tanto, como las proclamas de éxito. Por ejemplo, después de la humillante intromisión de la subsecretaria de Seguridad Ciudadana, Democracia y Derechos Humanos de los Estados Unidos, exigiendo al presidente, en Palacio, una actuación con los haitianos absolutamente diferente a la predica presidencial, el tema Haití ha salido de la agenda inmediata. La exclusión evita explicaciones incómodas.
Cuidar la imagen y la fortaleza del presidencialismo es vital, empero, siempre es recomendable prevenir el roce con el autoritarismo o el desatino. La advertencia de Allamand quedará en el archivo. Aquí reina entre esos poderes, una conveniente armonía.