Por Víctor Manuel Grimaldi Céspedes
Hay palabras que no solo describen una época, sino que la condensan en un símbolo. En el caso del papa Francisco, una de ellas fue “coprofilia”, un término de raíz escatológica que jamás había tenido espacio en el lenguaje pontificio.
La palabra, tan abrupta como gráfica, irrumpió en su discurso para denunciar lo que él percibía como una degradación profunda del periodismo moderno: la fabricación de escándalos, la difusión de rumores y la manipulación de la opinión pública a partir de contenidos tóxicos.
El uso de este término —inusitado en la tradición vaticana— reveló una faceta particular del estilo comunicacional de Francisco, marcado por la franqueza emotiva, la dureza metafórica y una evidente impaciencia ante lo que considera injusticias mediáticas.
El 7 de diciembre de 2016, el diario español El País publicó un titular que dio la vuelta al mundo: “El Papa compara consumir noticias falsas con comer heces”.
La frase, tomada de una larga reflexión del Pontífice sobre el papel de los medios de comunicación, encendió un debate internacional.
Francisco señaló entonces que los periodistas pueden caer en cuatro pecados graves: la desinformación, la calumnia, la difamación y, finalmente, la “coprofilia”, entendida como la tendencia a difundir y consumir contenidos que buscan deliberadamente ensuciar la vida pública.
Para millones de lectores, escuchar a un Papa utilizar esa palabra resultó desconcertante, pero también revelador del modo en que Bergoglio concebía la crisis informativa contemporánea.
Años después, el 14 de abril de 2022, el tema resurgió con fuerza cuando el medio Infobae publicó la carta privada que Francisco envió al periodista argentino Gustavo Sylvestre. En ella, el Papa reiteró —esta vez por escrito— su acusación contra los medios que, según él, deformaban sus declaraciones en torno a la guerra entre Rusia y Ucrania.
Allí volvió a enumerar los cuatro pecados del periodismo: “desinformación, calumnias, difamación, coprofilia”. La carta fue difundida en medio de una controversia global generada por un tuit papal en el que, al lamentar la tragedia ucraniana, evitó mencionar explícitamente a Vladimir Putin.
Esto desató una ola de críticas internacionales que, a juicio de Francisco, se alimentaban más de prejuicios y lecturas malintencionadas que de un análisis serio de su postura diplomática.
La controversia dejó al descubierto un interrogante profundo: ¿por qué un líder espiritual recurre a un lenguaje tan extremo, tan gráfico, tan alejado del estilo moderado que caracterizó a pontífices anteriores? La respuesta parece estar ligada al propio carácter de Francisco y a su visión del mundo.
Él entiende la comunicación como un terreno en disputa donde la verdad se ve amenazada por rumores, distorsiones y campañas de descrédito. Desde esa convicción, la palabra “coprofilia” funciona como un golpe retórico destinado a sacudir conciencias, obligando a reflexionar sobre el impacto de las fake news y sobre el deterioro moral que produce un ecosistema informativo dominado por el escándalo y la manipulación.
La Real Academia Española define la coprofilia como la “atracción fetichista por los excrementos”, un concepto que, trasladado al campo de la comunicación, adquiere un sentido metafórico contundente: medios que buscan basura, periodistas que se alimentan de ella y públicos que, sin saberlo, la consumen. Ningún Papa anterior había empleado semejante imagen.
Francisco, sin embargo, la utilizó para señalar lo que él considera una desviación grave: el abandono del rigor y la ética en la labor informativa. Este origen técnico —biológico, clínico y psicológico— da aún más fuerza al contraste entre el significado literal del término y su uso en un contexto moral y espiritual.
El episodio de 2016 fue solo el inicio. En la carta de 2022, Francisco reafirmó su preocupación por el modo en que algunos medios de comunicación construyen narrativas parciales o abiertamente manipuladas.
El contexto era crítico: la invasión rusa a Ucrania había polarizado al mundo, y el Papa, al no mencionar a Putin explícitamente en uno de sus mensajes, fue acusado de tibieza, de cálculo diplomático e incluso de complicidad involuntaria.
La carta a Sylvestre fue su respuesta: un recordatorio de que, según él, los medios también pecan, y a veces lo hacen de manera sistemática y remunerada. Su uso del término “coprofilia” volvió entonces a sacudir el debate público.
Las reacciones no tardaron en aparecer. La Conferencia Episcopal Argentina salió en defensa del Pontífice, especialmente frente a los señalamientos de manipulación mediática.
Monseñor Ariel Torrado Mosconi criticó la tendencia de ciertos sectores de enfocarse en supuestos silencios o ambigüedades papales, asegurando que Francisco había sido claro en calificar la invasión como crimen, barbarie y sacrilegio. El conflicto con los medios, sin embargo, persistió, y la palabra utilizada por el Papa siguió resonando en titulares y análisis internacionales.
Al final, lo que esta palabra revela es un rasgo fundamental del pontificado de Francisco: su apuesta por un lenguaje directo, sin filtros, profundamente emocional, incluso cuando se arriesga a generar controversia.
En una era marcada por la desinformación, por la manipulación masiva de datos y por la fragilidad de la verdad, Francisco eligió una palabra extrema para describir un mal extremo. Y esa elección, en sí misma, quedará como uno de los símbolos más contundentes de su paso por la historia.
En tiempos de fake news, de guerras narrativas y de tensiones entre el poder espiritual y el poder mediático, la polémica en torno a la palabra “coprofilia” expone una fractura mayor: la lucha por la credibilidad, por la interpretación de los hechos y por la autoridad moral en un mundo saturado de información.
Francisco será recordado como el primer Papa que llevó este debate al extremo retórico, transformando un concepto clínico en una categoría ética y en un diagnóstico cultural de alcance global.









