Por Jennifer Tejeda Cuesta
Cuando Aurora nació fue todo un acontecimiento, porque nunca antes habían visto una bebé como ella en su pueblo. Era tan blanca como la luna en su máxima claridad. Su piel contrastaba con la piel morena de sus padres y todas las personas de su pueblo.
Sus ojos, de un azul tan profundo como el cielo nocturno, brillaban con una intensidad que atraía miradas curiosas y comentarios inapropiados. Su madre, Angélica, la contempló con un amor incondicional, fascinada por la belleza de su pequeña.
Sin embargo, para su padre, Francisco, la llegada de Aurora fue impactante. La blancura de su piel, tan diferente a la suya y la de todos, sembró dudas en su corazón. Influenciado por los comentarios malintencionados, las supersticiones y la falta de información sobre el albinismo, condición genética con la que nació la niña, Francisco abandonó a Angélica y a su pequeña hija, convencido de que Aurora no era suya.
Angélica, se dedicó a criar a su hija. Le enseñó sobre el albinismo y la falta de melanina, el pigmento que da color a la piel, el cabello y los ojos. Le explicó que su blancura no era un defecto, sino una característica única que la hacía especial.
Aurora creció rodeada del amor de su madre y la protección de su abuela, Doña Juana. A pesar de las miradas curiosas y los comentarios hirientes que a veces recibía, Aurora era una niña feliz y llena de vida. Su inteligencia y su sensibilidad la convertían en un encanto para todos los que la conocían.
Pero los desafíos no faltaron. Por la falta de melanina, la piel de Aurora no contaba con ninguna protección del sol y sus efectos, por lo que debía usar protector solar y lentes de sol para protegerse. También tenía baja visión y era más retador para ella realizar algunas actividades cotidianas.
A pesar de estas dificultades, Aurora nunca se rindió. Con el apoyo de su madre y abuela, aprendió a aceptarse y a amar su propia piel. Se convirtió en una defensora del albinismo, educando a otros sobre esta condición y combatiendo los mitos y las supersticiones que la rodeaban.
Con el tiempo, la historia de Aurora se extendió por todo el pueblo. La gente comenzó a verla con otros ojos, admirando su belleza y su fortaleza. Aurora se convirtió en un símbolo de esperanza y aceptación, demostrando que la diferencia no es motivo de complejos, sino una oportunidad para brillar.
Su historia nos recuerda que la belleza viene en todas las formas y colores. Que la verdadera fortaleza reside en la aceptación de uno mismo y en la lucha por nuestros sueños. Aurora, la niña de la Luna, nos enseña que la diferencia no nos hace menos, sino únicos.
El albinismo: Una condición única
El albinismo es una condición genética que afecta a la producción de melanina, el pigmento que da color a la piel, el cabello y los ojos. Las personas con albinismo tienen una piel blanca o muy clara, cabello blanco o rubio y ojos azules, grises o verdes.
También tienen problemas de visión y sensibilidad a la luz. El albinismo no es una enfermedad, sino una condición genética. No se contagia y no se puede curar. Sin embargo, es importante que las personas con albinismo tomen medidas para protegerse del sol, ya que su piel es más propensa a las quemaduras y por ende al cáncer de piel.
En 2014, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó el 13 de junio como el Día Internacional de Sensibilización sobre el Albinismo, a partir de 2015. Esta fecha tiene como objetivo crear conciencia global sobre el albinismo y todo lo que implica esta condición genética.
Esta celebración reconoce los logros de las personas con albinismo en todo el mundo, quienes a pesar de la ignorancia y los prejuicios de la sociedad han superado obstáculos y alcanzado grandes metas, convirtiéndose en un ejemplo de resiliencia y determinación.