San Francisco de Macorís, 10 jun (EFE).- Estudiantes esquivando obstáculos en las aulas, clases bajo lonas por las posibilidades de derrumbe o escasez de espacio son algunos de los problemas que tienen parte de las escuelas rurales en San Francisco de Macorís, como denuncian padres y profesores.
La Escuela María Lajara Henríquez, situada en la zona montañosa de la ciudad, muestra la precariedad de algunos centros de enseñanza del país, donde se destina el 4 % del Producto Interior Bruto (PIB) a educación.
“Estamos para salir corriendo porque la escuela está en muy mal estado”, dijo el profesor Leandro de la Cruz a EFE bajo una lona azul, el improvisado techo al aire libre utilizado para dar clase ante la imposibilidad de que los trece alumnos del centro entren en el edificio por el riesgo de derrumbe.
Aprovechando el día soleado para dar la clase presencial tras varias jornadas en que los niños no pudieron ir a la escuela al hundirse la lona por la lluvia y la imposibilidad de llegar al lugar por los charcos que se forman en el camino, sorprende la concentración de los alumnos cuando el profesor les explica en estas condiciones las fracciones en Matemáticas.
Según informó el Ministerio de Educación a EFE, una inspección técnica concluyó que esta escuela no está en condiciones para que se impartan clases, por lo que esa cartera se ha comprometido a su remodelación para antes de que comience el próximo curso, unas obras que consistirán en la demolición del centro y la construcción de dos aulas y un servicio de baños digno.
Soluciones para continuar las clases
Hasta que se subsanen estos inconvenientes, los profesores tienen soluciones para que los niños puedan continuar con sus estudios. Uno de ellos es el grupo de Whatsapp entre padres y docentes, donde se debate cada día si la meteorología permitirá que los alumnos vayan a la escuela o si deberán quedarse en casa, en cuyo caso los maestros les mandan tareas.
En otras ocasiones, cuando la lluvia aparece en mitad de la clase, deben resguardarse hasta poder volver a casa en un colmado que hay frente a la escuela.
De la Cruz explicó que los niños “demuestran el miedo y el temor que tienen aquí”, y es que “un temblor de tierra podría hacer venir abajo la escuela porque no tiene un sustento, no tiene unas vigas que la aguanten”, en un país con más de una decena de fallas sísmicas.
También los profesores tienen miedo: hace unos días se derrumbó un árbol cercano y “en un primer momento pensamos que la escuela se estaba cayendo”.
Preocupa la inseguridad
Estos inconvenientes también ocurren en otras zonas apartadas de la ciudad, como en el Politécnico Pedro Francisco Bono, donde la paralización de unas obras de reforma ha dejado edificios rodeados de escombros donde se producen acumulaciones de mosquitos, que han provocado casos de dengue, y de materiales ante los que cualquier caída puede suponer una desgracia.
“Hay un reguero de mosquitos, tenemos problemas por la electricidad, todos los niños tienen que prender el abanico con la mano, agarrando el tendido eléctrico y eso es un peligro porque te puede electrocutar, también casos de zanjas con varillas que es un problema porque los niños se pueden caer y clavarse una”, señaló a EFE Jennifer Tavera, presidenta de la Asociación de Padres, Madres, Tutores y Amigos de la Escuela.
Un comedor inutilizado desde 2013 en el que ahora crecen plantas de varios metros, un pista deportiva con grietas donde el tablero de la canasta amenaza con caerse o un solo baño para 200 alumnos son otros de los problemas de este centro, cuya rehabilitación, afirmó el Ministerio, se reiniciará próximamente (el contratista ya ha cobrado una partida para ello) y se espera que esté concluida antes del comienzo del curso a finales de agosto.
Otro de los centros con precariedades es la Escuela Ricardo Molina, con tres clases divididas por un cartón y sin patio: los niños juegan en medio de la carretera.