Es evidente que esta dolorosa experiencia de la Pandemia del Covid 19 nos muestra que aunque debemos dirigir la mirada amplia sobre las instancias globales, son las instancias cercanas de la familia, la municipalidad y la nación-estado, las que marcan la diferencia a la hora de asegurar la vida y la salud, los trabajos y las empresas de la gente. En ese sentido entiendo qué hay algo muy positivo que puede desprenderse de esta realidad extrema : nos va a permitir acometer cambios muy importantes, de raíz, que de otra manera no podrían siquiera plantearse. Todo eso requiere un fortalecimiento del Proyecto Nacional Dominicano, un esfuerzo de unidad nacional más allá de los partidos y de las obtusas visiones ideológicas.
San Pablo le decía a los primeros cristianos qué para los hijos de Dios todo obra para bien. Así los preparaba para las tribulaciones y persecuciones, para triunfar en las derrotas y hacer el bien en medio del mal del mundo.
Los optimistas, sean creyentes o no, suelen afirmar que no hay mal que por bien no venga, por lo que exhortan a poner al mal tiempo buena cara. Esas sabias expresiones debemos tenerlas muy presente hoy que todos los pueblos de la tierra pasan por una etapa muy difícil, con motivo de la Pandemia del Covid 19 en desarrollo, que, además, de ser altamente contagiosa e impredecible en su evolución, está provocando no solo una severa crisis sanitaria, sino una devastadora recesión en la economía global y aumento de las tensiones entre las grandes potencias.
Repercuciones
Me gustaría compartir con Uds algunas reflexiones, sobre las repercusiones que estos eventos podrían tener en la vida de toda la humanidad y de cada uno de Uds. Lo primero que debemos tener presente es que la civilización global que venía construyéndose ya estaba experimentado graves crisis, mucho antes de la Pandemia del Covid 19. Crisis que podían conducirnos “a la catástrofe y al abismo, o a bien, a una nueva relación planetaria”, cómo advirtió en el 2008, Edgar Morin el creador de la Escuela del Pensamiento Complejo, con motivo de la crisis económica más severa desde la recesión de 1929.
Esa civilización global de base materialista, consumista, individualista, hedonista, relativista, había generado en todo el mundo una tendencias destructivas de los valores más esenciales que había caracterizado el sentido de humanidad. La vida y la familia, las comunidades y el auténtico valor del trabajo, la nación y las culturas, las creencias trascendentes de la fe y el espíritu…eran socavadas de manera incesante por un nuevo mundo emergente, basado en relaciones “líquidas”, fugaces, inestables, superficiales, sobre las que se construyen identidades impostadas o determinadas por las modas y el marketing.
Como sostiene el filósofo Bauman ese orden global produce mucha alienación en la mayoría de los habitantes del planeta…que pasan a ser poco menos que “parias y detritus”, excitados a evadirse, o conformarse con ser simples consumidores manipulados, moldeados por sutiles pautas culturales prediseñadas, padeciendo angustias provocadas por miedos difusos, mientras unas minorías de élites concentran cada vez más poder y riquezas.
El dominio creciente que tienen esas élites globales sobre la ciencia y la tecnología, los mercados, las instituciones multilaterales y las matrices culturales, les confieren un sentimiento de omnipotencia, que no reparan en restricciones bioeticas, ni en limitaciones medioambientales, ni en los principios universales del derecho y la justicia.
En ese contexto, se creó la ilusión engañosa de que la vida buena, -la única que merece vivirse-, es la vida de goce frenético, de éxtasis placentero, sin dolor ni sufrimiento ni incertidumbres. Que la condición humana no tiene límites que respetar, que puede reinventarse a su gusto, a partir de su misma voluntad o imaginación prometeica .
Eliminar la vida por nacer, la que termina enferma e improductiva o la que resulta costosa de mantener, es parte de esa nueva visión utópica eugenésica, destructiva del sentido de la dignidad innata e inalienable de todo ser humano. Por eso en el mundo se practican más de 50 millones de abortos todos los años, con gran apoyo de gobiernos poderosos y organizaciones internacionales, al tiempo que se pretende cambiar el modelo de la familia tradicional, para dar paso a modelos alternativos que favorezcan el campo de inversión de las biotecnologías de reproducción artificial y de diseño genético. Incluso, con los avances de la ciencia, muchos han soñado secretamente con una vida matusalenica o con la fuente de la eterna juventud.
Lecciones de la Pandemia
Pero esta Pandemia del Covid 19 pareciera que ha venido a darnos algunas lecciones : en primer término, ese virus, desde su realidad microscópica, nos da una lección de humildad. Nos recuerda que la vida humana-que es un don milagroso que debemos apreciar y cuidar- , también es finita, frágil, vulnerable. Se puede perder o enfermar en un momento. Nos recuerda, además, que somos seres libres, pero que esa libertad solo tiene sentido si actuamos con responsabilidad ante los demás, en especial, frente a los que están más cercanos a nosotros; o más nos necesitan en los momentos de aflicción y penurias, reconociendo también que existen límites al poder creador de nos confiere la razón. Pero, asimismo, nos demuestra que el planeta en que vivimos- Nuestra Casa Común, como dijera el Papa Francisco- es una obra muy hermosa de la creación de Dios, y que a la vez, constituye un organismo vivo, complejo, inteligente, con el que debemos convivir y proteger.
Sería una tontería creer que superada la pandemia vamos a retornar al modelo de vida despreocupado, ligth, cómodo, regalado, que prevalecía en muchas partes del mundo. Si sacamos las conclusiones correctas de estas lecciones de vida, tendremos la oportunidad de recuperar y enriquecer una perspectiva humana de nuestra existencia sobre el planeta, ahí donde Dios nos ha colocado. También, el virus letal nos recuerda que el sufrimiento, el dolor y la muerte, son parte consustancial de la vida misma.
No se deben buscar, pero cuando llegan la decadencia o la aniquilación de “la propia” existencia, deben encarase con naturalidad y disponibilidad total, ya que la vida no nos pertenece: pertenece al que nos creó, a quien debemos siempre dar gracias. La vida buena exige lucha y sacrificio, riesgo y pasión, que solo brotan de la fe y la confianza en nobles causas humanas y sobre todo del impulso íntimo que tenemos todos los humanos de conectar con el ser trascendente en el que existimos, de buscar a nuestro Padre del que venimos y al que iremos al final de nuestro paso por la tierra. En pocas palabras, una vida con sentido.
Propiamente, podríamos decir que la Pandemia del Covid 19 ha venido a darnos una nueva oportunidad de recomenzar sobre otras bases, que no son nuevas pero que habían sido olvidadas o despreciadas.
Es cierto que la humanidad ha sufrido siempre pandemias y guerras, que muchas veces andan juntas. Al concluir la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra, que costó la vida de 12 millones de personas, apareció la Gripe Española o Influenza que mato entre 50 y 100 millones en unos pocos años. Cuando los Mogoles se expandieron por Eurasia, trajeron la Peste Bubónica que diezmó la población de Europa. La conquista de América por los europeos cobró más vidas en las comunidades indígenas por las enfermedades que trajeron, que por la violencia o el régimen de trabajo que impusieron. En todos esos escenarios de guerras y pandemias, de intercambios o choque de civilizaciones, se produjeron a la vez importantes avances en las ciencias y las técnicas, así como en las instituciones y el espíritu humano.
Lo que distingue este momento de los anteriores es que ahora la humanidad no solo tiene más conocimiento y capacidades que nunca antes acerca de cómo enfrentar los virus y bacterias, sino que posee más consciencia sobre el destino común de la humanidad y sobre la densas relaciones de interconexión trabadas entre todos los pueblos de la tierra.
Es por eso que entiendo que en lo adelante vamos a experimentar el desarrollo de algunas tendencias que podrían ser altamente beneficiosas para la humanidad, si los antagonismos de las potencias por la hegemonía mundial no nos conducen a escenarios de guerras regionales o mundiales, o al surgimiento de una nueva guerra fría.
Creo que todos los ciudadanos del planeta debemos empoderarnos y exigir, mas allá de los gobiernos y las organizaciones internacionales, que una Comisión Internacional de la Verdad investigue qué sucedió realmente con el origen de esta Pandemia y la gestión de la misma en Wuhan, China, la OMS y el resto del mundo. También, debemos derivar consecuencias y responsabilidades de las faltas que puedan comprobarse.
Es importante no perder de vista el riesgo que entraña para la democracia y las libertades a escala planetaria estas experiencias traumáticas: debemos rechazar el modelo de gestión autoritario que está promoviendo China, y atender a las experiencias más exitosas de naciones democráticas como Taiwán, Israel, Corea, o en nuestro continente Chile y Colombia.
No olvidemos que los virus ideológicos pueden ser más infecciosos y mortíferos que los virus biológicos, como lo demuestran en nuestra región los dramas interconectados de
Venezuela y Cuba.
Es evidente que esta dolorosa experiencia de la Pandemia del Covid 19 nos muestra que aunque debemos dirigir la mirada amplia sobre las instancias globales, son las instancias cercanas de la familia, la municipalidad y la nación-estado, las que marcan la diferencia a la hora de asegurar la vida y la salud, los trabajos y las empresas de la gente. En ese sentido entiendo qué hay algo muy positivo que puede desprenderse de esta realidad extrema : nos va a permitir acometer cambios muy importantes, de raíz, que de otra manera no podrían siquiera plantearse. Todo eso requiere un fortalecimiento del Proyecto Nacional Dominicano, un esfuerzo de unidad nacional más allá de los partidos y de las obtusas visiones ideológicas.
Metas a lograr
Al aterrizar al plano de las propuestas concretas, creo que en lo adelante todas las naciones que puedan hacerlo – y más en el caso de una nación insular como la nuestra que comparte la isla con un Estado colapsado-, deben fijarse como metas prioritarias los siguientes esfuerzos:
- República Dominicana debe mejorar su conectividad internacional y local así como su política de acceso al internet y las tecnologías de la información y el conocimiento ( TIC), al tiempo que impulsa con urgencia su industria nacional de software. Eso es fundamental para desarrollar las nuevas modalidades de trabajo a distancia y con horarios flexibles. O bien, la tele-educación y la sociedad del conocimiento, así como el gobierno electrónico.
- Dentro de una Estrategia de Seguridad Energética debemos darle un mayor impulso a las energías renovables, la exploración de hidrocarburos en tierra y mar, y la eficiencia y ahorro energéticos. También, adoptar una política de infraestructuras críticas que mejoren la capacidad de almacenamiento y procesamiento para el mercado local e internacional, aprovechando las ventajas de nuestra excelente ubicación continental y las infraestructuras de apoyo para el comercio y la logística internacional. Un ejemplo de gran actualidad: urge que los 350 vertederos de cielo abierto existentes, que constituyen un serio peligro para todos, se conviertan en más de 300 megavatios de electricidad con la tecnología de gasificación, para así garantizar el alumbrado de todas las vías públicas del país.
- La industria nacional y de zonas francas debe ser incentivada a desarrollar su potencial de producir bienes y servicios para la salud y la seguridad sanitaria e industrial. Tenemos todo el potencial de hacerlo, incluso, en lo concerniente a la producción de medicamentos. Eso debe ir acompañado con una elevación sustancial y cualificación del gasto público en salud, y de una reforma integral del Sistema de Seguridad Social
- Una estrategia de Seguridad Alimentaria debe servir al esfuerzo de preservar y levantar al sector agropecuario. Nunca olvidemos que RD está en condiciones de producir todos sus alimentos y exportar a toda la región y el mundo. Sobran las razones para que la agropecuaria y la agroindustria pasen a ser consideradas acreedoras históricas de ese trato especial y diferenciado, ya que como reza el lema de Confenagro, “Sin Producción no hay Nación”.
- El plan estratégico de Ciencia y Tecnología debe ser rescatado de la gaveta en que se encuentra y puesto en ejecución sin más dilaciones, ya que es el sector más importante para mejorar substancialmente la productividad y competitividad de la República y sus fuerzas más dinámicas .
- La exploración y explotación racional, equitativa y responsable de los recursos de mineria metálica y no metálica deben ser uno de los mayores soportes del desarrollo nacional. En la actualidad está demostrando que puede ser un sólido puntal del progreso dominicano.
- La política nacional de aguas es clave para cimentar un auténtico esfuerzo de desarrollo nacional que traiga prosperidad y equidad para todos los dominicanos.Para eso no solo precisamos de una nueva legislación sobre la materia- que tiene más de 20 años en el Congreso de la República pendiente de ser aprobada-, sino asumir como alta prioridad nacional el programa Cultivando Agua Buena que adoptó el Ministerio de Energía y Minas en el 2014, en alianza con Itaipu Binacional y Brasil.
- Internacionalizar la solución de los agudos problemas de un Haití colapsado y abandonado por la Comunidad Internacional y sus clases dirigentes, demostrando que “no existe solución dominicana”, sin que se genere una desestabilización de toda la Isla y la región gran Caribe.
Este listado de objetivos es simplemente enunciativo…
Finalmente, hace algunos años, conversando con un grupo de jóvenes sobre el futuro del mundo y de nuestro país, les advertía que debían prepararse en los planos moral, intelectual y espiritual, para encarar los tiempos difíciles y turbulentos que viviríamos. Les refería la experiencia de las juventudes de Europa y Estados Unidos, que en la víspera de la Gran Guerra, vivían despreocupadas y confiadas alegremente en el progreso indetenible de sus naciones y de la humanidad. No percibían los peligros que les asechaban, y que las llevarían muy pronto por millones a una atroz carnicería, que encendió un fuego que no se ha extinguido.
En ese momento de conflagración mundial, muchos que ya habían perdido la fe en Dios, terminaron perdiendo la fe en la humanidad. Otros se rebelaron afirmando su fe en utopías que terminaron en más frustración, dolor y sangre. Fue el fracaso del humanismo centrado en el hombre mismo, sin Dios y contra Dios. Si algo debemos tener presente es que solo un humanismo integral que restaure la armonía entre las criaturas y su creador… que impregne todas las culturas y las civilizaciones, dará a la especie humana mejores posibilidades de sobrevivir sobre la faz de la tierra.
Autor: Pelegrín Castillo, fuente: APM