La tristeza y las lágrimas dominan el sábado la sección militar del cementerio 18 de Járkov, una ciudad del este de Ucrania, a medida que llegan los ataúdes de soldados muertos en la guerra contra Rusia.
Dos féretros están montados sobre caballetes en la necrópolis, ubicada en el municipio de Bezliudivka: contienen los restos de los soldados Serguei Profotilov, nacido en 1976, y de Igor Malenkov, nacido en 1985, ambos abatidos en Vilkhivka,una aldea al este de Járkov.
En la cruz figura como fecha de deceso el 11 de mayo pero ese es con toda probabilidad el dia en que fueron hallados sus cadáveres en esa localidad, escenario de prolongados combates.
“Fueron encontrados con otros cinco cuerpos que no pudimos identificar. Sospechamos que fueron ejecutados. Fueron asesinados con balas en la parte posterior de la cabeza” relata un compañero de armas, que pide el anonimato.
No es posible averiguar más. Solo media docena de soldados y el hermano de una de las víctimas asisten al funeral, encabezado por un capellán militar que recita las oraciones y agita el incienso.
La ceremonia dura una hora, con el ruido de fondo de los duelos de artillería entre rusos y ucranianos a pocas decenas de kilómetros.
Saludos y abrazos fugaces y todos se separan. El hermano de uno de los soldados, a quien le han dado un certificado de defunción, se aleja solo entre decenas de tumbas.
Al mismo tiempo llegan dos camionetas con soldados con miembros de la legión extranjera ucraniana. Una docena de soldados extranjeros presentan sus últimos respetos a un camarada holandés, abatido por fuego de artillería.
Los legionarios prohíben filmar o revelar nombres. No hay ceremonia religiosa, apenas un corto discurso en inglés de un oficial, seguido de un minuto de silencio. Un soldado con la bandera británica en su chaleco ejecuta un saludo militar, otro acaricia la cruz antes de irse.
A pocos metros empieza un cuarto funeral del día, cuando los familiares de Olexander Gaponchev, de 47 años, abatido en Tsyrkuny (al norte de la ciudad) llegan al cementerio. Muchos lloran.
El quinto funeral se inicia minutos después. Inconsolable, la madre del soldado llora sobre el ataúd de su hijo. Empieza a llover. Otra mujer, probablemente la esposa del difunto, también llora antes de que se sepulte el ataúd. Todos se precipitan a arrojar un puñado de tierra, al tiempo que sepultureros cubren con sus palas muy rápido la fosa.
Una cruz de madera con el nombre del difunto quedará como testimonio en la tumba. Detrás, flamean innumerables banderas ucranianas, mientras sigue la lluvia.