Vladislav, un joven policía ucraniano de 24 años, lleva pasta y pan a los habitantes de un pueblo en el frente este de Ucrania, pero a veces tiene la impresión de estar en terreno enemigo.
Vladislav Kopatskiy saca las compras del maletero de su coche y echa un rápido vistazo al horizonte buscando rastros de humo, que indicarían una reciente caída de misiles rusos en el pueblo de Novomykolaivka.
Luego se pone en marcha para distribuir la ayuda humanitaria en el pueblo. Pero su llegada a veces es recibida con frialdad, o peor.
Muchos de los habitantes que han permanecido en Novomykolaivka, cerca de Kramatorsk, a pesar de los intensos combates y las órdenes de evacuación de las autoridades ucranianas, apoyan a los rusos.
Los mayores, que crecieron en la época soviética, siguen teniendo una profunda desconfianza en Kiev.
Kopatskiy explica que varios residentes ya han sido detenidos bajo la sospecha de haber facilitado a los rusos las coordenadas GPS de las bases de la retaguardia ucraniana.
“Desgraciadamente, pasa eso”, dice, saliendo de un refugio subterráneo improvisado donde una familia acaba de pasar tres días, bajo los bombardeos rusos.
Informan a los rusos
Kopatskiy dice “intentar hablar” a los habitantes prorrusos, “pero quienes crecieron en la época soviética son difíciles de convencer”. “Tienen un punto de vista, y no van a ceder”, aseguró.
Una opinión, alimentada por la propaganda del Kremlin que califica a los ucranianos de “neonazis” a las órdenes de Washington, que convierte a Kopatskiy en un objetivo potencial en estos pueblos de la línea de frente.
Los soldados ucranianos en contacto con los residentes estiman que del 30 al 45% de éstos apoyan a los rusos.
“Definitivamente están dando nuestras geolocalizaciones a los rusos”, se lamentaba un soldado, apodado “Zastava”, durante un breve descanso tras cinco días en el frente.
“Recuerdo que un anciano se acercó a nosotros y nos golpeó”, dice. “Los mayores no quieren apoyarnos.
El Donbás está poblado predominantemente por rusoparlantes, cuyas raíces en la región se remontan al envío de trabajadores rusos tras la Segunda Guerra Mundial.
Esta historia ha conformado la identidad de Donbás, que ha mantenido fuertes vínculos económicos y culturales con Rusia tras la caída de la URSS y la independencia de Ucrania.
“Hay pueblos que son vecinos y no apoyan al mismo bando”, dice “Zastava”.
Ambos “son responsables”
Andriy Oleynik, natural de Novomykolayvka, de 48 años, en silla de ruedas, se ha pasado la última semana escuchando en la oscuridad el sobrevuelo de aviones de guerra y la explosión de proyectiles en las granjas cercanas.
Su cabaña de madera en el jardín fue alcanzada. Desde entonces, está aún más enfadado con Kiev y Moscú por no buscar la paz.
El ambiente en su casa es pesado: las ventanas están cubiertas desde hace semanas para limitar el riesgo de explosión de los cristales.
“Los rusos se retiraron de Kiev, entonces para la gente de allá, la guerra parece terminada. Si la gente de Kiev siguiera viviendo lo que vivimos aquí, todo sería diferente”, piensa.
“Culpo a ambos gobiernos. Los dos bandos son responsables. No les importamos”, lamenta.
Parte del resentimiento hacia Kiev se debe también a la situación económica de la región, muy afectada por la desindustrialización antes de que comenzara la guerra con los separatistas prorrusos en 2014.
Regreso “al infierno”
Andriy y su esposa, Yelena, reunieron sus ahorros e intentaron salir en los últimos días con sus hijos a un pueblo vecino, pero fue atacado por la aviación cuatro días después de su llegada.
“Así que regresamos. “Después de todo, la casa es la casa”, dice Yelena.
Otro problema importante es la escasez de combustible, que limita los desplazamientos. Las pocas gasolineras que quedan en la región están racionando las ventas a 10 o 20 litros por coche.
“¿Dónde podemos ir?”, pregunta Andriy. “En toda esta zona hay guerra”, agrega.
Un policía local, al ver a familias regresar con sus pertenencias pese a los bombardeos, difícilmente contiene las lágrimas.
“Vuelven a este infierno porque no tienen a dónde ir”, afirma, bajo anonimato. “Dicen: Si debo morir, debo morir”.