Álex Regueiro es modisto de oficio, según su propia definición, un oficio que él ejerce desde el rural, donde igual que hace trajes para casas reales y celebridades también sube los bajos de un pantalón, confecciona cortinas y vende huevos.
“Aquí todo es a base de bastidor y tiempo. A lo mejor mis gallinas tardan seis meses en poner, pues mis clientes del mismo modo asumen que es a fuego lento lo que yo hago y no saben hasta muy avanzado el proceso qué es lo que van a llevar puesto. Es como ir a comer a un restaurante Estrella Michelin”, subraya en una entrevista con EFE.
A los tres años su abuela le daba un trapo y una aguja para que se entretuviese. Consiguió algo más que eso, pues despertó una vocación en su nieto, el niño que siempre la observaba. “Ella cosía en casa y tenía que atender a los animales, así que estoy recuperando una forma de vida que ya existía hace décadas”, recuerda su continuador.
Pero este diseñador no solamente se inspiró dentro de casa, también por ejemplo en Dolce&Gabbana, cuando en una de las casas invitaban a ir al huerto a sus parroquianas más destacadas y después les preparaban ensalada con la lechuga y tomate que recogían. El gallego saca su mantel de hilo y no duda en ofrecer cosas de casa.
Al salir de su primera comunión, vio el pequeño Regueiro en las puertas de la iglesia unos muñecos de calceta y supo con firmeza que quería dedicarse a lo que hoy hace.
Cree en las musas, pero no en esas que cosifican a la mujer, y sí en cambio en lo vinculado a la naturaleza y a la energía. Cuando sale al monte, brotan las ideas; cuando viaja en avión, mira siempre por la ventanilla.
Se queda con todo, con cómo están los verdes organizados, con cómo Galicia es “el país de las mil y una flores”, o con el cromatismo de colores que hay desde la costa hasta el interior. “Estoy conectado con la tierra”, confiesa.
Apostó por un modelo de negocio nada al uso, pero que le aporta felicidad, en el que no cuenta con equipo (“Dalí pintaba Dalí”) y donde asume la gente que puede.
Concibe Regueiro la moda como un arte, explica que sin las artes “no somos nadie” y admira a los franceses por tener “tan claro que la moda es una cuestión de Estado, igual que el cine”. De los italianos, aprecia su modo de abrir las puertas. Lo sabe de buena tinta pues en su caso, recién estrenada la mayoría de edad, le ofrecieron trabajo en dos tiendas de Versace, primero en una de Roma y al año siguiente en otra de Milán.
En la primera, le bastó decir que quería mirar y aprender y luego, cuando le sacaron un álbum de fotos, adivinar qué sacaría la marca para la próxima temporada. En la segunda, fue su observación de que un hombre necesitaba una talla más de chaqueta la que hizo que el encargado se fijase en él. A renglón seguido, tras identificar el origen de la prenda, llegó de nuevo la pregunta clave: “¿Busca usted trabajo?”, oferta que declinó.
No sabe todavía si actuó movido por el miedo o por su edad.
Sin la pretensión del foco y fuera de los circuitos, llama Regueiro la atención por su modelo de vida y negocio. “Si tienes calidad, puedes estar donde te dé la gana, porque tu trabajo habla por ti”, comenta alguien que sueña una gran pasarela para su tierra.
“Tenemos capacidad”, sostiene, y trae a colación la compra de la marca francesa Christian Lacroix por Sociedad Textil Lonia y, más atrás en el tiempo, la máquina de coser Refrey que fue líder en Europa y nació en los locales Astilleros Freire.
Este artesano no se avergüenza de compartir que puede “hacer unas cortinas o un vestido a una celebridad o princesa. Realmente es amor por la costura”.