Washington. En 2019, durante una improvisada rueda de prensa, el entonces presidente Donald Trump alzó la vista al cielo y declaró: “Soy el elegido”. Esta frase rápidamente se volvió viral, generando sorpresa y humor, pero también resonó entre sus seguidores evangélicos, quienes ya sostenían que Trump era un líder “escogido por Dios”. Estas palabras, aunque dichas en un tono aparentemente casual, se alinearon con una narrativa mesiánica que se empleó en su campaña de reelección de 2020.
Trump hizo este comentario mientras defendía su postura frente a China, resaltando su “valentía” al confrontar prácticas comerciales que, según él, habían sido ignoradas por sus predecesores. Sin embargo, este discurso coincidió con un mensaje en Twitter en el que agradeció al comentarista de extrema derecha Wayne Ally Root, quien lo había descrito como el “Rey de Israel” y el “segundo advenimiento de Dios” para los judíos israelíes.
Este tipo de retórica caló hondo entre los votantes evangélicos, un grupo de apoyo clave que había sostenido su presidencia. Andrea Hatcher, especialista en política y religión en la Universidad del Sur en Tennessee, explicó que la comparación de Trump con figuras bíblicas, como el rey Ciro —un líder que liberó a los judíos del exilio—, había sido promovida por líderes religiosos que creían que el presidente cumplía un rol “divinamente predestinado”.
Desde la campaña de 2016, importantes líderes evangélicos respaldaron a Trump, comparándolo con figuras bíblicas como el rey David, pese a sus escándalos y polémicas personales. Esta narrativa alcanzó una nueva cumbre en 2018, cuando la organización israelí Mikdash emitió una moneda que mostraba a Trump junto al rey persa Ciro, en homenaje a su decisión de trasladar la embajada de EE.UU. a Jerusalén.
Figuras influyentes como el pastor Robert Jeffress y Paula White, su asesora espiritual más cercana, afirmaron en repetidas ocasiones que Trump había sido “elegido por Dios” para liderar la nación. Sin embargo, Hatcher advirtió que esta retórica mesiánica resultaba peligrosa, ya que atribuir un carácter divino a un líder político socavaba los principios democráticos y podía alentar a seguidores extremistas.
Para algunos de sus críticos, la referencia de Trump a sí mismo como el “elegido” reflejaba una peligrosa tendencia a la auto-idealización y a una devoción incondicional que, aunque reforzaba su base, probablemente no le ayudó a ganar adeptos entre votantes moderados y otros grupos a los que buscaba atraer, como el electorado judío, al que poco después acusó de “deslealtad” por su inclinación hacia el Partido Demócrata.