Lancaster, Estados Unidos.- Parece otra época, en la que el sol marca el ritmo del trabajo del campo y los hombres se protegen con sombreros de paja. Pero afuera de las granjas amish, las pancartas con publicidad de Trump delatan la agitación actual: Estados Unidos se prepara para elegir presidente.
Entre los amish del condado rural de Lancaster, las elecciones están a la vista pero lejos de su corazón que rebosa fe: una gran mayoría no vota disuadidos por su iglesia.
“Dios se ocupa de todo eso. Él sabe a quién ha elegido para ser el próximo presidente, así que no me preocupo. Se lo dejo a él”, dice Leroy Stoltzfus, de 84 años, sentado en el pequeño salón de su casa.
Para este agricultor jubilado las elecciones son “un asunto importante”. Sin embargo, prefiere no compartir su opinión sobre los dos principales candidatos a la presidencia de Estados Unidos, el republicano Donald Trump y la demócrata Kamala Harris.
Sin coche, sin Internet y, en muchos casos, sin teléfono, la tecnología no entra en esta comunidad descendiente de inmigrantes suizos, alemanes y austriacos, que comenzaron a llegar al continente en los años 1730.
Los republicanos ven en ellos una fuente clave de votos: en 2020, Joe Biden ganó a Trump por unos 80.000 votos en Pensilvania. El mismo número de amish que viven en este estado.
Los republicanos “se interesan por ellos porque, tradicionalmente, adoptan posturas políticas conservadoras”, contrarias al aborto o al matrimonio gay, y consideran a este partido “menos proclive a intervenir en su modo de vida y sus negocios”, señala el profesor Kyle Kopko, especialista en esta comunidad en el Elizabethtown College.
Para convencerlos de que se impliquen, los activistas conservadores van puerta por puerta y les animan a registrarse para votar. Trump incluso dio recientemente un mitin en Lancaster.
“En un estado como Pensilvania, cada voto cuenta. Y es una apuesta de futuro”, ya que el número de amish se duplica cada 20 años, subraya Kopko.
- “Cuestión de verdad y justicia” –
El sol proyecta sus últimos rayos anaranjados sobre la campiña del condado, hogar de la mayor comunidad amish del país. Los establos desprenden olores de granja. La colada, tendida en enormes cuerdas, ondea al viento entre los grandes silos de grano.
Paul Bilier, de 34 años, termina el día como lo empezó: ordeñando las vacas. Sus manos grandes y sucias delatan su trabajo en el campo, sus ojos marrones teñidos de verde, su amabilidad.
“¡Trump es fuerte! Para él, los negocios son los negocios”, sonríe el granjero. A veces habla de política con sus vecinos. “He oído que Biden es demasiado viejo, pero bueno, no sé mucho del tema”, admite este padre de dos hijos.
Linda, de tez bronceada y gafas de sol rectangulares, vende helados, queso y leche en una pequeña tienda. ¿Votar? “Es todo un debate en la comunidad, algunos lo hacen, otros no. Mi marido y yo votamos. Es una cuestión de verdad y justicia”, dice la mujer que el 5 de noviembre dará su voto a Trump.
- No es cosa de amish –
En los mercados, los amish regentan puestos de comida y están en contacto habitual con personas ajenas a la comunidad. Algunos incluso tienen smartphones, como Sam Stoltzfus, que dirige una granja de rábano picante, una raíz utilizada a menudo como sustituto de la mostaza.
Todas las mañanas escucha durante diez minutos el canal conservador Fox News. Sin embargo, no es nada reservado sobre Trump. “Sabe manejar las cosas, pero sigue sin ser muy cristiano como presidente”, ataja este anciano de 81 años, bajito y afilado, con voz ronca.
“Tiene no sé cuántos millones de dólares en activos, ¿y cuántas veces ha quebrado?”, cuestiona este padre de nueve hijos y 54 nietos. “Y luego está ese asunto turbio de 2020” después de las elecciones, dice sobre la negativa de Trump a reconocer la derrota en las urnas.
¿Harris? “Es el mal menor”. “Todos deberíamos votar”, dice Sam Stoltzfus en su granero lleno de relojes antiguos. “Pero en realidad no es cosa de los amish”.
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