Cabaret legendario en el corazón del barrio parisino de Montmartre, el Moulin Rouge abre sus puertas 365 noches al año, dos funciones diarias, gracias en gran parte al trabajo de decenas de bordadoras y costureros.
El Moulin Rouge sopla este año 135 velas, y hace una semana sufrió un percance inesperado: se cayeron sus aspas y algunas de sus letras.
Pero ni siquiera ese contratiempo le impidió abrir sus puertas.
En escena son 60 artistas, principalmente las conocidas “can can girls”.
En las butacas, una media de 1.700 espectadores repartidos en dos sesiones (21H y 23H30), la mitad de ellos turistas extranjeros.
Y entre bambalinas, especialistas en alta costura y atrezzo.
Ese ritmo de espectáculos requiere al año unos 1.000 vestidos y trajes hechos a medida, 800 pares de zapatos (del 37 al 47) y un promedio de tres kilómetros de boas y plumas de avestruz (criadas en cautiverio).
El ruido de las máquinas de tejer es incesante antes y después de cada show, y a veces incluso durante el espectáculo.
“Salimos a escena todas las noches. Los vestidos se desgastan… Pero el espectáculo debe mantener el máximo estándard de calidad” declara a la AFP Jean-Victor Clerico, de 38 años, director general del cabaret.
El “French cancan”, con su ritmo frenético y su espagat final (la caída al suelo con las piernas totalmente abiertas) pone a prueba costuras y vestidos.
- “Transmitir el savoir-faire” –
El Moulin Rouge es propiedad de la misma familia desde hace cuatro generaciones. Sus dueños crearon una escuela de artes escénicas, dedicada en particular a formar expertos en el bordado, las lentejuelas y las plumas.
“Son empresas que corrían el riesgo de desaparecer, a pesar de que son indispensables para el espectáculo. Es nuestro deber mantenerlas vivas, al mismo tiempo que permitimos la transmisión de su savoir-faire a las nuevas generaciones”, explica Clerico.
Costurera del mundo del espectáculo desde los años 60, Mine Vergès “volvió a la escuela” con esta iniciativa del Moulin Rouge, a pesar de sus 88 años.
Su misión será transmitir a los alumnos décadas de sabiduría textil. Su última creación fue el vestido de Nana Mouskouri para la ceremonia de la llama olímpica en Atenas.
“Los vestidos más complicados son los del music-hall. Todo debe ser mucho más sólido que un vestido normal. Y cuando hay plumas, tienen que ser ante todo algo agradable para las bailarinas. El Moulin fue el primer cabaret donde empecé a trabajar, y será el último”, confiesa.
La casa Février, fundada en 1929, es otra de las colaboradoras de la escuela de artes escénicas del Moulin Rouge, y también de firmas prestigiosas de alta costura como Hermès y Louis Vuitton.
Al frente de su equipo de especialistas en el arte de las plumas, Maxime Leroy, de 35 años.
Solamente el Moulin Rouge gasta el equivalente a tres toneladas de plumas de avestruz, de faisanes y de gallos, cosidas a mano cada año.
- “Crear belleza” –
Directora del taller Valentin, especialista en bordado, Caroline Valentin utiliza la técnica ancestral del crochet y del punto de cadeneta.
“La magia siempre me ha fascinado. No hay límite a la hora de bordar: lentejuelas, perlas, estrás, piezas metálicas… El único imperativo para un traje de escena es que sea resistente”, dice.
Aparentemente secundario, el zapato es sin embargo esencial en el cabaret.
En el Moulin Rouge el responsable es el zapatero Clairvoy, casa fundada en 1945.
Nicolas Maistriaux, de 45 años, y su equipo fabrican los zapatos de los artistas, hasta 60 horas de montaje para cada par, sin contar su mantenimiento y renovación.
La cantante Kylie Minogue también recurrió a la Maison Clairvoy para sus botines de escena.
Para la australiana Jasmine Bard, una de las bailarinas del Moulin, “los trajes están diseñados para que podamos evolucionar siempre al máximo de nuestro potencial. El traje se convierte en parte esencial de nuestros cuerpos”.
“Nuestros oficios son todo lo gratificantes que se pueda imaginar”, estima la bordadora Caroline Valentin. “Tenemos la inmensa suerte de crear belleza… ¡En eso consiste la artesanía artística!”.