Muy pronto abrirá sus puertas al público. De las más de 170.000 obras con las que cuenta Patrimonio Nacional, las nuevas y modernas salas exhibirán cerca de 700. De la mano de la escritora Carmen Posadas recorremos el último edificio de Tuñón y Mansilla, que, tras 25 años de gestación, alberga ya las grandes colecciones artísticas de nuestros monarcas
Poco podía imaginar que, tras recorrer la plaza que se extiende entre el Palacio Real de Madrid y la Catedral de la Almudena, en su extremo más oriental y literalmente suspendido sobre el Campo del Moro, iba a encontrarme con semejante sorpresa, uno de los museos más deslumbrantes de Europa, por no decir del mundo. Sus arquitectos, Emilio Tuñón Álvarez y Luis Moreno Mansilla, concibieron este bellísimo y a la vez funcional edificio de cuarenta mil metros cuadrados distribuidos en ocho plantas de modo que fuese una obra de arte más de las muchas que en él se exhiben.
La Galería de las Colecciones Reales que muy pronto abrirá sus puertas lleva gestándose desde 1998. El reto que se plantearon sus responsables fue el de contar los últimos quinientos años de la Historia de España. Y hacerlo a través de cuadros y esculturas pero también de joyas bibliográficas, muebles, objetos personales de uso cotidiano y otras mil curiosidades, muchas de las cuales han dormido durante siglos en lugares inaccesibles al gran público: el interior de conventos de clausura, por ejemplo, sacristías, bibliotecas o los depósitos de diversos museos y que pertenecen a Patrimonio Nacional.
Lugares emblema
Para entender bien el concepto es necesario recordar que esta entidad se creó en origen para preservar y gestionar todo aquello que antaño perteneció a los reyes y a la Familia Real. Un rico acerbo cultural al que, a lo largo del tiempo, se ha ido sumando el de diversos lugares emblemáticos de nuestro país como El Escorial, La Granja, el Monasterio de Yuste, el Palacio de Aranjuez, y así hasta un total de diecinueve residencias reales, diez monasterios, dieciséis iglesias, un panteón y tres museos. En total, ciento sesenta mil bienes históricos de un valor incalculable.
Es de todos estos enclaves de donde proceden las piezas que ahora se exhiben. Dos tercios de ellas quedarán de forma permanente en el Museo mientras que el tercio restante cambiará al cabo de un tiempo. Primero, porque la rotación permite dar visibilidad a nuevas piezas. Y, segundo, porque, como ocurre en el caso de libros, documentos, telas y ropajes, se trata de obras de arte frágiles que se deterioran con suma facilidad.
Un mar de dudas
Tuve la suerte de recorrer sus salas con Ana de la Cueva, presidenta del consejo de administración de Patrimonio Nacional, y poco después con Leticia Ruiz, directora de las Colecciones Reales, lo que me permitió asaetearlas a preguntas. ¿Con qué criterio está concebido el Museo? ¿Cuál es el fin último que se intenta alcanzar? ¿Cómo se seleccionaron las piezas? Ahora sé que la idea central era, a través de objetos de índole muy diversa, hacer un recorrido entre histórico y sociológico que reflejara la vida a todos los moradores del lugar donde está instalado el museo, desde el antiguo Alcázar devorado por las llamas en 1734 hasta el actual Palacio Real erigido por los Bobones tras el incendio.
En otras palabras, conocer la vida de los reyes comenzando por la de los Reyes Católicos hasta llegar a Alfonso XIII y hacerlo a través de sus pertenencias. «Lo fascinante –me explicó Ana de la Cueva– es ver cómo, al observar qué tipo de objetos primaba en cada época, logramos hacernos una idea de cuáles eran los valores e inquietudes de cada uno de ellos». Así, las pertenencias de Felipe II, por ejemplo, hablan de su interés por la Ciencia, también de la omnipresencia de la religión, significada en este caso por este greco tan poco común que aquí ves, uno que sirvió a su autor de tarjeta de visita para darse a conocer en sus inicios. «El reinado de Felipe III –continuó explicándome Ana de la Cueva–se caracterizó no tanto por el peso de la religión como por la Pax Hispánica. Por eso los cuadros y enseres de esta sección tienen que ver con las alianzas matrimoniales y los llamados ‘Intercambios de princesas’».
Al llegar la parte destinada a los reinados de Felipe IV y Carlos II, me sorprendió uno de los cuadros más señeros del museo. El ‘Caballo blanco’ de Velázquez, un enorme lienzo de casi tres metros y medio por dos y medio en el que representa un caballo con montura pero sin jinete, una pieza que se ha expuesto en contadísimas ocasiones. «Perteneció al Marqués de Salamanca me explicó en esta ocasión Leticia Ruiz. En sus tiempos tenía pintado como jinete a un Santiago Matamoros, pero se descubrió que era un añadido posterior y no muy interesante. Ahora sabemos que Velázquez lo concibió así, sin jinete. La postura y el tamaño del caballo son idénticos a las que pueden verse en el retrato del Conde-Duque de Olivares. Posiblemente lo pintó para adelantar tiempo y con idea de ofrecérselo luego a alguno de sus muchos clientes».
Otra pieza notable de esta sala es una escultura policromada de San Miguel. No dejen de admirar esta obra. Es de un realismo sobrecogedor y su autora es La Roldana, escultora del rey, una de las pocas mujeres que han ostentado tal título. Mencionar a Luisa Roldán más conocida por La Roldana, me permite añadir que la presencia femenina en esta muestra es muy notable. Además de esta pieza, en la sección dedicada a Felipe II, se puede admirar la obra de Lavinia Fontana, mientras que en otras secciones se exhiben documentos y enseres que ilustran la labor de diversas mujeres destacadas en la fundación de conventos y monasterios
La galería, que abre sus puertas el día 29, lleva gestándose desde 1998
Cambiando de planta se llega a las salas dedicadas a los Borbones. Importante es decir que, antes de entrar en esta sección y –al igual que ocurre al principio de la exposición y también antes de acceder a las salas de los Austrias– existen amplias pantallas de vídeo en las que, en ocho minutos, se hace un resumen de cada período. Tan ameno, didáctico y fácil de entender que me recordó las tribulaciones de mi nieto Luis con sus clases de Historia.
El año pasado lo dedicó entero a estudiar los griegos y los romanos que le interesaron mucho. Este, en cambio, para su consternación y la mía y saltándose siglos, por no decir milenios, Luis ha aterrizado en el siglo XIX en el reinado de Isabel II y le ha tocado aprenderse como un loro todo lo relacionado con las guerras carlistas. Ya ven. Originalidades de la Ley Celaá. Por lo visto ahora se estudian «conceptos y temáticas», y conocer la Historia por orden cronológico se considera una antigualla absurda. En esta exposición, por el contrario, el orden es primordial.
Exceso y color
Por eso estoy segura de que a Luis y al resto de mis nietos les va a encantar –y les será muy útil, además– ver, por ejemplo, cómo y por qué la España austera de los Austrias se convierte en colorida y excesiva con la llegada de los Borbones: Podrán conocer a Felipe V y sus excentricidades, los cortos reinados de Luis I y Fernando VI y, más adelante, el de Carlos III, cada uno con sus particularidades y curiosidades. Y, recorriendo unos metros más, llegarán a Goya y su tiempo. En la sección que tiene como protagonista destacado al genio de Fuendetodos se cumple la premisa común a todo el Museo: dar visibilidad a obras de arte muy poco conocidas. Por eso podrán ustedes admirar un retrato de María Luisa de Parma pintado por Goya que no se exhibe habitualmente y luego otros dos retratos (en esta ocasión no de Goya aunque igualmente interesantes). En uno puede verse a un Carlos IV sin peluca y casi irreconocible. El segundo, aun más curioso, mueve a la sonrisa y, a pesar de su reducido tamaño, se ha convertido en uno de los emblemas de toda la Colección. Su autor es Juan Bauzil y en él aparece el monarca de espaldas y con una peluca amarilla y un tanto escuchimizada de la que escapan un sinfín de pelillos.
Tras un retrato somero de los reinados de José I y Fernando VII, la muestra llega a Isabel II, pasa casi de puntillas por el reinado de Amadeo de Saboya, continúa por el de Alfonso XII hasta llegar a Alfonso XIII. En esta sección les recomiendo dedicar tiempo y atención a la magnífica colección de fotografías que allí se exhibe y que es muy reveladora.
Al llegar a este punto, tenía yo curiosidad por ver cómo se cerraba este original e ilustrativo recorrido por más de quinientos años de Historia, y me interesó ver que lo han hecho mediante vídeos que relatan diversos hitos históricos que tienen como escenario el Palacio Real desde comienzos del siglo XX hasta el presente.
Dicho esto, la exposición no acaba aquí. Me falta contarles la que bien podría ser la guinda de tan espléndido festín para los cinco sentidos y para hacerlo debo remontarme años atrás, al comienzo de la construcción de la Galería. Sucedió que un día quedaron al descubierto restos de la muralla árabe del siglo IX que protegía la ciudad, así como una de las puertas de la alcazaba que miraba al río Manzanares.
Hallazgo afortunado
No hace falta que les diga cuánto complica a arquitectos y propietarios hallazgos de estas características pero, en este caso, el descubrimiento no ha podido ser más afortunado. Ahora, y gracias a tan inesperado regalo del terreno, la Galería de las Colecciones Reales ha podido sumar un capítulo más a los tantos momentos históricos que tuvieron como escenario este enclave. La sala en la que se exhiben las ruinas árabes permite al visitante dar un nuevo afortunado salto en el tiempo. Uno que se viene a sumar a todo lo visto con anterioridad y añade un aliciente más a museo tan deslumbrante como tan fuera de lo común.