Dos días después de que le permitieron la entrada a Estados Unidos, Roberto no perdió tiempo y ya resana los muros de un negocio en Brownsville, Texas. Javier, en tanto, lava carros. Dicen que empezó a trabajar en Estados Unidos, y ya empezó.
En esta ciudad fronteriza con Matamoros, México, son liberados los hombres migrantes luego de entregarse a la patrulla fronteriza y cumplir con los requisitos para que un juez evalúe su pedido de asilo. El plazo para ello puede tomar incluso tres años. Mientras tanto, empiezan a construir una vida.
Aquí estoy, “preparando el material, concreto, preparado para sellar y, bueno, terminar la obra. Estamos pintando, dejando todo impecable, todo bello, fino, como es aquí”, comenta Roberto Martínez, de 36 años.
Hábil en múltiples oficios, pasa la espátula con mezcla para resanar las bases de la plataforma donde se colocan las máquinas dispensadoras de combustibles en una estación de servicios.
“Tengo dos días [de haber sido liberado]. Agarré el trabajito porque necesito seguir más adelante. Quiero llegar a Nueva York. Soy venezolano. Vengo a pie, en autobús, bueno, eso es un largo trayecto que no se lo deseo a nadie, pero sigo adelante, siempre con mi Dios Todopoderoso”, agrega.
En la víspera del fin del Título 42, una medida de la era Trump que permitía la expulsión de migrantes por temas sanitarios como la pandemia, miles de ellos han optado por cruzar el río Bravo desde México y entregarse a la patrulla fronteriza.
Le temen a la norma que quedará vigente, el Título 8. Si bien permite acoger solicitudes de asilo, también acelera expulsiones, deportaciones y sanciones como prohibir el ingreso al país a quien intente cruzar irregularmente.
Metros más allá, otro migrante pasa un rodillo con pintura blanca sobre las paredes de la estación de servicio. Un parlante con música urbana suena a todo volumen mientras trabajan. Parece una jornada laboral común en algún país de América Latina.
Lavado de autos
Javier Liendo, un venezolano de 23 años, tiene en sus manos un llamativo cartel amarillo que dice “CAR WASH”. El dueño de la estación de combustible les ha permitido lavar autos para que puedan obtener recursos. Como telón de fondo, se observa el puente internacional que conduce a México.
“Aquí llegamos a trabajar, papá”, dice Javier. “Estamos aquí reuniendo [dinero para] el pasaje pero trabajando, trabajando. Nosotros [inicialmente] llegamos a pedir plata, pero nos prestaron el apoyo [ofrecieron el trabajo] aquí y estamos lavando carros y la gente nos colabora con algo”, cuenta. La mayoría de ellos son jóvenes que sueñan también con estudiar.
“Yo, 19 años, me gusta estudiar, me gusta todo, y tuve que salir de mi país por una situación que, al final, no alcanzaba para nada y no podía ni seguir la carrera que uno quería y lo que nos tocó fue esto, salir de nuestro país, buscar otro futuro”, dice Sair Medina, venezolano, quien lava autos.
Quienes les ofrecen el empleo prefieren no aparecer en público. Igualmente, los vecinos que llegan a darles alimentos y ropa optan en muchos casos por el anonimato. No existe claridad sobre si su situación legal les permite laborar.
Mientras tanto, Cleiber Colmenares, que acaba de ser liberado en Brownsville, observa a sus compatriotas y se llena de fe.
“Tengo una niña pequeña de cuatro años y un niño pequeño de cinco años a los que quiero darles un mejor futuro. Tengo 26 años y me queda vida por delante, a echarle ganas aquí, porque lo que me gusta es trabajar y guardar billete verde”, comenta.
Eli Gonzales de 23 años también está dispuesto a trabajar para comprar su pasaje a Nueva Jersey, su destino final.
“Para poder ganar la plata aquí, mira, [vamos] a lavar carros, para que sepan que hay personas buenas también. Nos discrimina mucha gente pero, bueno, Dios me los bendiga a todos. Todos somos seres humanos”.