Miles de fieles madrugaron para desfilar ante el cuerpo de Benedicto XVI, en la capilla ardiente instalada en la basílica de San Pedro en el Vaticano para despedir al pontífice emérito, fallecido el 31 de diciembre a los 95 años.
La larga fila llegaba hasta la inmensa Plaza de San Pedro y rodeaba las célebres columnas de la explanada, vigiladas por un dispositivo de seguridad y también por cientos de periodistas de todo el mundo llegados para cubrir el entierro del papa.
El cuerpo de Joseph Ratzinger yace en un catafalco cubierto por una tela dorada, rodeado por dos guardias suizos vestidos de gala, frente al altar mayor de la basílica dominado por el baldaquino de bronce negro con imponentes columnas retorcidas diseñado por el maestro del barroco Gian Lorenzo Bernini.
Varios cardenales y miembros de la Curia romana velan al muerto, mientras el secretario privado por años del papa emérito, el obispo Georg Gänswein, recibe el pésame de las autoridades.
“Señor, te amo”, fueron las últimas palabras pronunciadas en italiano poco antes de fallecer el sábado en presencia de una enfermera, según informó el obispo Gänswein.
El ex papa, fue vestido de blanco con una casulla roja, el color del luto papal, con una mitra blanca adornada con un borde dorado y un rosario entrelazado en sus manos. Su rostro resulta casi irreconocible.
El papa Francisco le rindió varios homenajes públicos al “amado” Benedicto XVI, “fiel servidor del Evangelio y de la Iglesia”, recordando su “bondad”, “su nobleza”, “su testimonio de fe y de oración, especialmente en estos últimos años de vida retirada”.
“¡Señor, te amo!”, casi un resumen de la vida de Joseph Ratzinger, que desde hacía años se preparaba para el encuentro definitivo, cara a cara, con el Creador.
El 28 de junio de 2016, en el 65 aniversario de la ordenación sacerdotal del predecesor ahora emérito, el Papa Francisco había querido subrayar la “nota de fondo” que había recorrido la larga trayectoria sacerdotal de Ratzinger y había dicho: “En una de las muchas y hermosas páginas que dedica al sacerdocio, subraya cómo, en la hora de la llamada definitiva de Simón, Jesús, mirándole, le pregunta una cosa: ¿Me amas?. ¡Qué hermoso y cierto es esto! Porque es aquí, nos dice, en ese ‘¿me amas?’ donde el Señor funda el pastoreo, porque sólo si hay amor al Señor puede Él pastorear a través de nosotros…: ‘Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo'”.
“Esta es la nota que domina toda una vida gastada en el servicio sacerdotal y en la teología, que ella no por casualidad definió como ‘la búsqueda del amado’; esto es lo que ella siempre testimonió y todavía testimonia hoy: que lo decisivo en nuestros días -de sol o de lluvia-, lo único que une todo lo demás, es que el Señor esté verdaderamente presente, que lo deseemos, que interiormente estemos cerca de Él, que lo amemos, que creamos de verdad profundamente en Él y creyendo amarlo de verdad. Es este amar lo que verdaderamente llena nuestro corazón, este creer es lo que nos hace caminar seguros y tranquilos sobre las aguas, incluso en medio de la tempestad, como le ocurrió a Pedro”, continuó Francisco.