Las manos científicas al rescate de las papas "nativas" de Colombia

Las manos científicas al rescate de las papas "nativas" de Colombia

Tres científicos se reúnen alrededor de los variados tubérculos de cáscara oscura e interior colorido y en un laboratorio, fortalecen sus pequeñas semillas, intentando salvar las papas “nativas”, más resistentes al cambio climático pero amenazadas por el desinterés comercial en Colombia. 

Ismael Villanueva, Adriana Sáenz, María del Pilar Márquez entre otros investigadores instalaron su campamento base en una pequeña granja en medio de las verdes montañas cubiertas de neblina y las vacas lecheras de Carmen de Carupa, 100 kilómetros al norte de Bogotá. 

Los cambios extremos de temperatura y las fuertes precipitaciones en esta región, como consecuencia del calentamiento climático, empujaron a muchos campesinos a dejar de sembrar papas. 

“Ahora llueve mucho, mientras que antes en esta región no lo hacía, (…) es un cambio demasiado fuerte, demasiado repentino, los tubérculos se dañan porque los campos se inundan”, dijo a la AFP Adriana Sáenz, miembro del proyecto de la Universidad Javeriana que busca salvaguardar las especies. 

En la pequeña parcela crecen 38 variedades de papas “nativas” o ancestrales. Cuando las rajan con bisturís quedan expuestos sus colores amarillo, rojo o morado. 

Las nativas tienen un “acervo genético” que las hace más resistentes “a las sequías o a las altas lluvias”,  según la profesora Márquez, pero los compradores prefieren un puñado de tubérculos más convencionales que se vende en los mercados.

A pocos metros de la huerta, en una modesta casa de ladrillo, las raíces más fuertes que crecen pegadas a la corteza se limpian con agua destilada e hipoclorito, un compuesto químico. 

Del interior les extraen el meristemo, las diminutas “semillas“. “Aquí es donde empieza todo”, sostuvo Márquez, vestida con una bata blanca, guantes de látex y mascarilla. 

Las pocas células seleccionadas a punta de microscopio se convierten en plántulas que luego son conservadas durante tres semanas en frascos de líquido translúcido con nutrientes.

Después se ponen en bolsas de plástico en un invernadero y cuando están listas se siembran en las tierras del departamento de Cundinamarca, cuya capital es Bogotá, y el vecino Boyacá.

“Ya hemos posiblemente perdido algunas [especies], entonces queremos volver a rescatar estas papas que sembraban personas [culturas, NDLR] muy antiguas”, dijo Sáenz. 

Campesinos de Carmen de Carupa y alrededores atendieron al llamado del panel de expertos para conseguir las pocas semillas de las papas en peligro de extinción, cuenta.

La tarea fue titánica. Ante la pérdida de las cosechas y la poca salida al mercado, los cultivadores se decantaron por la ganadería. 

“Antiguamente, toda esta región era papa, papa y papa. Después por (…) los veranos, ya se volvió [un territorio] ganadero”, dijo el agricultor Héctor Rincón, colaborador de la iniciativa.

Desde el laboratorio y el cultivo in vitro de las semillas, los científicos mejoran el “rendimiento” de las especies, según Márquez, y advierte que no se trata de una “modificación genética“. 

La innovación científica es también una alternativa contra las fluctuaciones de los precios y la explosión del costo de los fertilizantes y otros insumos -entre un 25% y un 30% según la Federación Colombiana de Productores de Papa- que repercuten en la rentabilidad de las variedades comerciales.

“Lo que nosotros estamos haciendo (…) es ayudar a esas planticas a liberarse de enfermedades, de patógenos para que cuando salgan al campo estén libres de ellos para iniciar con un cultivo de buena calidad”, dijo. 

En Sudamérica se cultiva la papa desde hace más de 8.000 años. En Colombia el tubérculo es el segundo alimento más consumido (unos 57 kilos por persona al año según datos oficiales), después del arroz.

Las papas “nativas” intentan abrirse camino en la alta cocina como es el caso del restaurante de Óscar González. 

De brazo tatuado y cabello recogido, el chef trabaja exclusivamente con los inusuales tubérculos en la preparación de helados, panes, purés y patatas fritas, que sirve en sus dos establecimientos de Bogotá.

En la cocina, González ensambla con delicadeza un plato basado en tres variedades “nativas“. Sobre una crema de patata de visos rosados, coloca rodajas fritas y púrpuras, mezcladas con vegetales y especias. “Cada variedad se cocina de forma diferente, cada variedad tiene un sabor distinto”, explicó.

Según Márquez, en Colombia hay unas 60 variedades nativas y 30 comerciales, pese a que pocas llegan a los mercados. 

Para ella todas las variedades “deben coexistir” en “los supermercados, así como a través de otros canales de comercialización más justos para los agricultores”.

Mientras tanto los científicos siguen buscando las mejores semillas de variedades nativas de la mano de pequeños agricultores.

“Si hay ciencia en el campo van a mejorar muchas cosas, va a ser que la agricultura sea realmente una agricultura sustentable”, subrayó Márquez.