Cuando el temido aparato volador no tripulado aparece en el cielo azul de Kiev con su ruido similar al de una máquina cortacésped, comienzan los gritos: los drones “suicidas” enviados por Rusia cosechan el pánico entre la población de la capital ucraniana.
Son las 08H13 (05H13 GMT) del lunes por la mañana en el centro de Kiev y se trata del segundo ataque en el barrio residencial de Chevstchenko de Kiev, ya golpeada hace una semana.
En medio de un cruce de carretera, a unos 100 metros de la primera explosión, los policías Oleg y Iaroslav han aparcado su patrulla.
Los agentes prohíben la circulación de vehículos y el acceso a los edificios golpeados por los drones y para los periodistas de AFP no es posible saber que había dentro.
El ayuntamiento afirma que se trata de un inmueble residencial parcialmente destruido por el ataque que ha dejado al menos tres muertos.
Algunos habitantes miran hacia el lugar de la primera explosión, que aún humea.
De repente, gritos y un movimiento de pánico. Las cabezas miran hacia el cielo y la gente corre a ponerse a salvo.
Al principio lejano, el ruido del dron se hace más preciso cuando se sitúa por encima del barrio. Bien visible, incluso si se encuentra a varias decenas de metros, el ala delta blanco sobrevuela los edificios.
Como otros policías y militares en la zona, Iaroslav agarra su kalashnikov y, rodilla a tierra, dispara en dirección al dron.
El crepitar de las armas resuena en todo el barrio, por disparos o en ráfaga. Pero el aparato sigue volando, intacto, y se estrella 200 metros más adelante. La explosión se escucha en las calles.
Menos de diez minutos más tarde, hacia las 8H20, la escena se repite en el mismo lugar. Tercer ataque seguido, y de nuevo, gritos, miradas al cielo para tratar de localizar el dron, ruido de motor, pánico, disparos y una fuerte explosión a dos manzanas del precedente estallido.
- “Miedo” –
Las sirenas de alarma antiaérea no han sonado antes de los ataques, constata un periodista de AFP.
“Estamos aquí desde hace quizá media hora y han caído cuatro drones”, explica Iaroslav, aún nervioso. “Da un poco de miedo, pero es nuestro trabajo (…) Debemos hacerlo”.
Sasha, de 22 años, vive en un edificio cerca de donde los drones han impactado. “Me despertó la primera explosión hacia las 6H30”, dice con inquietud. “Tengo miedo”, dice el joven.
Lessya es otra de las vecinas. “Creemos en nuestras fuerzas armadas y en nuestra victoria, y no nos dejaremos intimidar por estas explosiones”, asegura esta habitante de 60 años.
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