Con los senos desnudos y con unas cañas de junco, miles de jóvenes se presentaron este sábado ante el rey de los zulús, el jefe tradicional de la principal etnia de Sudáfrica, en un rito que antaño servía para que el soberano escogiera a sus esposas.
Interrumpida debido a la pandemia del covid, la “danza de los juncos” se organiza normalmente cada mes de septiembre, que marca el inicio de la primavera en este país de África austral.
La leyenda dice que si la joven no es una virgen verdadera, el junco no se mantendrá apuntando hacia el cielo.
La mayorías de las chicas llegaron la víspera, en grupos encabezados por una responsable mayor. Al alba, se lavaron en el río para “purificar” sus cuerpos.
Con los pies en las aguas poco profundas, Amahle Shange, de 16 años, sumerge sus manos en la corriente: “No puedo creer que por fin llegue” el momento, explica a la AFP esta chica que participa en el baile por primera vez.
“Veía a las chicas mayores ir al ‘Umhlanga’ (junco en zulú) y tenía mucha curiosidad”, dice.
Ella y sus amigas se meten en unas carpas para terminar de arreglarse, con unas faldas cortas plisadas y perlas multicolores en el cuello, la cintura y el pelo.
La ceremonia tiene lugar en las colinas de KwaZulu-Natal, una provincia en el sureste del país abierta al océano Índico, en un palacio del pueblo de Nongoma, feudo de la familia real zulú.
Antes del baile, las jóvenes son examinadas: sólo las que son vírgenes pueden participar en el rito.
Los defensores de derechos consideran que estas pruebas de virginidad suponen una violación de la intimidad y un acto degradante para las jóvenes.
“Las chicas participan en pruebas de virginidad si lo desean, es su cuerpo. Aquellos que dicen que nuestras tradiciones son anticuadas tienen derecho a dar su opinión”, explica por teléfono el doctor Nomagugu Ngobese, que lleva a cabo las pruebas.
Pero “esto forma parte de nuestra cultura, no necesitamos la opinión de nadie”, matiza.
Una vez preparadas, cada una de las jóvenes toma un junco, antes de dirigirse al palacio real de Enyokeni.
De entre un círculo de guerreros zulús con lanzas y escudos, emerge el rey MisuZulu kwaZwelithini, con una piel de leopardo, y acepta el primer junco ante una multitud de unas 10.000 personas.
“Desde que nací, es la primera vez que veo un número tan grande de jóvenes y de guerreros asistir a una danza de los juncos”, dice ante las mujeres.
El soberano, de 47 años, que ya tiene dos esposas y al menos cuatro hijos, fue coronado según la tradición el mes pasado tras la muerte de su padre Goodwill Zwelithini, que reinó durante 50 años.
La ceremonia se celebra en plena disputa sobre la legitimidad del nuevo rey zulú que hace un año que envenena el ambiente palaciego.
MisuZulu kwaZwelithini es hijo de la tercera esposa del antiguo soberano, su favorita.
La primera mujer denunció la sucesión ante los tribunales, que desestimaron la querella.
El príncipe Simakade, primogénito del difunto rey pero nacido fuera del matrimonio, también presentó un recurso de urgencia esta semana al considerarse el heredero legítimo.
Los hermanos de Goodwill Zwelithini también reivindicaron el trono para otro candidato que han elegido ellos.
El país cuenta con 11 millones de zulús, una quinta parte de la población sudafricana.
En esta joven democracia con once lenguas oficiales, los soberanos y los líderes tradicionales están reconocidos en la Constitución. Reyes sin poder ejecutivo, ejercen una gran autoridad moral y son profundamente respetados.