En la capilla ardiente, el último adiós a Isabel II

En la capilla ardiente, el último adiós a Isabel II

Reino Unido. A medida que abandonan la capilla ardiente de la reina Isabel II tras presentar sus respetos, casi nadie puede resistirse a echar una última y fugaz mirada a su féretro. Uno incluso le dice adiós con la mano.

Es la última despedida a una muy querida monarca, en una triste y solemne escena en la casi milenaria sala de Westminster Hall, donde reposa su cuerpo hasta el funeral y entierro del lunes.

Las miradas se centran en el féretro situado en un catafalco púrpura, en lo alto de un zócalo de cuatro peldaños, y cubierto por el estandarte real, la corona imperial y el cetro, símbolos del poder real.

La afluencia de las personas, de todas las edades y orígenes, no ha cesado desde la llegada del féretro el miércoles por la tarde.

Al amanecer del viernes, quienes habían soportado las filas de la noche, envueltos en chaquetas y sombreros ante la inminente llegada del otoño al Reino Unido, pudieron pasar finalmente unos minutos en el interior.

Algunos visten para la solemne ocasión trajes negros, mientras otros llevan sus atuendos cotidianos. La espera de hasta 10 diez horas tampoco logró desanimar a los que iban con muletas.

Dentro de la sala de techo de madera, que en el siglo XVII acogió los juicios de Guy Fawkes –católico inglés que intentó hacer estallar el Parlamento– y del rey Carlos I, la kilométrica fila se divide en cuatro.

– Abrumador –

En medio del digno silencio que impregna el espacio, donde unos pocos sonidos de la madrugada se filtran, una serie de pequeños y conmovedores gestos se suceden a medida que la gente llega ante el ataúd.

Una mujer de mediana edad se inclina. Otra intenta una genuflexión completa. Los hombres que lucen anticuados sombreros se los quitan. Muchos se santiguan.

Los militares veteranos con sus medallas a la vista se mantienen erguidos y orgullosos durante varios segundos.

Para algunos, el momento es simplemente abrumador y rompen a llorar. Algunas parejas se consuelan mutuamente mientras se dirigen a la salida, cogidos de la mano o abrazados.

En un momento dado, un pequeño perro blanco guía aparece por la entrada del acceso para discapacitados, tirando de su correa sostenida por una joven.

El can mueve la cola con entusiasmo, pero no es consciente de la magnitud del momento, sino que se dedica a olfatear la alfombra por donde desfilan los dolientes.

– Cambio de guardia –

Cada 30 minutos, el silencio y la afluencia de gente se interrumpe por el cambio de los guardias –de tres unidades ceremoniales diferentes– que guardan cada lado del féretro.

Con dos fuertes golpes de vara, un guardia indica que es el momento que diez nuevos miembros de los Caballeros de Armas, los Alabarderos y la Compañía Real de Arqueros, hagan su aparición, deteniendo la fila.

Mientras marchan al ritmo de un traqueteo sobre el antiguo suelo de piedra para reemplazar a sus compañeros, la multitud parece paralizada por la centenaria pompa.

Los Caballeros de Armas más veteranos van ataviados con cascos con penachos de plumas de cisne blancas y capas rojas con faldones y puños de terciopelo azul.

Los también coloridos Alabarderos llevan sus característica banda cruzada desde el hombro izquierdo, que lo distinguen de sus homólogos “Beefeaters” que custodian la Torre de Londres.

Al poco tiempo, todos están en su puesto de nuevo, junto a los agentes de policía con guantes blancos. Y la solemne escena vuelve a quedar en silencio.

Un par de asistentes retiran y recogen la cera que ha caído sobre los soportes que albergan cuatro parpadeantes cirios colocados en cada esquina del podio.

La fila de dolientes puede volver a fluir.