Sloviansk, Ucrania. Un camión blanco refrigerado con el logo de una gran cruz roja se halla estacionado delante de un bloque de edificios en Sloviansk, una ciudad al este de Ucrania. Oleksii Iukov ha terminado otro día dedicado a recoger cadáveres en el frente.
En la puerta del vehículo reza una simple inscripción: “Búsqueda de víctimas”. Y en la camiseta de Iukov se aprecia un tulipán negro, el nombre de su organización, con la leyenda “Evacuación 200”.
“200” representa el código que designa a los muertos en el campo de batalla y que se remonta a la guerra soviética en Afganistán, pero cuyo siniestro significado conocen ahora todos los ucranianos.
Originalmente, “Tulipán negro”, una oenegé de una treintena de voluntarios creada a principios de la década de 2010, buscaba los cadáveres de los soldados ucranianos muertos durante las dos guerras mundiales.
Sin embargo, la organización recoge ahora los muertos de una guerra contemporánea: la iniciada en 2014 en el este de Ucrania entre los separatistas prorrusos apoyados por Moscú y las fuerzas de Kiev, un conflicto que se ha extendido a todo el país con la invasión rusa el 24 de febrero.
Cada día, Iukov y otros dos voluntarios recorren la región oriental de Donbás, se dirigen al campo, a las carreteras, cerca del frente, para recuperar los cuerpos sin vida de sus compatriotas. Soldados, sobre todo, pero también civiles que han muerto por los bombardeos diarios.
– Visiones de pesadilla –
A principios de junio, el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, estimó que entre 60 y 100 militares morían cada día en el frente oriental. Iukov cree que ha trasladado al menos a 300 muertos desde el comienzo de la guerra, la mayoría entregados a las morgues de Dnipro, una ciudad grande situada en el centro del país.
Entre ellos, también había soldados rusos. “La muerte no hace diferencias”, declara el voluntario, de 36 años. “Todos los cuerpos deben ser tratados con respeto”, prosigue.
Los cadáveres de los enemigos también se entregan al ejército ucraniano, que se supone que organiza los intercambios con las fuerzas rusas.
En 2014, los voluntarios de Tulipán Negro pudieron entrar en el territorio separatista para recuperar los cuerpos sin vida, un canal de comunicación que permaneció abierto, pese a que su seguridad estaba lejos de estar garantizada.
Pero, en la actualidad, sienten que la Cruz Roja que adorna el camión frigorífico se ha convertido en un verdadero “paño rojo” para las fuerzas rusas, y aseguran haber sido atacados en varias ocasiones.
“En 2014 fue duro. Pero eso no tiene nada que ver con lo que está pasando hoy. Se ha convertido en una guerra despiadada, una guerra de locos. Ya nadie controla nada”, explica Iukov.
De repente, coloca sus manos sobre su cabeza. “Tengo imágenes que me vienen a la mente”, murmura, al tiempo que evoca cuerpos mutilados y visiones de pesadilla con perros o erizos devorando los cadáveres.
Iukov relata que la tragedia de la estación de Kramatorsk lo marcó para siempre, cuando un misil mató en abril a 52 civiles que intentaban huir de la región. Los voluntarios de Tulipán Negro trabajaron durante días para recoger trozos humanos.
– “Para la historia” –
“Tulipán Negro lleva a cabo una misión muy importante, que muy pocos pueden hacer mental y físicamente”, expresa Dmitro Kravchenko, responsable del Ayuntamiento de Sloviansk.
“Además de los cuerpos, los voluntarios también recopilan pruebas de la presencia de tropas extranjeras. Es importante para la historia”, añade.
Sin mandato oficial por parte del ejército ni de las autoridades, Iukov, expresidente de la federación de boxeo thai de la región, se siente como si hubiese sido investido para la misión.
“Tengo el deber de buscar estos cuerpos. Al fin y al cabo, los soldados mueren por nosotros”, asegura este hombre que pasa su vida rodeado de cadáveres y que lleva sin ver a su mujer e hija, refugiadas en Dnipro, desde hace un mes y medio.
Sin trabajo, evita precisar cómo se gana la vida, pero explica que Tulipán Negro vive de las donaciones, citando en particular una iglesia ucraniana de Estados Unidos. “Sólo necesito comida y gasolina para el camión”, puntualiza.
Iukov confiesa que quedó traumatizado por una experiencia vivida cuando era muy joven. “Tenía once años, salimos a caminar por el bosque con mi hermano y nos encontramos con una fosa común que luego supe que databa de la Segunda Guerra Mundial”.
Impactado por la visión de huesos blancos en el suelo, cascos y botas esparcidos por el suelo, desde entonces nunca ha vuelto a abandonar a los muertos.
cf/pop/sg/rsc/mar
© Agence France-Presse