Akhtar Jan, Afganistán | El futuro de los supervivientes del terremoto en el este de Afganistán, que perdieron hogares y seres queridos y viven hacinados en tiendas de campaña, parece muy incierto sin la llegada de una ayuda rápida y masiva.
Al igual que muchas otras aldeas de la zona devastada el miércoles, la de Akhtar Jan, con sus 14 casas, quedó completamente destruida.
En la actualidad, 35 familias viven en tiendas de campaña, muy cerca de sus hogares en ruinas.
“Antes del terremoto, la vida era agradable y hermosa, teníamos nuestras casas y Dios era bueno”, dice Abdu Rahman Abid.
Arrastrados bajo los escombros, perdió a sus padres, su esposa, tres hijas, un hijo y un sobrino.
“El terremoto mató a ocho miembros de mi familia y mi casa está destruida”, explica con la mirada cansada.
“Antes teníamos nuestras propias casas y todo lo que necesitábamos, ahora no tenemos nada y nuestras familias viven bajo una lona”, continúa.
Se instalaron dos pequeños campamentos improvisados en jardines polvorientos cerca de las casas destruidas. Allí, en tiendas de campaña montadas en círculo, unidas unas a otras, viven 35 familias, es decir más de 300 personas, entre ellas numerosos niños.
Los hombres rechazaron la solicitud de la AFP de interrogar a las mujeres.
El espacio en uno de los jardines es compartido con tres vacas, un burro, dos cabras y gallinas.
“Si la vida antes no era realmente buena porque desde hace años había guerra, el terremoto nos la hizo aún más dura”, afirma
Malin Jan, que perdió a dos de sus hijas en el sismo.
“Si nuestros hijos permancen en esta situación, sus vidas correrán peligro debido a la lluvia y la nieve”, explica.
- Resilencia y coraje -El duro invierno, que dura casi cinco meses en esta remota región de montaña media, llegará en septiembre.
“Por lo general, incluso vivir en una casa es difícil durante el invierno. Si nuestros hogares no son reconstruidos para entonces, nuestras vidas correrán peligro”, destaca Masud Sakib, de 37 años, que perdió a su mujer y a tres de sus hijas.
Las condiciones sanitarias y de vida en estos campamentos precarios también corren el riesgo de deteriorarse rápidamente.
La gente va a buscar agua a un pozo cercano. No hay inodoros.
En uno de los dos terrenos, unos hombres montan una nueva tienda. El día después del terremoto “solo había una, estábamos hacinados en ella, algunos dormían en coches”, cuenta uno de ellos.
El sábado, el más alto funcionario de las Naciones Unidas en el país, Ramiz Alakbarov, viajó desde Kabul en helicóptero a la región, incluso a la aldea de Akhtar Jan, con representantes de cada organismo de la ONU.
Cerca de las ruinas, muy conmovido durante un encuentro con una niña y mientras un superviviente le proponía té, Alakbarov no pudo contener una lágrima, saludando la “resiliencia y el coraje” de la población.
La ayuda internacional de emergencia comienza a llegar masivamente.
“Necesitamos refugio (en sentido estricto), la comunidad internacional debería ayudarnos a reconstruir nuestros hogares”, afirma Malin Jan.
Las destrucciones son tales que habrá que arrasar todo antes de reconstruir, lo que llevará tiempo.
Interrogado por la AFP al margen de una reunión con el responsable de la ONU in situ, el ministro afgano de Salud, Qalandar Ebad, insistió en el sufrimiento “mental y psicológico” de la población después del terremoto.
Generalmente cuando una familia vive un drama, los demás la rodean y la apoyan. Pero hoy, como todas están afectadas, “nos consolamos unos a otros, no podemos hacer otra cosa”, explica Malin Jan.
“Pedimos al mundo que nos ayude y comparta nuestro dolor”, implora Abdul Rahman Abib