Como en una consulta médica, Judith examina con delicadeza un muñeco y detecta un orificio considerable. “Este hay que meterlo en cirugía”, lanza antes de seguir al “quirófano” en el “hospital” de peluches de Venezuela.
“Lo vamos a coser por aquí”, señala Judith, una bisabuela de 90 años que está entre las 40 voluntarias de esta ONG que desde 2017 ha entregado en escuelas, fundaciones y zonas vulnerables unos 30.000 juguetes reciclados.
Más del 76% de la población de Venezuela vive en pobreza extrema, según un estudio coordinado por la privada Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). En esas circunstancias, comprar un juguete resulta imposible para muchos.
Por ello, el Hospital de Peluches, que funciona en la casa de su fundadora, Lilian Gluck, busca repartir alegría.
Esta maestra de 63 años comenzó con los juguetes de sus tres hijos. Ahora, recibe cada semana cientos de muñecos para reparar.
El primer peluche lo entregó a un niño hospitalizado. “Era un monito, el niño estaba feliz y se lo puso alrededor del cuello antes de una cirugía”, recuerda emocionada.
Una de las entregas más recientes del “hospital” llegó con decenas de “pacientes” recuperados a una escuela en Petare, un gigantesco complejo de barrios en Caracas. Los niños recibieron un bolso, una caja de lápices de colores, golosinas y un peluche.
Uno de ellos fue Elías Barazarte, de 10 años y estudiante de quinto grado. “No importa que sea reciclado siempre y cuando sirva y podamos jugar con él”, celebró.
La iniciativa anima a quienes la conocen a donar juguetes en desuso.
“Tu nuevo peluche”
En una de las habitaciones de la casa de Gluck hay más de 300 peluches y muñecas próximos a completar su “hospitalización”. Entre ellos, cuidadosamente ordenados, sobresale un Humpty Dumpty, personaje infantil en forma de huevo que surgió en Reino Unido hace más de dos siglos.
“Este peluche era de una señora de 75 años, lo tuvo durante más de 50 años. Me lo regaló llorando y me pidió que se lo regalara a un niño que lo quiera como ella”, cuenta Lilian.
En el patio, la voluntarias se reparten tareas entre las mesas llenas de juguetes, cintas de colores, retazos de tela y rollos de hilo.
Unas los lavan, otras los cosen con esmeradas puntadas. Están las que le ponen lazos o peinan a las muñecas, y un grupo confecciona los trajes, una de las tareas favoritas de Judith, que ha hecho varios atuendos a mano.
Un grupo clasifica a los recién llegados con etiquetas en las cajas: “Barbies”, “Animales”, “Mickey Mouse”, “Juguetes para bebé”…
Un enorme caballo de peluche sobresale entre un montón de paquetes que casi alcanzan el techo. “Lo tenemos reservado para una entrega especial”, comenta una de las voluntarias.
Simultáneamente se empacan dulces y barras energéticas con lazos. Cada detalle cuenta, insiste Lilian, convencida que “dignificar” a niños vulnerables pasa por darles cosas en buen estado y “hermosas”.
Los juguetes se entregan con un mensaje: “Hola, soy tu nuevo peluche, soy un peluche con experiencia porque jugué con otro niño, quiéreme y cuídame que yo haré lo mismo contigo, y cuando seas grande regálame a otro niño que me quiera como tú”.
“Derecho a jugar”
Lilian le sale al paso a quienes la critican por donar juguetes en lugar de comida en esta coyuntura de crisis.
Si bien “acompañamos a mucha gente que lleva comida, no podemos ser tan simplistas”, sigue. “No vivimos solo de comida, en este país la gente necesita seguir recreándose, necesita seguir educándose y los niños tienen derecho a jugar”.
La postura de Lilian es compartida por la pediatra María José Rodríguez, quien se sumó como voluntaria luego que pacientes del centro asistencial donde trabaja recibieron donaciones del Hospital de Peluches.
“No vas a sacar un niño de desnutrición con un peluche, pero el jugar es una necesidad básica, los niños tiene derecho a jugar, y esa necesidad básica debe ser cubierta: un peluche, un juguete, un cuaderno (…) no solamente comer”, indica esta médica de 47 años.