H.A. Hellyer es becario del Fondo Carnegie para la Paz Internacional, es investigador principal del Instituto Real de Servicios Unidos para Estudios de Defensa y Seguridad y de la Universidad de Cambridge.
“Con todo respeto, este no es un lugar como Irak o Afganistán, que han visto conflictos durante décadas”, dijo Charlie D’Agata, corresponsal de CBS en Kiev, a sus colegas en el estudio. “¿Me entienden? Esta es una ciudad relativamente civilizada, relativamente europea —y tengo que elegir esas palabras con cuidado— donde no esperarías eso ni desearías que alguna vez sucediera”.
La invasión criminal del presidente ruso, Vladímir Putin, a Ucrania ha generado una inspiradora ola de solidaridad en todo el mundo, pero para muchos —en especial para observadores no blancos— ha sido imposible ignorar los prejuicios racistas en la política y los medios occidentales.
Los comentarios de D’Agata generaron un rechazo automático —y D’Agata se disculpó rápidamente— pero no fue en absoluto el único caso. Un comentarista de un programa de noticias francés dijo: “No estamos hablando de sirios que huyen de las bombas del régimen sirio respaldado por Putin; estamos hablando de europeos que se parecen a nosotros y que se van en autos para salvar sus vidas”. En la BBC, un exfiscal general adjunto de Ucrania declaró: “Es muy emotivo para mí porque veo a europeos con ojos azules y cabello rubio… ser asesinados todos los días”. Incluso un presentador de Al Jazeera dijo: “Obviamente, estos no son refugiados que intentan escapar de zonas del Medio Oriente”. Y un reportero de ITV News dijo: “Ahora les ha sucedido a ellos lo impensable, y esto no es un país en desarrollo, del tercer mundo; esto es Europa”.
El analista británico Daniel Hannan también se unió al coro enThe Telegraph. “Se parecen tanto a nosotros. Eso es lo que lo hace tan impactante. La guerra ya no es algo que afecta a las poblaciones empobrecidas y remotas. Le puede pasar a cualquiera”, escribió.
La implicación para cualquiera que lea o mire —en particular para cualquiera que tenga vínculos con una nación que también haya experimentado intervenciones extranjeras, conflictos, sanciones y migraciones masivas— es evidente: es mucho peor cuando los europeos blancos sufren que cuando se trata de árabes u otras personas no blancas. Yemeníes, iraquíes, nigerianos, libios, afganos, palestinos, sirios, hondureños… bueh, ellos ya están acostumbrados.
Los insultos no solo salieron de la cobertura mediática. Un político francés dijo que los refugiados ucranianos representaban una “inmigración de alta calidad”. El primer ministro búlgaro dijo que los refugiados ucranianos son “inteligentes, están educados… Esta no es la ola de refugiados a la que estamos acostumbrados, con personas de las que no estábamos seguros de su identidad, con pasados inciertos, que podrían haber sido incluso terroristas”.
Es como si, en medio de nuestra ira y horror ante las escenas de la agresión de Rusia, fuéramos incapaces de reconocer un simple hecho: ya hemos visto esto antes.
Un corresponsal especial de Vanity Fair negó precisamente eso en un tuit: “Esta es posiblemente la primera guerra que hemos visto (realmente vista en tiempo real) que se da en la era de las redes sociales, y todas estas imágenes desgarradoras hacen que Rusia se vea absolutamente terrible”.
El tuit fue borrado, del mismo modo que las experiencias de muchos que han documentado en las últimas décadas los horrores de la guerra en las redes sociales y más allá.
Las fuerzas militares de Putin también intervinieron de forma feroz en Siria, en respaldo a un régimen asesino. Esa guerra desató un nivel de muerte, sufrimiento, destrucción y desplazamientos masivos que aún no se ve en Ucrania, pero la respuesta de Occidente fue mucho menos empática. Lo mismo puede decirse de las invasiones y operaciones militares estadounidenses en Afganistán e Irak; la catastrófica guerra liderada por Arabia Saudita en Yemen; la ocupación israelí de los palestinos.
Este doble rasero es demasiado evidente en la forma en que nosotros, como occidentales, nos involucramos en las relaciones internacionales. Con demasiada frecuencia deshumanizamos a las poblaciones no blancas, disminuimos su importancia, y eso conduce a una cosa: la degradación de su derecho a vivir con dignidad.
Más allá de los imperativos morales y éticos, existen los geopolíticos: al involucrarnos con el sufrimiento de esta manera miope, alentamos la existencia de otros Putin. Estas figuras concluyen que los controles en su contra serán en su mayoría débiles e ineficaces, siempre y cuando no toquen al llamado “mundo civilizado”.
Es cierto que los Estados a menudo intervienen para proteger sus propios intereses. Aunque se hable mucho de “valores”, por lo general lo que motiva las decisiones es el pragmatismo calculado. Pero también es cierto que nuestros “intereses” están notablemente fundamentados por nuestros valores. Y cuando nuestros valores estipulan que existe una escala civilizadora, en la que una población está en un extremo y todas los demás están muy por debajo, entonces perdemos la autoridad moral.
La solidaridad con el valiente pueblo de Ucrania nos ha recordado a todos lo que es posible cuando realmente se siente empatía. Sin embargo, será una sensación agridulce si resulta que nuestra solidaridad es en realidad superficial. Nuestros medios de comunicación tienen un enorme papel que desempeñar para evitar esto. Muchos hacen un excelente trabajo, pero son demasiados los que necesitan mejorar más.
Fuente: The https Washington Post