Con cierta emoción en la voz, la baronesa Molly Meacher cuenta cómo su tía, aquejada de un doloroso cáncer de hígado, se suicidó en secreto tomando una noche “toneladas de pastillas y whisky”.
“Es terriblemente triste morir así, sola por la noche, sin despedirse, sin siquiera poder decírselo a su marido”, que la descubrió por la mañana, afirma esta miembro de la Cámara de los Lores, cámara alta del Parlamento británico.
¿Por qué no pidió ayuda? Debido a que la ley británica, que prohíbe el suicidio asistido, castiga con hasta 14 años de cárcel a quien colabora en él.
“Es inhumano”, afirma Meacher, que ha presentado un proyecto de ley para legalizar lo que los activistas británicos prefieren llamar “muerte asistida”, para los enfermos terminales a los que dos médicos les diagnostican menos de seis meses de vida y tras aprobación de un juez.
En 2015, los británicos ya se plantearon sin éxito la cuestión. Pero, siguiendo la tendencia de otros países en los que la legislación evoluciona, “las líneas se están moviendo ahora en la dirección correcta”, según Sarah Wootton, de la asociación “Morir con Dignidad”.
“Acelerar las cosas”
A mediados de septiembre, la influyente Asociación de Médicos Británica (BMA) dejó finalmente de oponerse a la práctica, adoptando una posición neutral, en un “paso histórico” según las asociaciones.
El activista Alex Pandolfo defiende que la legislación “debe cambiar inmediatamente” para acabar con las “prácticas discriminatorias”. “El suicidio asistido ya existe para los privilegiados”, asegura este sexagenario enfermo de Alzheimer. “Quienes pueden gastar 10.000 libras en hoteles, vuelos y demás ya pueden ir a morir a otro lugar”, precisa.
Para no “pasar por lo mismo que su padre”, que agonizó durante cinco años con una atrofia multisistémica, ya ha organizado su propio suicidio asistido en Suiza, adonde ha acompañado a un centenar de británicos en los últimos años.
Pero prefiere hacerlo en Inglaterra, para poder estar con sus seres queridos y ayudarles a iniciar su proceso de duelo.
“No tengo prisa por morir”, bromea. “Pero me dieron una sentencia de muerte en 2015” con el diagnóstico y “lo único que pido es que me ayuden a morir cuando sea insoportable, que aceleren las cosas”.
Con buen humor, este hombre de pelo blanco explica desde su sofá en Lancaster, en el norte de Inglaterra, cómo la enfermedad ya está teniendo “un impacto considerable en su calidad de vida”, afectando a su memoria, a su motricidad, a su capacidad para dialogar, para conducir, para ver un partido de fútbol.
Miedo a la presión
Sin embargo, no podría acogerse a la eutanasia según los criterios del actual proyecto de ley, porque “ya no tendrá todas sus capacidades” mentales cuando le queden seis meses de vida, lamenta.
Consciente de los límites de su texto, Meacher defiende una “decisión política basada en el realismo” para un proyecto de ley que, según ella, tiene incluso así pocas posibilidades de ser aprobado.
La resistencia es fuerte en este país “más bien conservador”, sobre todo por parte de dignatarios religiosos y creyentes.
En una audiencia parlamentaria, el líder de la Iglesia anglicana Justin Welby afirmó que la eutanasia podría poner bajo presión a personas vulnerables. También dijo temer un “diagnóstico erróneo” en declaraciones a la BBC.
Según una encuesta de YouGov realizada en agosto, 73% de los británicos está a favor de que los médicos puedan ayudar a morir a un enfermo terminal, pero esta opinión sólo la comparte un tercio de los diputados.
Si no se aprueba, “el texto aún así habrá permitido plantear el problema”, dice Wootton, considerando que un proyecto de ley similar en Escocia tiene muchas más posibilidades de éxito. Sería “insostenible a largo plazo” que el suicidio asistido “fuera legal en una parte del país y no en otras”, afirma.
Incluso la vecina y muy católica República de Irlanda está estudiando la cuestión, lo que da a Pandolfo la esperanza de lograr avances que alivien la preocupación de los enfermos, como le sucedió a él cuando su caso fue aceptado en Suiza.
“Dejé de preocuparme por mi muerte y empecé a disfrutar de lo que la vida aún puede aportarme”, afirma.