AFP.- La Casa Blanca afirma que el Partido Demócrata nunca estuvo tan cerca de resolver sus diferencias sobre las grandes reformas del presidente Joe Biden, pero el viernes, las negociaciones entre los legisladores progresistas y los centristas de la formación oficialista se perfilan como más difíciles que nunca.
El jueves por la noche, la portavoz del presidente demócrata, que apagó las luces en la Oficina Oval mucho más tarde de lo habitual, hizo todo lo posible para transmitir un mensaje positivo.
Los legisladores demócratas, demasiado divididos, acababan de renunciar a someter a votación final un importante plan de financiación de infraestructuras.
“Estamos más cerca que nunca de un acuerdo”, dijo Jen Psaki en un comunicado. Pero llevará “más tiempo terminar el trabajo”.
El viernes, los demócratas reanudarán por tanto sus discusiones para evitar el fracaso en el Congreso de los grandes proyectos del presidente.
Biden, que despejó su agenda para dedicarse a estas discusiones, prometió “reconstruir mejor” Estados Unidos después de la pandemia y frente al cambio climático. Quiere renovar la infraestructura física y rearmar la red de apoyo social.
El exsenador, cuya popularidad ha disminuido desde la caótica retirada de Afganistán, y que está luchando por despertar el entusiasmo popular por sus reformas, debe tener éxito en varios frentes.
- Demócratas divididos –
Por un lado, hay fuertes inversiones en carreteras, puentes, redes eléctricas, bastante consensuadas, apoyadas por varios legisladores republicanos y, en principio, por los demócratas.
Y por otro lado, hay un gigantesco programa de gasto social (educación, salud, cuidado infantil) y ambiental, del que los conservadores no quieren escuchar y que divide al campo demócrata.
Su monto, aún incierto, se anunció inicialmente en 3.500 millones de dólares.
La relación entre los dos es objeto de negociaciones bastante incomprensibles para el público en general.
Los demócratas progresistas se niegan a votar sobre infraestructura sin garantías sobre el gasto social. Su argumento: los demócratas de centro, una vez que se hayan financiado los puentes y las carreteras, estarían muy contentos de posponer por tiempo indeterminado una votación sobre este otro componente.
Para algunos demócratas centristas, entre los que se destacan el senador Joe Manchin y la senadora Kyrsten Sinema, el tema de fondo es el monto (que les gustaría bajar), y el financiamiento (que cuestionan), a través de aumentos de impuestos a los ricos y a las multinacionales.
Pero más allá de estos tira y afloja, el debate gira en torno a la filosofía misma del proyecto Biden, que se supone que hará del Estados Unidos del siglo XXI un modelo de prosperidad y estabilidad frente a China.
Para estos demócratas de centro, y para todo el campo republicano, el Estado no debería interferir demasiado, incluso con las mejores intenciones, en la vida privada de los estadounidenses.
- “Asistencialismo” -Así, el senador Manchin ha dicho públicamente que se opone al desarrollo de una “mentalidad de asistencialismo” en una sociedad en la que afrontar los gastos de educación, salud o una pérdida de ingresos proviene históricamente de la resiliencia individual e incluso de la caridad.
Para los legisladores más izquierdistas, encabezados por el senador Bernie Sanders, por el contrario, existe una necesidad urgente de corregir las enormes desigualdades.
Y en el medio, está Biden que intenta la síntesis, repitiendo sin cesar “soy un capitalista”, pero señalando también que es necesario apoyar a la clase media trabajadora.
Los demócratas controlan la Cámara de Representantes, pero su mayoría en el Senado es tan estrecha que cualquier deserción tiene un costo muy alto. Y además, podrían perder esa mayoría en poco más de un año, en las elecciones de mitad de período.
Para complicar aún más las cosas, los republicanos, frotándose las manos ante esta guerra interna, quieren que los demócratas se las arreglen solos, nuevamente a costa de tortuosas negociaciones parlamentarias, para votar un aumento del “tope de la deuda” antes de la fecha límite del 18 de octubre.
Esta maniobra presupuestaria, considerada por mucho tiempo técnica pero ahora prisionera de las divisiones partidistas, es necesaria para evitar un default de Estados Unidos, con consecuencias imprevisibles.