AFP.- La nutricionista explica a madres primerizas nigerianas que deben dar a sus hijos huevos, verduras y frijoles para evitar la desnutrición. Una mujer la interrumpe: “Pero señora, ¿cómo espera que lo hagamos? ¡Todo está tan caro, ya no tenemos dinero!”.
Nigeria, un país de 210 millones de habitantes, ya contaba con uno de los índice más altos de pobres del mundo. Y solo en 2020 la inflación ha empujado a la pobreza a siete millones más, según el Banco Mundial.
Desde el comienzo de la pandemia, los precios de los alimentos han aumentado en promedio más de un 22%, según las estadísticas oficiales, y alimentar correctamente a la familia se ha convertido en una carrera de obstáculos.
“Cada día vemos entre cinco y siete niños que padecen malnutrición”, explica Emiolo Ogunsola, jefa del departamento de nutrición del hospital infantil de Massey Street, en el corazón del barrio obrero de Lagos Island.
“Pero puedo apostarle a que en unos meses o años la cifra seguirá aumentando”, lamenta la nutricionista.
Antes de la pandemia y de que los precios se dispararan, las cifras ya eran alarmantes: uno de cada tres niños de Nigeria tenía retraso en el crecimiento y uno de cada diez sufría desnutrición aguda o estaba extremadamente delgado. Es decir 17 millones de niños.
– “No aguantamos más” –
Edith Obatuga se ocupa de seis: dos son suyos, pero también cría a cuatro sobrinos.
En el mercado de Bariga, otra zona de los suburbios de Lagos, esta madre soltera recorre los puestos de venta con la esperanza de encontrar un paquete de espaguetis barato.#photo1
Ya se priva de los frijoles, cuyo precio subió un 60% el kilo en un año. También “redujo las porciones de arroz”, que aumentó alrededor de un 15%.
“Durante el confinamiento del año pasado, los precios empezaron a subir y ya no pararon. Ya no aguantamos más”, afirma furiosa esta mujer de 43 años, que gana unas 50.000 nairas al mes (102 euros, 120 dólares) vendiendo tablones de madera.
Obatuga hizo cuanto pudo por no tener que “reducir las porciones”. Primero se fue de su apartamento, “porque ya no podía pagar el alquiler”, para mudarse a la vieja casa de su difunta madre.
“¡Cuando llueve, gotea por todas partes! Y todas las noches tenemos que pelear contra los mosquitos”, dice desesperada, señalando el techo destartalado de su salón.#photo2
Cuando los niños se enferman, de malaria o fiebre tifoidea, ya no va al hospital. “Demasiado caro”, comenta la madre, que se decanta por remedios tradicionales: un jugo de hierbas preparado en un bidón de plástico.
– Desperdicio e inseguridad –
Antes de la pandemia, “los nigerianos ya gastaban el 60% de sus ingresos en alimentarse”, afirma Tunde Leye, economista de SBM Intelligence. Pero con la inflación “ahora se sitúa en torno al 70 u 80%”. Un dinero que ya no pueden gastar en vivienda o salud.
“Tampoco pueden invertir en su comercio o en educación, que son una forma de salir de la pobreza”, añade.
Después de no poder pagar el alquiler de su vivienda, Obatuga tampoco pudo con el de su tienda. Cayó en el círculo vicioso de la pobreza: ahora vende las tablas frente a su casa, lejos de los lugares comerciales, con lo cual gana menos.#photo3
La desaceleración económica y la inflación en los alimentos afecta al mundo entero desde la pandemia.
Pero en Nigeria la inflación no se debe solo a la coyuntura mundial: cada año el 40% de la producción total de alimentos se pierde o desperdicia, según el Banco Mundial.
En este país, el mayor productor de petróleo de África, la corrupción es endémica, las carreteras están en un estado pésimo, el puerto de Lagos está congestionado y los problemas de electricidad impiden que los alimentos se almacenen correctamente, enumera el economista Tunde Leye.
A esto hay que añadir la “inseguridad galopante”, que impide que los agricultores trabajen en muchas regiones agrícolas, como el centro y noroeste, donde abundan las bandas criminales, y el noreste, escenario de una rebelión yihadista.
En estas zonas es donde hay más niños con problemas de alimentación severos; en algunas casi se ha duplicado en un año.#photo4
Lagos, el corazón económico del país, está a cientos de kilómetros de distancia. Pero en los semáforos en rojo se ven cada vez más niños del norte, agarrados a las ventanas de los coches. Extienden una mano hacia el conductor o el pasajero y la otra se la llevan a la boca.