AFP.- Al no poder regresar a sus barrios por la guerra entre pandillas, miles de haitianos viven refugiados en un gimnasio o alojados temporalmente en casas particulares, sumidos en una incertidumbre y vulnerabilidad que los expone al riesgo de la trata.
En los campos deportivos convertidos en refugio de emergencia, Daniella François pasa sus días durmiendo en un pequeño colchón de espuma a unos cientos de metros del barrio de Martissant, en el oeste de la capital, donde pasó toda su vida.
Esta huérfana de 18 años, que vive sola con su hija de 4 años, tuvo que huir repentinamente el 1 de junio: “Los hombres armados llegaron a mi calle, no tuve más remedio que irme”, dice la joven. “Estos tipos no se andan con juegos: hacen lo que quieren con el que tienen enfrente”.
Haití, el país más pobre de América, lucha por salir de una larga crisis de inseguridad e inestabilidad política, exacerbada por una oleada de secuestros y violencia de bandas.
Uniéndose a la corriente de familias que intentan escapar de esta inseguridad, Daniella Francois acabó en el centro deportivo de Carrefour, un poblado vecino.
Las autoridades municipales prestaron ayuda a estas familias y, desde entonces, la solidaridad de los lugareños no ha disminuido.
“Recibimos mucha ayuda de la comunidad, de las iglesias, de las asociaciones, de los particulares que traen voluntariamente alimentos y ropa”, dice Gutenberg Destin, coordinador de Protección Civil de Carrefour.
– Carretera controlada por pandillas –
La ayuda que agencias y organizaciones humanitarias dejaron en Puerto Príncipe debió ser transportada en su mayoría por helicóptero hasta la ciudad vecina, pues las bandas que controlan la carretera nacional que lleva a Martissant hacen que cualquier convoy terrestre corra riesgo.
En el primer censo, el 8 de junio, se registraron más de 1.100 personas en el centro deportivo, aunque la llegada de familias no ha cesado.
“Anoche mismo llegó gente”, explicó el martes Gutenberg Destin. “Hasta entonces, se sentían seguros en la zona donde vivían en Martissant, pero a medida que pasa el tiempo, la inseguridad se extiende”, dijo.
Y estos cientos de desplazados internos no son más que la punta del iceberg de este gran desplazamiento de población.
Se estima que más de 5.100 personas se refugiaron con familias de acogida y están dispersas en Puerto Príncipe o han huido a otras provincias, según un informe de la ONU publicado el lunes.
– Abusos y traumas –
En este documento, los agentes humanitarios advierten que los desplazados son víctimas de “abusos sexuales, incluida la violación en las familias de acogida”, y que algunos se ven obligados a “ofrecer sexo a cambio de alojamiento”.
Kettelene Chateau, refugiada en el gimnasio de Carrefour, cuenta con la solidaridad de sus vecinos para cuidar de sus hijos cuando sale durante el día con su marido a buscar un nuevo hogar.
“Cuando huimos, mis hijos estaban muy asustados, temblaban, lloraban: están traumatizados”, dijo la mujer de 38 años.
A causa del ruido y la promiscuidad del gimnasio, confió los dos más pequeños de sus cinco hijos a una amiga que vivía en Carrefour.
En el centro deportivo, las ONG y las asociaciones organizan juegos diariamente para que los cientos de jóvenes, que deambulan entre los colchones tirados en el suelo, olviden temporalmente la precariedad de su vida cotidiana.
“Mis hijos vuelven a sonreír y ahora pueden dormir”, dice Kettelene con alivio, pero aún preocupada.
“Mi pequeña de seis años no para de preguntarme: ‘Mamá, ¿Cuándo nos vamos a casa? ¿Tendremos que irnos a vivir a otra parte? Tengo que decirle que no lo sé. Me gustaría responderle algo, pero no sé”, se lamenta.