«La idea de crear ministerios de la Soledad parece algo exótica, pero no lo es», dice Andrés Oppenheimer. Analiza cómo la epidemia de soledad va a seguir creciendo, debido en parte a la soledad tecnológica, el teletrabajo y el uso de celulares. Países como Gran Bretaña ya han creado un Ministerio de la Soledad y Japón se prepara para hacer lo mismo, con el objetivo de reducir los suicidios y los casos de depresión en el país. Oppenheimer Presenta se emite este domingo 7 de marzo a las 8:00 pm, hora de Miami.
En Japón hay 8 millones de casas vacías. En 2065 habrá, quizá, un millar de pueblos abandonados. Uno de cada tres habitantes vive sólo en un departamento pequeño. Y cada año nacen 153.000 personas menos, una declinación que se puede ver online en el contador de japoneses creado por la Universidad Tohoku. Allí, un equipo de economistas predijo que el 16 de agosto del año 3766 morirá el último nipón (si las tendencias no se modifican).
La extinción de esa cultura es improbable, pero la soledad masificada y la tasa decreciente de natalidad llevaron este mes al primer ministro Yoshihide Sugaa nombrar un Ministro de la Soledad (un invento en verdad inglés de 2018). El diagnóstico es preocupante.
La tasa de suicidios es de las más altas del mundo: en la cultura heredera de la ética samurái, la muerte voluntaria no es solo una “liberación” sino –para muchos– una forma elegante y purificadora del honor ante alguna falla o fracaso, en una sociedad confuciana orientada por el grupo antes que la individualidad. El problema extra es que en 2020 se suicidaron 750 personas más que en 2019 (el pico fue en 2005 con 34.427 suicidas).
Unas 30.000 personas al año mueren solas en su casa. A veces, nadie las reclama, salvo vecinos que perciben algo. Y según el psiquiatra SaitoTamaki, en Japón habría 2 millones de hikikomoris, jóvenes deprimidos que se dan de baja encerrándose en su cuarto, mantenidos por sus padres y conectados al mundo digitalmente. Esos ermitaños posmodernos –según Tamaki– pasarían un promedio de 13 años encerrados. Y de no mediar una intervención estatal, podrían en el futuro alcanzar la cifra de 10 millones. Los números exactos se desconocen. En una sociedad regida por la vergüenza antes que la culpa, el fenómeno es negado por los padres: demostraría su fracaso en la crianza. Aunque las causas no son tanto familiares, como escolares: la altísima presión en el estudio, la competencia y el bullying generan en el menos “apto” o el distinto la estrategia del caracol y una profunda depresión.