“En las próximas semanas presentaremos nuevas recomendaciones para mantener la imparcialidad. Habrá nuevas normas respecto a las redes sociales, y serán exigidas rigurosamente”. En medio de una guerra abierta con el Gobierno conservador de Boris Johnson, que cuestiona el sesgo de la BBC en asuntos clave como el Brexit o la gestión de la pandemia y amenaza con ahogar sus ingresos, nuevo director de la radiotelevisión pública británica, Tim Davie, ha fijado la imparcialidad como gran valor a recuperar en la casa. En un discurso dedicado a los empleados y pronunciado el jueves alertó que el camino empieza por mantener ocultas las opiniones de los periodistas ”Si quieres ser un columnista de opinión o hacer campaña partidista en las redes sociales, es una opción válida, pero no deberías estar trabajando en la BBC”, dijo.
La BBC se posiciona de esta forma en un bando del creciente dilema del periodismo actual: ¿puede un reportero usar las redes sociales como cualquier otro ciudadano o el divulgar sus opiniones traiciona la distancia periodística? ¿Es posible hacer periodismo sin participar en la conversación digital? En realidad, la radiotelevisión pública británica lo que hace es posicionarse de forma más severa en el bando en el que lleva ya años. El organismo pide a sus periodistas que se abstengan de opinar en redes: varios empleados han recordado para EL PAÍS recibir esa indicación en los cursos con los que se recibe a los nuevos fichajes. La novedad está en una palabra. La guía de estilo alerta que “los empleados que divulguen sus opiniones pueden ser vetados de las áreas en las que trabajan”. El tono de Davie sugiere que el “pueden” corre riesgo de desaparecer y convertirse en un “van”.
“La BBC va exactamente por la dirección contraria. Los periodistas necesitan ser más humanos, menos institucionales. Uno de los motivos por los que el público no confía en nosotros es que nos hemos separado de ellos, nos hemos puesto por encima de la gente a la que servimos”, defiende el periodista y analista de medios Jeff Jarvis. “En periodismo debemos aprender a escuchar y las redes sociales son una forma de hacerlo y participar en conversaciones con el público que permiten entender, simpatizar, recoger y reportar las necesidades y los deseos de la gente. Aislarnos de las redes sociales es aislarnos de las voces que fueron durante demasiado tiempo ignoradas en los medios de comunicación de masas. Fueron los medios sociales, y no los de masas, los que dieron voz a Black Lives Matter, Me Too y los indignados”.
Eduardo Suárez, periodista y director de comunicación del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo, comparte esa idea: “No son los años ochenta. Los periodistas hacemos nuestro trabajo en público y el lector nos percibe como personas y no como autómatas. Respondemos a quienes nos mencionan un error y lo corregimos. Esa interacción ha hecho que el periodismo sea mejor”. Pero matiza: “Hay grados también en opinión. No es lo mismo plantear una opinión sobre ideas o asuntos genéricos que defender cualquier política o mensaje de un solo partido como hacen algunos periodistas políticos en España”.
Aunque a la medida no le faltan críticos, la BBC no está sola. The New York Times y The Washington Post, dos de los diarios de referencia de Estados Unidos, también piden a sus periodistas que no publiquen sus opiniones. Como la web Buzzfeed y como las agencias Associated Press (AP) y France Presse (a menos que el periodista se abra una cuenta paralela a la profesional). Cuanto mayor es la institución, más papeletas tiene de pretender controlar la imagen que de ella proyectan sus empleados. El argumento es que buena parte de la gente que sigue a los periodistas en redes sociales lo hace por la cabecera en la que trabaja: siguen al medio, no al periodista.
Difícil cumplimiento
Salvo la de AP, que data de 2011, estas normas son relativamente recientes. No obstante, se han dado ya escenas que delatan lo difícil que es su cumplimiento. Dos acontecimientos recientes del Post: el reportero Wesley Lowry recibió hace un año una amonestación por tuitear opiniones que no eran políticas (como llamar “aristócratas decadentes” a los asistentes a la prsentación de un libro en Washington). Si seguía así, le dijeron, podía perder el empleo. Meses después, su compañera, Felicia Sonmez, fue suspendida de su puesto por recordar en Twitter las acusaciones de abuso sexual hacia Kobe Bryant poco después de saberse que el baloncestista había muerto en un accidente. La redacción emitió entonces un escrito de protesta por la decisión y Sonmez volvió al trabajo. (Por el contrario, en The New York Times, el corresponsal de medios del periódico, Ben Smith, admitió en una columna que estas infracciones se saldan “con el e-mail pasivo-agresivo de un jefe de sección y poco seguimiento”).
¿Estamos ante una exigencia ineludible de las redacciones del futuro por todo el mundo? ¿O una última pataleta antes de que las estrellas de las redes ocupen un hueco fundamental en la prensa? “Creo que el equilibrio de poder entre el medio y el periodista está cambiando en favor del periodista”, prevé Suárez. “Los medios deben aprender a ser plataformas de gestión de talento y a relajar las normas de estilo para acomodar a nuevos periodistas, alcanzar nuevas audiencias”.
Hay factores propios que llevan a la BBC a esta decisión: en el Digital News Report de 2020 —que publica el Reuters Institute de la Universidad de Oxford— se señala que el Reino Unido es el país que menos tolera mezclar información con opinión: solo un 11% de los británicos quiere que un artículo venga con un análisis aunque esté acuerdo con él (en España esa cifra salta al 34%).
La imparcialidad de la BBC ha cobrado una urgencia especial, además, desde la victoria de Boris Johnson. “La BBC, probablemente y como muchos otros, se encuentra intimidado por la derecha”, sopesa Jarvis. “Es quien está en el poder en el Reino Unido y quien amenaza con cortarle la financiación. Espero no ver otro medio que se tapa de oídos y aleja a los periodistas del público al que sirven”.
UN CASO A AÑOS LUZ DE ALEMANIA Y FRANCIA
El caso de la BBC, en tanto que empresa pública, es único en Europa. En Alemania, los periodistas que trabajan en las dos cadenas públicas, ARD y ZDF, no solo pueden utilizar Twitter para expresar sus comentarios, sino también están amparados por las directrices de las dos cadenas. Los periodistas pueden informar críticamente sobre el Gobierno, el gabinete, los escándalos políticos y económicos y los hechos históricos, por ejemplo, sobre la época nazi, y no están en absoluto controlados por el Gobierno.
El Tratado de Radiodifusión Interestatal alemán establece que la “misión de las empresas públicas de radiodifusión”, que está en conformidad con la constitución, es “actuar como medio y factor en el proceso de libre formación de la opinión pública e individual” y, por lo tanto, “satisfacer las necesidades democráticas, sociales y culturales de la sociedad”, informa desde Berlín Enrique Müller.
En Francia, la norma más generalizada es que, si un periodista quiere manifestar opiniones propias, debe abrirse una nueva cuenta de Twitter en la que no se mencione su vinculación a un medio. Es el caso de la Agencia France Presse según sus Estatutos de buenas prácticas editoriales y deontológicas. De modo similar, los estatutos para las cadenas de la televisión y radio públicas internacionales, como Radio Francia Internacional (RFI) o France24, indican que “si un periodista desea manifestarse en un contexto privado en una red social, debe abrir una cuenta personal, separada explícitamente de su cuenta profesional”. Además, recomienda “encarecidamente, para evitar toda confusión, añadir la mención ‘las opiniones manifestadas no reflejan la posición de France 24, RFI, MCD’ o una fórmula similar”, informa Silvia Ayuso. Fuente: ElPaís