FRANCE 24- Una homilía a puerta cerrada en la Basílica de San Pedro marcó el inicio de la Semana Santa para miles de creyentes que, desde casa y en medio de la pandemia, elevaron plegarias por el control del brote de Covid-19 que mantiene la alerta global.
Fue un domingo esperado en el que muchos justamente no sabían qué esperar. Un domingo atípico, de calles solitarias y plegarias en casa. Un domingo inédito bañado en la incertidumbre de la pandemia del coronavirus, ungido por el dolor de las muertes. Uno que, sin duda, quedará marcado en el recuerdo de los miles de fieles que, apenas con sus ojos y a través de las pantallas, pudieron seguir los pasos del papa Francisco en la celebración de la homilía que marcó el inicio de la Semana Santa de este ya inolvidable 2020.
De sotana blanca y capa roja, el sumo pontífice recorrió la Basílica de San Pedro. A puerta cerrada. Sin fieles. Casi que a solas, sostuvo el símbolo de esta fecha, esa en la que, por primera vez, hubo solo ramo en la conmemoración del tradicional Domingo de Ramos.
Y es que, mientras buena parte del mundo aguardaba aislado para evitar contagiarse del Covid-19, el sacerdote argentino elevaba una súplica sin precedentes por el fin del temor, el control de la enfermedad y el retorno de la vida en comunidad. Una especial. Una sin espectadores de carne y hueso. Una al interior del templo y no ante la plaza vaticana, como es costumbre.
Con su hablar pausado y tono suave, describió el momento como un drama que obliga a todos a “tomar en serio lo que cuenta”. Insistió en el llamado a no perderse en la insignificancia de lo material. Instó al planeta entero a redescubrirse, a entender que “la vida no sirve, si no se sirve”. Le pidió al mundo medir los días desde los ojos del amor.
Desde Italia, el máximo jerarca de la iglesia Católica clamaba de rodillas por la salud mundial mientras que en Toledo, España, decenas de personas colgaban ramas en sus balcones y, desde Santiago de Compostela, grupos de religiosas se asomaban a las ventanas del centro San José de Cluny en un fervoroso desafío al confinamiento que vive su país. Ese que, al igual que el hogar del papa, es de los territorios más azotados por el nuevo coronavirus.
A miles de kilómetros de Italia y España, en Filipinas, la nación asiática que concentra el mayor número de fieles católicos, las congregaciones conmemoraban el deseado domingo con liturgias virtuales. Pero, como muchos de los devotos no cuentan con acceso a internet, algunos sacerdotes recorrieron los sectores más pobres para darles su bendición puerta a puerta. Uno de ellos fue Gilbert Villena, quien relató a la agencia de noticias EFE que, en barrios de Manila como Bagong Silangan, la fe sigue intacta, pese al miedo.
Lo que el párroco Villena hizo a pie, casa por casa, en uno de los sectores mas deprimidos del a capital filipina, lo hizo Jo Hee Seo, el ministro principal de una iglesia en Corea del Sur, pero ante 150 automóviles. Sí, porque allí la misa se cumplió al mejor estilo de un autocinema.
Protegido con un tapabocas y con una de sus manos fuera de la ventanilla de su auto, el feligrés Wang Eun-Sook, de 57 años, afirmó a Reuters que, para creyentes como él, los encuentros religiosos son importantes y no se equiparan al seguimiento de transmisiones digitales.
Como Eun-Sook, fueron más de 300 los surcoreanos que se sometieron a revisiones de temperatura para poder ingresar al parqueadero de la iglesia frente a la cual profesaron un mensaje de esperanza sobre las ruedas de sus vehículos. Entre tanto, en la mayoría de las naciones latinoamericanas fueron suspendidas las eucaristías presenciales y extendidas convocatorias a eventos digitales en este inusual Domingo de Ramos en el que millones de oraciones fueron pronunciadas en medio del confinamiento.
Texto por: Eél María Angulo