Pete Buttigieg es millennial, homosexual, veterano de guerra y alcalde de South Bend, una ciudad de más de 10.000 habitantes en Indiana, que desde 1963, cuando la automotriz Studebaker cerró, vivió en declive económico. Y ahora, con el apoyo de su esposo, Chasten Glezman, y el lema “Libertad, seguridad y democracia”, es también el primer aspirante gay a la presidencia de los Estados Unidos.
A pesar de las fuertes presiones de los sectores más conservadores y religiosos del oeste medio —una zona en sí más conservadora y religiosa que las costas del país—, se sumó a la veintena de demócratas que competirán por la candidatura a 2020. En su estado, pasó a ser el tercer favorito a pocos días del anuncio, detrás de Joe Biden y Bernie Sanders. Como fenómeno creciente, Time le dedicó su última portada.
En la primera votación en la cual los millennials serán el grupo mayor de electores, Buttigieg cuenta además con otras adhesiones potenciales: los demócratas, en general, buscan un reemplazo generacional, y los baby boomers (de 65 o más años) lo prefieren, según una encuesta de Morning Consult.
Buttigieg —lo describió la revista— podría funcionar como “un traductor para un partido que encontró cada vez más difícil hablarle a los votantes que eligieron al presidente Donald Trump“. Su campaña se esfuerza precisamente por explicar ideas progresistasen un lenguaje conservador: “Si la materia de tus ideas es progresista, defiendo que te afirmes a ellas pero les expliques a los conservadores por qué no le tienen que tener miedo“, dijo a la periodista Charlotte Alter.
Sus habilidades discursivas, sin embargo, deberán ir más allá del electorado que encumbró a Trump: tanto afroamericanos como latinos no se muestran demasiado interesados en Buttigieg todavía.
El joven alcalde gusta de jactarse de tener más experiencia de gobierno que Trump, más experiencia militar que cualquier presidente de los últimos 25 años y un curriculum muy diferente al habitual en Washington DC. “Su éxito puede depender de si los demócratas quieren un luchador para que enfrente a Trump o si los estadounidenses quieren ‘cambiar el canal’, como dice Buttigieg. ‘La gente ya tiene un líder que grita y chilla’, dijo. ‘¿Qué resultado parece que nos está dando?'”.
En la casa que el precandidato comparte con su esposo, y que él mismo pintó (lamenta haberlo hecho: el amarillo quedó muy intenso, opina), hay una alfombra llena de pelos de los perros Truman y Buddy. Cuando llega la periodista, Glezman se apresura a cambiarla por una limpia: los perros son su tarea, como las compras y la cocina. Acaso porque no son una pareja heterosexual, dividen las obligaciones domésticas de manera natural. Al alcalde le toca limpiar los platos, lavar la ropa y sacar la basura.
“Su matrimonio es a la vez banal y extraordinario, imbuido de la satisfacción exuberante de dos personas que alguna vez pensaron que siempre estarían solas”, describió Adler. Se conocieron en 2015 en la aplicación de citas Hinge; por entonces Glezman hacía un posgrado en Chicago. Comenzaron a hablar vía FaceTime, y con el tiempo tuvieron su primera cita en un pub irlandés. Tres años más tarde, Buttigieg le propuso matrimonio en la puerta B5 del aeropuerto O’Hare de Chicago, donde Glezman había mirado su perfil por primera vez.
Ambos habían crecido ocultando su identidad sexual; para los padres de Glezman, escucharlo explicárselas fue un shock que tardaron meses en procesar, mientras el hijo debió dormir en los sofás de sus amigos. Para Buttigieg no fue tan difícil comunicarlo como comprenderlo, aceptarse. En la universidad de Harvard, a pesar de que se sentía “realmente muy atraído por otros varones”, se escudaba en sus estudios y de vez en cuando invitaba a una chica a salir con algún compañero que tenía novia.
Luego de un posgrado en Oxford, regresó a Indiana y se unió a la marina en 2009, cuando todavía la política “No preguntes, no cuentes” dominaba las fuerzas armadas en relación a las personas que no eran cis-hetero. Sus compañeros empleaban la palabra “gay” como un insulto.
En 2015, cuando ya había hablado de su homosexualidad con su familia y sus amigos, el entonces gobernador de Indiana, el actual vicepresidente Mike Pence, firmó una ley de libertad religiosa que en la práctica habilitó a los comercios a discriminar a las personas LGBTQ. Ya alcalde, decidió escribir un columna en South Bend Tribune para declararse gay, a riesgo de afectar su reelección. Pero ganó por el 80% de los votos.
Por esos episodios, entre otras cosas, Buttigieg confía en que es posible reparar la división política en los Estados Unidos. “Cree en el poder de la redención y del perdón”, explicó la autora del artículo.
Y si bien como candidato se define como “un hombre de políticas”, los observadores también lo ven como “un hombre de personalidad”, observó Time.
Su campaña no tiene un departamento digital: las redes sociales son parte integral de ella. Tiene, en cambio, un “equipo de experiencia” que se ocupa de eventos y contenidos. Además de generar imágenes instagrameables, Pete 2020 reevalúa el interés de los anuncios pagos en la televisión, ya que la mayoría de los millennials miran servicios de streaming.
“En una primaria dividida entre candidatos que quieren confrontar con Trump y candidatos que quieren hablar de unir el país, Buttigieg es parte del último campo”, describió el artículo. Si otra precandidata demócrata, Elizabeth Warren, por ejemplo, usó 25 veces la palabra “pelea” en su anuncio, Buttigieg no la pronunció siquiera una vez. “Hemos hecho casi un fetiche de la pelea”, dijo al final del artículo. “Se llega a un punto en el que la pelea nos absorbe tanto que uno pierde el hilo de ganar”.
Fuente: Infobae