El fracaso cotiza al alza. El discurso exitoso sobre el fracaso nos dice que hay que fracasar primero para poder conseguir después nuestros objetivos. Desde los espacios de producción simbólica más autorizados nos bombardean cotidianamente diciendo que fracasar es algo bueno y que constituye una oportunidad, ya que de ahí surgen lecciones de vida que no obtendríamos de otro modo. Escuchamos por todas partes que la clave del éxito es el fracaso y que tocar fondo es necesario para alcanzar el cielo del éxito. Pero como Aristóteles decía del ser, el fracaso se dice de muchas maneras.
David y Luis
Hagamos un ejercicio comparativo imaginario. Pensemos en David, que estudia ADE y ha creado una start-up. Vive en un barrio repleto de colegios privados, con una tasa de abandono escolar del 4 % y la renta de su familia es 150 000 euros anuales. Supongamos que la innovadora empresa de David no funciona y pierde todo el dinero invertido. Una ocasión propicia para decir, como la tan popular cita de Beckett: “Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.
Pensemos ahora en Luis, que vive en un barrio en el que sólo hay colegios públicos con recursos insuficientes, con una tasa de abandono escolar del 45 %. La renta de su familia es de 15 000 euros anuales. A Luis, que lleva encadenando trabajos precarios varios años, no le renuevan el contrato temporal en la empresa de reparto en la que lleva unos meses. Es la tercera vez que le ocurre algo parecido y ha estado más tiempo en el paro que trabajando. ¿Sigue siendo propicia la ocasión para citar a Beckett?
Fracasamos solos
El discurso exitoso sobre el fracaso considera el fracaso desde una perspectiva individual. Se dice que quien fracasa al menos lo ha intentado, y que quien lo ha intentado ya ha logrado algo. El intento ya es de por sí meritorio, un éxito en algún sentido.
Pero siempre es un individuo quien lo intenta y quien fracasa. Basta con teclear “fracaso” en cualquier banco de imágenes para percatarse de que el fracaso es el del individuo. Quien fracasa es alguien en su soledad.
Ahora bien, esta retórica del fracaso olvida las circunstancias sociales y sociológicas desde donde se fracasa. Los “posibles” de David y de Luis son muy diferentes. Probablemente Luis jamás esté en condiciones de fundar una start-up. No tiene el capital económico, cultural y social de la familia de David. No tiene el dinero, ni los conocimientos sobre el funcionamiento de una empresa, ni la “familiaridad” y el “saber tratar” adecuado con el que seducir a eventuales inversores. Sus “posibles” son muy diferentes. Sus fracasos, también.
Cambiar la retórica del fracaso
Fracasar se dice de muchas maneras, pero quizá necesitemos mayúsculas más grandes para que quede grabado a fuego que el discurso del fracaso motivacional funciona… siempre que se pueda fracasar.
A la postre, todo es una cuestión de posibles. Tener la capacidad de fracasar una, dos o tres veces y seguir perteneciendo al mismo y exitoso grupo social de referencia, eso sí es un éxito, a pesar de que se camufle tras la máscara de la retórica del fracaso.
Pierre Bourdieu, en su descripción de las clases económicamente dominantes, dice que para ellos es el dinero heredado lo que les garantiza la libertad respecto al dinero. Del mismo modo podemos decir que en los partidarios del fracaso retórico es el éxito (heredado) lo que les garantiza la libertad respecto del fracaso real. Por eso pueden fracasar, e incluso fracasar mejor.
Lo más peligroso de este discurso es que con el happy failure (fracaso feliz) se invisibilizan las razones del fracaso de los verdaderos perdedores de la sociedad, de los colectivos estigmatizados que no pueden permitirse la retórica del #fracasamejor. Colectivos que por cuestiones de género, raza, clase o condición sexual viven de antemano en una situación marginal, “fracasada” en algún sentido y lejos de esos “posibles” o de esas formas del capital económico, cultural o social. Colectivos a quienes la retórica del fracaso mantiene en el fracaso material en el que están y les condena a reproducirlo, pues se nos dice que quien no ha tenido éxito es porque no lo ha querido con las fuerzas necesarias, porque no ha fracasado lo suficiente.
Como se ve, la retórica del fracaso no solamente pretende explicar las desigualdades, sino que además las justifica en el orden simbólico: el verdadero fracasado sería quien no ha querido lo suficiente, no quien difícilmente podía.
Ante tal situación, hay dos posibles salidas: o bien universalizar las condiciones materiales que permitan disfrutar de la retórica del fracaso, o bien detectar las razones de la reproducción social del fracaso y denunciarlas. Y una de ellas es la propia retórica del fracaso. ¿#fracasamejor? No, gracias.
Por Eduardo Zazo Jimenez, Profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid, Universidad Autónoma de Madrid
Publicado originalmente por The Conversation