El cineasta cubano Esteban Insausti cree en la energía. Lo que mueve al mundo, definitivamente, deberá ser nombrado en algún momento, “porque de la nada no viene nada”. La música y la pintura continúan siendo importantes en su vida, pero no lograron satisfacer las inquietudes de sus “demonios”, esos que todos llevamos dentro. Y el cine, afortunadamente, le hace feliz, como también la conversación libre, las preguntas necesarias, la transparencia de un signo zodiacal, la reflexión oportuna, el desprendimiento de compromisos banales, la coherencia, la poesía…
Por eso nuestro diálogo, desde el inicio, ha sido certero. A veces se dilata en el tiempo, o tiene varias fases, o se escribe, o se habla, o se imagina. Por eso, también, puede empezar por cualquier idea…
No trabajas para un público mayoritario, tampoco para complacer a la crítica. No vives del cine, ¿o sí?
No creo que, ni en Cuba, ni en buena parte del mundo, se pueda vivir del cine. En el caso que nos convoca no deja de ser diferente, solo que al responder a una política cultural y ser un cine en mayor medida subsidiado, la equidad y equilibrio de lo que toca decidir reviste una mayor relevancia.
Si sumara los años de espera entre mis dos últimos trabajos darían un total de 14 años, y eso es mucho tiempo en la vida de cualquier mortal. De modo que, en mi caso, no ha quedado otra opción que salir a la búsqueda de otras alternativas, aunque siempre con los pies puestos en esta tierra y la mirada en el horizonte. Hoy, mi nostalgia es de futuro, como Mella.
Por eso respeto tanto a la mayoría de los realizadores de nuestro país, más allá de filias y fobias, pues esta no es únicamente mi historia, es en realidad la de la mayoría. Se requiere una dosis de humildad y paciencia a prueba de todo, así como un amor estoico por lo que haces para dedicarte a esta profesión. Por eso no creo que pudiera ser una suerte de modus vivendi para los que pretendemos hacer cine en Cuba. Sería un sueño poder conciliar ambas cosas. Ese también es el país al que se aspira, pero queda muchísimo camino por recorrer, mucho que ganar y otro tanto que aprender.
En mi opinión, nos diferencia del resto del mundo, e incluso de la propia experiencia latinoamericana, la escasez de diversidad y alternativas en los modos de financiamiento, distribución, exhibición, entre otros tópicos pendientes, como pueden ser la creación de una ley de cine nacional y otros derechos que nos quedan por conquistar, para el bien de todos. Aunque en el horizonte se comienza a vislumbrar alguna alternativa, le tocará al tiempo y la práctica demostrar su valía.
Definitivamente, toda obra nace de una necesidad personal…
Sí, y de una inquietud muy íntima. Lo que siempre intento es satisfacer esa necesidad sin traicionarla. No puedo deslindarme de la condición de espectador que también soy, por eso nunca sopeso en primera instancia la opinión que pueda tener el público en general sobre lo que compartiré luego con ellos, la crítica o los académicos.
Trabajo para exorcizar esa urgencia primero, ese dolor, esa duda o esa sospecha que podrá sintonizarse o no con un mayor o menor número de espectadores en unas circunstancias determinadas y en un contexto especifico.
El éxito o el fracaso de la obra, momentáneo o perdurable, tendrá mucho que ver con lo que exigirá el inconsciente colectivo en medio de esas circunstancias, por lo que imaginar una respuesta resulta poco menos que pura subjetividad, aunque siempre con la máxima de que son el destino final. Sin esa dialéctica no tendría sentido el enorme esfuerzo que presupone hacer cine, más si se trata de hacerlo desde el Tercer Mundo. Siempre es para esa sala llena que soñamos donde termina todo para el autor y comienza la vida propia de la obra.
Luego, ahí estará la crítica y, en tu caso, los criterios son, pudiéramos decir, ¿diversos?
Me fascina que existan criterios divergentes sobre mi trabajo. Funciona como una importante motivación de la que aprendo o desecho. Lo verdaderamente terrible es que lo que propones no suscite absolutamente nada, ni siquiera la ira. Vemos las cosas como somos y no como son, por eso, jamás me he tomado una crítica negativa como algo personal, pues una cosa es lo que hago y otra es lo que soy.
La escritura crítica, como advierte Oscar Wilde, para el ámbito de lo literario “no solo contiene el reflejo de una obra preexistente, sino que constituye una nueva obra en sí misma convirtiendo al crítico a su vez en un creador, insistiendo en la labor de comprensión e interpretación que subyace en la obra misma”.
Por su parte, Jean-Luc Godard sintetizó la labor de un crítico como la de “hacer visible lo invisible”, pues todo texto audiovisual, en tanto polisémico, engloba más de una significación, siendo siempre lo más evidente lo menos importante.
Esta es la corriente y la manera de pensar el arte en general con la que comulgo. Si no hubiera críticos responsables y conscientes de su valioso e inobjetable aporte, jamás hubiéramos conocido grandes pilares de la cinematografía mundial como son El nacimiento de una nación (profundamente racista) o El triunfo de la voluntad (propaganda nazi). Sin esa responsabilidad y lucidez quizás hubiesen sido destruidas.
Leyendo a quien nos juzga bien o mal podemos aprender cuantiosamente… de su rigor, profundidad o complejidad de pensamiento, competencia cultural, responsabilidad, etc. Pero del mismo modo podemos conocer mucho sobre las carencias fundamentales de quien escribe, desde su ánimo de trascendencia disfuncional, cultura, prejuicios, ética, vacios, grupos de pertenencia, hasta su más absoluta desinformación… tendencias que cada vez alejan más a un receptor seducido por el imperio del big data y el mundo de las redes sociales.
Ahora bien, lo que resulta verdaderamente dramático es cuando se intenta erigir la opinión de un crítico, de dos o de cinco, como “la opinión,” desconociendo o desdeñando algunos de los criterios de sus propios colegas y que, incluso, les duplica en número y profundidad, en rigor e incluso en formación y prestigio, ya sea con o sin consenso, positivas o negativas esas observaciones. Entonces, al menos para mí, “el juicio” carece de todo valor.
Los ataques personales disfrazados, los juicios morales y de valor, los criterios elementales y sentenciosos, lapidarios o superficiales y de descalificación, entre otros males, al no ser objeto ni terreno de lo que se entiende como verdadera función del pensamiento crítico (pues todos sabemos de qué se trata), y a su vez el crítico o el aspirante a serlo, al confundir su verdadero rol, deja de ser útil a la obra, al público y a la historia de la que pretende ser parte.
La historia se sigue reescribiendo y revisando con mayor o menor responsabilidad. Por eso se ha visto obligada a recapitular en tantas ocasiones sus aseveraciones. Los ejemplos en la historia del arte son inabarcables en tan poco espacio. En cuanto al cine nacional, Memorias del subdesarrollo sigue siendo, en mi opinión, el modelo más exquisito de esa lección que es la historia y sus devaneos.
Tienes tu propia experiencia con Larga distancia, tu primer largometraje…
La vida es siempre más rica que lo que presuponemos, y nunca deja de sorprenderme. Justamente hace poco los editores de una de las enciclopedias sobre cine cubano más serias publicadas fuera del país ―si no la más completa―, A Cuban Cinema Companion (Rowman & Littlefield), curada por académicos cubanos y extranjeros de universidades tan importantes como Harvard University, Oxford, Columbia, Yale… me enviaban la reseña crítica de Larga distancia (2011) y lo que para ellos significa en la historia del cine cubano contemporáneo.
“Me enviaron una nota de disculpas del consejo editorial, pues por exigencias precisamente editoriales, con solo dos cuartillas no les parecía suficiente para defender la importancia que para ellos reviste ese trabajo. No voy a decir, por recato, la apreciación y elogios venidos de alto nivel académico. No obstante, al revisar las referencias que utilizaron para defenderla, estaban los ensayos y análisis críticos de destacados pensadores cubanos y extranjeros como Santiago Juan Navarro, Hamlet Fernández Díaz, Juan Antonio García Borrero, Ann Marie Stock, Antonio Enríquez González, entre otros que también la defendieron en su momento desde el más absoluto rigor. Este es tan solo un pequeño ejemplo ilustrativo de cómo la historia se sigue reescribiendo, y de que no hay una sola, sino muchas, tan respetables y a tener en cuenta como cualquier otra.
Te calificaron una vez como vanguardista, transgresor, y tú solo te encuentras como un deudor del cine cubano…
No quiero ser absoluto, pero no creo que ningún cineasta cubano, sea cual sea su filiación estética o ética, no tenga, en mayor o menor medida, una deuda espiritual o de pertenencia con lo que le antecede. Hoy, conviven dentro y fuera de la institución toda clase de tendencias y maneras de ver el arte y la realidad que la rodea y, por suerte, también de pensarlas. En mi práctica personal he tratado de tributar a ese cine fundacional sin reparos, evitando la evidencia, negándolo, revisándolo y venerándolo a su vez.
A pesar de que esa pertenencia se va desdibujando en esta nueva realidad, sus presupuestos iniciales de búsqueda constante y herejía sistemática (como diría Alfredo Guevara), iniciada por aquellos chamanes del nuevo cine cubano, continúan como un acervo que me acompaña siempre.
Podría definirlo como una suerte de herencia genética que viaja conmigo dondequiera que voy. Quizás hoy, ya más práctico y menos utópico, esa sensación de ser parte de un movimiento artístico que se llama Cine Cubano, sigue perdurando en mi imaginario emotivo, así como en mi sentido de la responsabilidad, pues ningún movimiento artístico se ha legitimado en la historia sin cohesión, y esa es, entre tantas otras, la asignatura pendiente de los tiempos que corren.
De aquellos primeros años y del cine que se hizo en el ICAIC como punto de partida, guardo la impostergable necesidad y responsabilidad de una visión crítica para documentar lo que acontece. Me arriesgo a no evolucionar como cultura, como nación y como sociedad que fue capaz a su vez, como pocas instituciones, de involucrar a la vanguardia del pensamiento crítico, así como a las más diversas disciplinas del arte de la época.
Mirándolo en la distancia, pienso que más que una industria cinematográfica en sí, el ICAIC devino verdadero templo cultural, aglutinador de lo más excelso del panorama cultural cubano de aquel entonces. De esa lógica consecuencia nacieron obras imprescindibles de la cinematografía cubana y también universal, y aunque no desprovisto de contradicciones y luces, como toda relación humana, nunca se le tuvo miedo a la confrontación, con mayor o menor cautela. Las obras creadas por aquel entonces así lo demuestran en un contexto tan espinoso como el de hoy.
Allí conocí, descubrí y sigo compartiendo, humana y profesionalmente, con artistas que marcaron de una u otra manera la forma en que veo el cine y la vida en general.
Club de Jazz te ha sorprendido, supongo…
Club de jazz (2018) ha sido un trabajo que me ha sorprendido a diferentes niveles, sobre todo en cuanto a la respuesta positiva del público, tanto nacional como foráneo. Salió al mundo escogida entre más de 800 películas de 36 países, para de esa cifra elegir una veintena en los premios Platino, con casi diez nominaciones entre preselección y nominación. Estuvo en ese reducido número junto a títulos como Roma o Museo y junto a otras dos películas cubanas, lo cual resultó muy alentador.
Luego se alzó con el premio a mejor película en el IFF Festival Internacional de cine de Italia, junto a casi 115 filmes, fundamentalmente de Europa y Estados Unidos. Fue la única película latinoamericana elegida para concursar, de ahí que nuestro regocijo y honra fueran mayores, con una acogida de público y crítica verdaderamente fabulosa. Más allá de que me lo crea o no, las películas no son únicamente nuestras, de modo que fue un bonito reconocimiento a ese tremendo equipo que trabajó, que me acompañó sin descanso y que sigue creyendo en lo que hizo contra viento y marea.
Justo cuando nos proponíamos revalorizar su distribución, así como la consecución de más de un compromiso internacional de exhibición pendiente, llegó esta tragedia desoladora que ha cambiado al mundo, pero quiero tener la certeza de que al final de este escollo todo será de alguna manera para mejor, sobre todo en el cambio positivo que pudiera operar en la conciencia y naturaleza humana. El confinamiento forzado bien conducido nos permite mucho tiempo a solas para reflexionar.
¿Mientras tanto?
Mientras tanto, preparamos la producción de Erección, proyecto del que te hablé hace un tiempo. Una ficción inspirada en hechos reales… La relación entre una madre ludópata y su hijo aprendiz de escort, quien está obsesionado con el tamaño de su falo y con la idea de poseer una cultura exquisita que le atraiga posibles “víctimas potenciales” en museos y galerías de la ciudad. Puede ser una parábola sobre las relaciones culturales y de poder frente al sexo como mercancía, más allá de juzgar o proponer soluciones al fenómeno en sí. Procuraré interpretar ese componente cultural machista que acompaña a la cultura latina desde siempre.
“Mi juventud y algunas virtudes a cambio de tu dinero”… Recuerda que durante el imperio romano, era tan natural y culturalmente aceptable poseer un “concubino”, un esclavo sexual que les sirviera antes del matrimonio. Como lo fue a mediados de 1600 en Japón, donde existían los llamados “Kabuki Wakashu”, quienes servían de amantes pagados tanto de patrocinadores hombres como de mujeres… y entre los budistas y guerreros samurái, quienes podían tener sexo con sus aprendices jóvenes varones, y en nuestra historia, el afamado Alberto Yarini.
El tema de la prostitución masculina es tan antiguo como la propia evolución del hombre y su paso por este planeta. Cuba no vive ajena a ese fenómeno, y esa es la motivación fundamental de este proyecto.
La historia transcurre en una familia carente de lo que la sociedad acepta como moralmente correcto. La prostitución no es explícita ni confesa en lo que cuento. Se trata de ofrecer encanto, buen sexo y afecto simulando lo que no se es como recurso ante la prohibición…
Quiero contarlo ahora en un mundo en perpetuo cambio, donde la mujer cada vez tiene mayor nivel de independencia, un nivel adquisitivo muchísimo más alto, y un enorme poder en las relaciones sociales, aunque algunas, aficionadas a esos servicios, en muchas ocasiones los utilizan no porque lo necesiten, sino porque pueden.
Me comentaste antes que el rodaje no solo se realizaría en Cuba, lo que complejiza la producción.
Es cierto. La productora Vanessa Lejardi y yo, así como buena parte de un grupo de colaboradores, ya comenzamos a conectar con eventos que, en régimen de coproducción, pudieran interesarse en el proyecto, dada esta suerte de pie forzado inevitable en buena parte de la historia.
La respuesta de varios de estos eventos fuera de Cuba nos ha conmovido sobremanera, dado el interés y buena acogida que suscitó la historia. El más reciente fue el Festival de Málaga (MAFF) donde Erección quedó seleccionado entre los tres proyectos más solicitados. Nos alegra mucho, porque se propicia su visibilidad durante un año en uno de los mercados on line más importantes, el Filmarket Hub, de modo que las motivaciones para seguir no nos faltan.
Justo en este momento definimos un posible casting bajo la dirección de mi querido y siempre dispuesto Yasmani Guerrero, un actor que el público puede recordar en el elenco de Club de jazz.
Sabemos que llevar a puerto feliz este nuevo sueño será una tarea titánica pero no imposible. Además, evitaremos, en la medida de nuestras posibilidades reales, el hecho de no volver a rodar en otros siete años, de ahí que toda alternativa sea poca para nuestro equipo y para mí en lo personal.
¿Y los otros proyectos?
Estoy terminando una versión diametralmente opuesta de Pincel con sangre. Ya no será una película biográfica sobre Ana Mendieta, dada la dificultad en cuanto a los derechos de imagen y más de un obstáculo que no hemos podido franquear. Ahora el proyecto será un homenaje a lo que simboliza su obra y su posición ante ella y el mundo, pero desde la ficción.
La serie Trazos, ¿recuerdas?, espera por su segunda temporada, pero lista para ser rodada en cuanto las condiciones así lo permitan, en República Dominicana. Transcurren días difíciles para la humanidad en pleno, pero vivo con la ilusión de que en cualquier instante abriré los ojos y podré volver a abrazar a mi hija, a mi madre, amigos y hermanos.
Por Ana María Domínguez Cruz, fuente: lajiribilla.cu