Diplomático, espía, seductor, esbirro, militar, político, jugador de polo y piloto de coches. Pocos hombres han tenido una vida tan intensa como el dominicano Porfirio Rubirosa, nacido en 1909, fiel servidor hasta la muerte del dictador Rafael Leónidas Trujillo, que siempre le protegió.
Rubirosa vivió en París hasta los 17 años porque era hijo de un alto funcionario de la embajada de su país en Francia. Retornó a Santo Domingo para estudiar derecho, pero acabó por alistarse en el Ejército, lo que le ofrecía mejores perspectivas de ascenso social. Trujillo quedó fascinado por su personalidad al conocerle en un club y, al día siguiente, le convirtió en teniente de la Guardia Presidencial. Desde entonces, Rubirosa fue leal con el dictador, que le concedió la mano de su hija.
Cinco años después, Trujillo le envió a un puesto diplomático en la embajada en Berlín. Corría el año 1936. Luego vinieron otros destinos como Vichy, Buenos Aires, Roma, La Habana y Bruselas. «Es muy bueno en su trabajo porque le gustan las mujeres y es un mentiroso maravilloso», dijo de él Trujillo, que le encomendó algunas misiones tan siniestras como el asesinato del nacionalista vasco Jesús Galíndez en 1956, del nunca fue acusado.
Rubirosa era, sobre todo, un seductor nato, dotado de una simpatía natural y de una gran facilidad de palabra. Sus proezas sexuales llegaron a ser legendarias y se rumoreaba entonces – Truman Capotedixit- que poseía un pene desmesuradamente grande.
Tuvo cinco esposas, algunas de las cuales se divorciaron de él por su infidelidad. Se casó primero con Flor de Oro Trujillo y luego con la mítica actriz francesa Danielle Darrieux. Luego vinieron las americanas Doris Duke y Barbara Hutton y, por último, Odile Rodin, que le acompañó hasta su muerte. Al margen de estos vínculos matrimoniales, la lista de amantes de Rubirosa es interminable, incluyendo entre sus conquistas a Rita Hayworth, Marilyn Monroe, Joan Crawford, Veronica Lake, Judy Garland, Kim Novak y Zsa Zsa Gabor, que fue el gran amor de su vida.
Dos de sus mujeres eran millonarias y Porfirio se enriqueció con sus fantásticas fortunas. Doris Duke le regaló un avión, una compañía pesquera, coches deportivos, un palacete en París y una pensión mensual de 25.000 dólares. Barbara Hutton no fue menos generosa y le donó una plantación de café, caballos de polo, joyas y un bombardero B-25. Al separarse, le indemnizó con un cheque de 2,5 millones de dólares.
Tras competir en carreras profesionales de coches y montar un equipo de polo, volvió arruinado a su país. Había dilapidado una gran fortuna y su atractivo estaba declinando. Pero todavía seguía con la afición a pilotar bólidos. Se subió al volante de un Ferrari y se estrelló contra un árbol tras salir de una juerga en un club de París. Era el 5 de junio de 1965 y Rubirosa tenía 56 años.
Fuente: ABC