Pacino y Hopkins

Pacino y Hopkins

Por: Roberto Ángel Salcedo
Fuente: eldia.com.do

Uno oriundo de Harlem del Este; el otro de una ciudad industrial de Gales, llamada Port Talbot. Uno nació el 25 de abril de 1940; el otro, el 31 de diciembre de 1937.

Uno creció, a raíz del divorcio de sus padres, en el sur del Bronx, en medio de la precariedad, convertido en una especie de delincuente juvenil; el otro fue retraído, torpe, solitario, con marcados rasgos de Asperger. Uno atiende al nombre de Alfredo James Pacino; el otro, Phillip Anthony Hopkins.

Ambos crecieron en épocas similares, con pasiones y problemáticas coincidentes, pero en contextos muy disímiles. Pacino cuenta sus altas y bajas, el desarrollo de su prodigiosa carrera a través de un conmovedor texto publicado el pasado año. De su lado, Hopkins, en un libro de recién publicación, cuenta aspectos decisivos de su vida envuelta en una narrativa fluida, grácil, compacta y reflexiva.

Sonny Boy
Rose Gerardi, madre de Al, apodó a su hijo como “Sonny Boy” en referencia a una canción popularizada en 1928, interpretada por Al Jolson. El libro recoge episodios que marcaron la vida de Pacino, con un bosquejo pormenorizado desde una juventud precaria y envuelta en pobreza, inseguridades y malas influencias.

La figura de su madre fue decisiva en su existencia: según él, fue ella quien lo alejó del camino de la violencia, las drogas y la delincuencia, peligros muy palpables en su entorno.

A temprana edad, su madre lo llevaba al cine; esas experiencias lo conectaron con el mundo de la actuación, despertando en él una pasión que años después sería su gran refugio.

Fue alentado por una profesora que reconoció su potencial. Gracias a ella ingresó en la High School of Performing Arts de Nueva York. Luego se enfocó en abordar la actuación desde el plano académico, con estudios en las prestigiosas escuelas como el Herbert Berghof Studio y el Actor’s Studio, este último con su mentor Lee Strasberg.

Pacino señala que para él el teatro fue su cobijo y hogar, un espacio donde encontró identidad, disciplina y propósito, valores esencial

Cuando Rose murió, Al tenía unos 21 años y poco después su abuelo materno también falleció. Pacino quedó huérfano de las dos personas más importantes en su vida. Esas pérdidas produjeron una especie de punto de inflexión para trazar el camino que lo conduciría a la consagración profesional.

Confesiones de una luminaria
El libro recoge, con absoluta transparencia y nitidez, momentos difíciles, etapas nunca imaginadas, sobre todo, en la vida de nuestros ídolos y personajes favoritos. Pacino vivió la crudeza de las pérdidas familiares, la lucha por sobrevivir a la escasez, deudas, dudas, fracasos, engaños, arrepentimientos, etc.
Para 1971, y habiendo agotado una importante etapa en el mundo del teatro, Pacino participó en la película “The panic in Niddle Park”, en ella interpretó a un joven heroinómano. Su actuación provocó buenos comentarios y fue el marco referencial para su primer encuentro con Francis Ford Coppola. De esa impresión actoral se concretizó su papel de Michael Corleone, y lo demás, alrededor de la trilogía de El Padrino, es historia.

El texto aborda con sobrado detalle, el alejamiento de Pacino de Hollywood en los años 80 y su regreso al teatro. Revela haber tenido serios problemas financieros: en un momento pasó de tener supuestamente 50 millones de dólares a casi no tener liquidez debido a malas inversiones y fraude por parte de su contable. Eso lo llevó a aceptar papeles que en otros tiempos hubiera rechazado.

En fin, Al Pacino define “Sonny Boy” como “el diario de un superviviente”: un relato que mezcla éxito, dolor, redención, nostalgia y una profunda reflexión sobre la vida, la fama, el arte y la familia.

We did Ok, kid
Anthony Hopkins, al igual que Pacino, ha logrado condensar características fundamentales de su dilata carrera en un texto que fluye con una prosa fresca, pero muy elocuente. La frase “Lo hicimos bien, chico”, es como Hopkins se habla a sí mismo, especialmente al niño interior que fue inseguro, aislado, torpe y lleno de dudas.

Hopkins presenta con detalle su niñez en Port Talbot, Gales: no era popular, se sentía “lento” y desconectado de los demás. La dislexia lo hacía sentirse inferior en la escuela.

A temprana edad se sintió atraído por el piano, el dibujo y por una extendida capacidad para la imaginación. Hopkins manifiesta: “Si no hubiese encontrado el arte, me habría perdido”.

Uno de los temas más íntimos y profundos del libro es la relación con sus progenitores. Richard Hopkins, su padre, era un hombre noble, silencioso, trabajador, dueño de una panadería. Hopkins confiesa que pasó la vida entera tratando de estar a su altura.

Su desaparición física en 1981 lo devastó y marcó un nuevo ritmo actoral en la vida del artista. Con su madre, Muriel, la relación estuvo matizada por la distancia emocional, aunque recibía de ella el apoyo que siempre le faltó de su padre. Hopkins admite que durante años sintió culpa por no saber cómo conectar con ella.

La condena del alcoholismo
Hopkins describe con determinación y admirable franqueza su adicción al alcohol. Comenzó para 1959 en sus años de estudiante de interpretación. Dentro de los nefastos episodios que vivió atrapado por el alcoholismo cita algunos: no recordó cómo llegó a una playa en México después de un blackout. Fue expulsado de un teatro por llegar totalmente ebrio. Perdió papeles por conducta impredecible. Vivió convencido de que nunca valdría nada, etc.

Hacia finales de 1975, estando en Arizona se despertó sin tener la certeza de su llegada. Ese día, avergonzado por todos los acontecimientos que su afición al alcohol estaba provocando, decidió darle un giro a su forma de vida, y desde ese momento se ha mantenido sobrio, una de sus más grandes conquistas existenciales.

El camino a la consagración
Basada en la novela de Thomas Harris, para el 1990 y bajo la dirección Johnattan Demme, la recordada Clarice Starling, en la piel de Jodie Foster, compartió escenas con el experimentado Hopkins, interpretando uno de los papeles más memorables de todos los tiempos, como el brillante psiquiatra y asesino serial Hannibal Lecter. La película, convertida en un clásico de la cinematografía universal, se estrenó el 14 de febrero de 1991.

Para 1992, The silence of the lambs terminó conquistando los Premios de la Academia como mejor película, mejor director, mejor guión adaptado y sus protagonistas se alzaron con los premios en sus respectivos apartados. Hopkins declaró: “El personaje de ‘El silencio de los inocentes’ lleva algo de ese duelo que viví por la perdida de mi padre”.

Dos textos; dos historias; dos vidas; Pacino y Hopkins; un propósito común: la pasión por un oficio que han abrazado con energía, paciencia, enfoque y, sobre todo, con disciplina.
El arte, como una de las manifestaciones más nobles de la vida, nos enseña desde el ejemplo y la experiencia.